Memoria de algunos episodios que pintan el estilo político de Alfonso
Barrantes, tan distinto a la mayoría de políticos contemporáneos
La última vez que lo vi fue entre el año 1998 y 1999. Yo
estacionaba mi carro frente al mercado de Breña y unos metros más allá paraba
un Volkswagen color azul, más viejo que el mío, y descendía con un terno
también azul, tan recorrido como su automóvil, una corbata roja al cuello y un
andar pausado que era como su marca personal. Me miró y movió la cabeza y yo le respondí el
cumplido en voz alta: ¿cómo está doctor?, ahí bien, me replicó, y entonces
algunas personas lo reconocieron y empezaron a saludarlo.
Pensé por un momento que siempre sería el tío frejolito,
amable, querendón y aparentemente distante de todas las pasiones. ¿Qué buscaría
tan lejos de su vivienda en Surco? No lo sé, porque lo perdí de vista. Pero no
pasaría mucho tiempo para que leyera la noticia de su viaje de salud a Cuba.
Pocos estaban enterados que estaba enfermo. El 2 de diciembre del 2000, murió
en La Habana, donde estuvo anteriormente muchas veces por tareas políticas y
donde también tenía muchos amores. Estaba aquejado de un cáncer de páncreas, la
misma enfermedad que nos privó de Carlos Iván Degregori y de Javier Diez
Canseco, otras dos figuras que engrandecen la izquierda
UNI
En el verano de 1968 decidí inscribirme en un curso que se
denominaba: “Introducción al Marxismo, Materialismo Dialéctico e Histórico”. Se
dictaba en la facultad de Ingeniería Mecánica y Eléctrica de la Universidad
Nacional de Ingeniería UNI, y el profesor que tenía a su cargo el ciclo completo
de tres meses, con tres sesiones por semana, era un abogado de nombre Alfonso
Barrantes Lingán.
Tenía facilidad para ser didáctico, y era notable que
trataba de ser menos ortodoxo que lo que se esperaría de un título como el que
se le había colocado al curso que evocaba a los manuales de marxismo de la
Unión Soviética que por entonces todavía eran tomados en serio por mucha gente.
Hacía ejemplos tratando de ser gráfico y nunca olvidaré la frase que luego se
la oiría en otras circunstancias: los obreros hacen las carreteras por las que
nunca pasarán por su familia para ir a una playa y los edificios donde no
vivirán.
Al terminar una de sus clases, nos acercamos un grupo de sus
alumnos y le preguntamos: Dr. Barrantes, nos puede recomendar un libro para
aprender marxismo; lo que en buena cuenta quería decir más o menos que cuál era
el manual que podría sugerirnos para alcanzar un conocimiento rápido y
sistematizado sobre los principios que creíamos necesario tener para ingresar a
la política.
Sonrió y nos dijo que leyéramos a los clásicos y nos
recomendó consultar el Antidühring de Federico Engels para introducirnos a un
estudio serio. Compré el libro y pasé meses sin avanzar las primeras páginas.
Para empezar no tenía idea de quién era el señor Dühring y qué había hecho para
que Engels lo demoliera en cada una de sus frases. Pero ya no tuve ocasión de
pedirle otro consejo a don Alfonso que me ayudara a leer el libro que nos había
sugerido.
Saber quitarse
Barrantes venía de un lejano pasado aprista y de una corta
militancia comunista, de la que se cuenta la anécdota, que no sé si será
verdad, de que en pleno debate hacia la inminente ruptura entre prochinos y prosoviéticos , pidió
permiso para ir al baño y se retiró sigilosamente convirtiéndose en el
independiente de izquierda que sería hasta su muerte.
Alfonso era un político astuto, nunca renegó del socialismo
y del antiimperialismo, así como su identidad con el marxismo y el pensamiento
de Mariátegui, pero era demasiado político como para quedarse dando clases y
recomendando libros. Y, curiosamente, sus artes no eran la oratoria fogosa como
la de Diez Canseco, o la paciencia organizativa de los de Patria Roja, o la
habilidad sindicalista de los PC.
Las armas que mejor manejaba eran otras: una imagen amable
que el pueblo apreciaba, largos silencios cuando sentía que mejor estaba
callado que metido en debates en los que todos se quemaban, y retiradas
estratégicas en el momento exacto en el que podía llamar más la atención yéndose que
quedándose. Son de antología su decisión de no ser candidato a la Constituyente
en 1977 por la UDP, que con seguridad lo hubieran elegido y su desistimiento
para candidatear para cualquier cargo en 1980, tras la ruptura del ARI.
También su discutida renuncia a la segunda vuelta
presidencial de 1985, frente a Alan García, su no asistencia al Congreso IU de
1989 donde se dividió la izquierda y su retiro como nuevo candidato en 1995 cuando
el PUM y Patria Roja se acusaban mutuamente de fraudes en las elecciones
internas de la izquierda. Algo de viejo político de estirpe había en el abogado
cajamarquino que siempre estuvo cuando de unió la izquierda y desapareció
sigilosamente cuando se rompió de las peores formas.
Alcalde socialista
En noviembre de 1983, trabajando en el diario cooperativo El
Observador, hicimos campaña por la elección de don Alfonso como alcalde de
izquierda para Lima y el día de la votación se nos ocurrió hacer una edición
especial de cuatro páginas adelantando el resultado como si estuviéramos
totalmente seguro del mismo. A las 7 de la noche teníamos un titular gigante
diciendo ganó Barrantes, ganó el pueblo, y la multitud concentrada en la
primera cuadra de la avenida Grau compraba como nunca he visto hacerlo nuestra
edición vespertina.
El 26 de enero de 1984, estaba al lado de Alfonso Barrantes,
en una tribuna en la Plaza san Martín en un mitin popular que se realizaba en
conmemoración del primer año de la masacre de Uchuraccay. Yo estaba como
periodista y mi exprofesor como primer alcalde socialista. En mi discurso dije
que estábamos entrando en nuevos tiempos. El tío frejolito veía las cosas mucho
más a largo plazo, con avances y retrocesos, no se equivocó.
16.02.14
No hay comentarios.:
Publicar un comentario