Me preguntaron en la tarde del 27 de enero, si creía que se
debía celebrar el fallo de La Haya que se había leído aquel día. Y mi respuesta
fue: creo que se ha celebrado demasiado antes de tiempo.
Ciertamente, si de lo que se trataba era de tener una
frontera, cualquiera que fuera, y entrar a una etapa nueva en las relaciones
con Chile, el fallo habría cumplido su propósito.
Más aún si la opción era obtener una porción de mar sobre el
que no ejercíamos soberanía y mientras más grande fuera lo logrado mayor sería
la victoria.
Es lo que dicen algunos que hablan de una Tiwinza en el mar,
un premio simbólico que compense una larga historia de frustraciones.
Si es así, importa menos que nos haya tocado un área en
altamar donde la riqueza marina conocida es mucho menor y que para todo fin
práctico la pesquería del sur quede tan embotellada como estaba.
O que argumentos peruanos que parecían irrebatibles como que
nunca hubieron límites aceptados y que el punto de referencia por el que debía
pasar cualquier línea demarcatoria debía ser el extremo que estaba señalado por
el Tratado de 1929, hubiesen sido cuestionados por una aplastante mayoría en la
sentencia.
¿Hubo un exceso de optimismo antes de que la Corte se
pronuncie?
Claro que sí. Nadie discutió los puntos débiles del Perú
como el tratado de 1954 que tiene un primer capítulo impresionante que afirma:
“…creando una zona especial de 10 millas de ancho a cada lado
del paralelo que constituye el límite marítimo”.
Y tampoco sobre las consecuencias del estatus
quo de tantos años, reflejado en diversas aceptaciones peruanas sobre la
ocupación de la zona, sin protestas formales (patrullaje de frontera, captura
de barcos peruanos, sanciones a pescadores, etc.) .
En los días previos al fallo la imagen de los
dos países era totalmente opuesta: nerviosa y pesimista al sur de Tacna, desbordante
y triunfalista al norte de Arica. Parecía que por fin íbamos a derrotar a
nuestro viejo rival ante el que siempre cargamos con el complejo de perdedores.
Todo esto, la verdad, resultó una exageración a
la luz de los resultados. Aún cuando el gobierno peruano, con el apoyo de toda la
prensa, se imputa haber conseguido el 70% de sus objetivos, haciendo una
curiosa suma de kilómetros cuadrados concedidos con otros no objetados que
estuvieron siempre dentro de las 200 millas peruanas, la realidad es mucho más
modesta y matizada.
No se consiguió que el punto de referencia en
la costa para la nueva frontera fuera el que el de la Concordia que el Perú reclamaba
y se impuso el hito Uno, un poco más al norte.
No se reconoció la tesis de que no había
frontera, y se reconoció que el paralelo había sido un limite tácito, aunque se
corrigió a Chile en la extensión de esta línea llevándola sólo hasta las 80
millas.
No funcionó por tanto la idea de la bisectriz
equidistante desde la costa, pero si la de una línea diagonal a partir de la
milla 81.
La Corte evitó resolver sobre el “triángulo
externo” y recomendó al Perú hacer valer sus derechos en esa zona.
Hagan las sumas, las restas y las divisiones
necesarias y se verá que el porcentaje de victorias es más pequeño de lo que se
anda diciendo.
Aún aquella historia de que hemos incorporado
50 mil kilómetros cuadrados al mapa peruano, sobre los 66 mil reclamados, debe
tomarse con pinzas. Porque en la zona de real controversia que ocupa un área de
37 mil 500 Km2, el Perú ha obtenido sólo 21 mil a los que se les está sumando
los 29 mil del triángulo externo que no han sido materia del fallo.
Para ser exactos, Perú ha obtenido 58% de su
pretensión real sobre el mar en dominio del vecino y Chile 42% de lo que se
resistía a perder. Pero la diferencia es que la porción que queda con nuestros
vecinos del sur es la adyacente a la costa, la que encierra el mayor banco de anchoveta
del Pacífico y del mundo, y otras especies marinas como jurel, caballa,
mientras que al otro lado nos toca conformarnos con un pedazo de alta mar, con
un tipo de pesca que en el Perú no se practica por falta de barcos, tecnología
y ganas de los empresarios pesqueros de entrar a ella cuando se llenan de
dinero con la harina de pescado.
Todo esto no se quiere decir porque arruina la
fiesta de los líderes políticos que ya venían peleando la paternidad de la
demanda. Alan García graficó este sentimiento cuando se mandó a declarar antes
que el presidente cuando acababa de leerse la sentencia y dijo que de todos
modos se había ganado algo.
¿Se podía ganar más? Probablemente no. Por eso
la critica no va tanto a los diplomáticos que hicieron lo posible porque el
país mejorara el balance fronterizo marítimo y consiguieron lo que podía
conseguirse, sino a los gobiernos que no dejaron marcado un camino de soberanía
y derechos sobre el cual pudiésemos apoyarnos en estos momentos.
La idea de la bisectriz no es un gran invento
que no pudiera haber sido tomado en cuenta en los acuerdos pesqueros de 1952 y
1954. Basta mirar el mapa para apreciar que la línea paralela nos es claramente
desfavorable e inequitativa.
Los propios jueces de La Haya tienen que haberlo
considerado, de ahí que fuerzan la figura limitando el paralelo chileno a 80
arbitrarias millas, para de ahí aplicar la tesis peruana sobre que las zonas
superpuestas debían ser atravesadas por una línea media.
Algo así como que dijeran ustedes deberían
tener una frontera como dicen, pero actuaron con si tuvieran la que los
chilenos defienden.
¿Hace bien al Perú que sus autoridades y medios
de comunicación le digan a su gente que esta es una gran victoria, un
reivindicación por un pasado oneroso, una pieza simbólica que cambia las
perspectivas a ambos lados de la frontera? ¿No es mejor que la población crea
que por fin ganamos a Chile en alguna disputa y le quitamos algo que
consideraban suyos, si es que so nos pone contentos?
Puede ser en el primer impacto. Ya hemos visto
de qué manera estamos a punto de empacharnos de fervor patriótico, en una
entremezcla de sentimientos de ganadores con apaciguadores que piden pasar la
página. Pareciera que se quisiera que demos un solo grito de alegría y que después
nos olvidemos del tema para que no se recreen viejas tensiones.
En fin, estas notas no quieren bajar de su
alegría a nadie sino advertir de los riesgos que la política y el interés
económico nos expongan a nuevos desengaños. Decir la verdad siempre es mejor en
cualquier circunstancia.
28.02.14
Publicado en la Revista Ururi
Academia
César Vallejos
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