A Susana Villarán le pueden decir que no
estaba preparada para la victoria electoral del 2010, que le cayó casi de
sorpresa, en una ciudad que poco antes se dividía entre dos derechas crudas: el
PPC de Lourdes Flores y el partido de ocasión de Alex Kouri. También esta era
la ciudad que le dio el triunfo a Alan García el 2006 y la que votaría
mayoritariamente por Keiko Fujimori en el 2011 aunque esa vez de forma más
apretada y en medio de una avalancha provinciana que daría el poder a Humala.
El hecho es que Susana ganó, con 35%, pero
ganó, reflejando seguramente el cambio que venía operándose en el espíritu de
los peruanos que los inclinaba a la izquierda y al cambio, y que se encontraron
con una candidata que estaba distante del establishment. Fuerza Social tenía un
discurso municipal que estaba cargado a un nuevo espíritu: impulso cultural,
participación ciudadana, derechos para las minorías, etc., que muchos de sus
electores probablemente no tomaron en cuenta y que luego iba a sonar como cosas
raras en una metrópoli manejada históricamente de manera vertical y
personalista, en la que el Municipio era entendido como proveedor de servicios
y obras públicas y el alcalde como un rey.
El hecho es que la inexperiencia jugó al
momento de manejarse frente a los trabajos en ejecución o ya contratados por la
anterior administración, que estaban plagados de irregularidades, defectos
técnicos y concesiones indebidas a los contratistas. Pero pronto dio la idea de
que se estaba frenando obras, como en el caso emblemático del túnel de San Juan
de Lurigancho que estaba mal hecho y se empezó a desmoronar, pero que el
castañedismo culpó a Villarán por no terminar, logrando eco en el distrito. El
plan de continuidad y el de reorientación estaban crudos en los primeros meses
cuando ya empezaban a tachar a la alcaldesa de “vaga”, “haragana”, “inepta”,
que se veía además aderezado con que así son los rojos, los caviares y la ONG,
mientras los políticos de derecha, serán duros y corruptos, pero contratan
buenos técnicos que lo hacen mucho mejor.
En los primeros días de gestión, Susana,
tuvo sin embargo que decidir sobre dos asuntos fundamentales, que son la base
de su profundo conflicto con los grupos de poder: (a) el equipo de gerencia y
asesoría técnica de la Municipalidad, que según la derecha debería haber sido
escogido de los gerentes previos o de los que viniesen avalados por ellos, y
que hubieran reproducido a escala municipal lo que fue el copamiento que Humala
sufrió en el gobierno nacional; (b) la investigación de los casos de corrupción
pendientes en la Municipalidad. Son las
dos decisiones imperdonables; Villarán decidió gobernar con lo que tenía y
cometió errores inevitables, tuvo gerentes fatales, pero fue formando un grupo
técnico que la izquierda no tenía ni de lejos y que tenía que ponerse al frente
de una gigantesca ciudad. Adicionalmente no perdonó el robo sofisticado a lo
Comunicore, que la gestión Castañeda había querido enterrar y que aún hoy dicen
que no tiene que ver nada con ello, cuando es cada vez más evidente que se hizo
un lavado de dinero probablemente de narcotráfico mezclando plata corrupta con
la de la Municipalidad, se le regaló un supercontrato a Relima por allanarse a
la jugada, y se pagaron jugosas coimisiones a los involucrados.
No señor, en este país sólo puede gobernar
la derecha y cuando no gana –casi nunca gana-, los que llegan por la izquierda
tienen que hacerlo con ellos. Aquí no caben apuestas autónomas ni investigaciones
sobre corrupción que “dividen a los peruanos”. Estas reglas, mal que bien,
fueron violadas por Susana y el costo que ha pagado es bastante alto.
Las
alianzas políticas
Nunca hay que olvidar que Susana venía
influida por dos vertientes recientes de la historia nacional: una militancia
en la izquierda, que la lleva por Chile, más adelante al Municipio de Lima con
Barrantes y que la coloca como uno de los puntales del movimiento pro derechos
humanos; y al mismo tiempo, de una participación de primera línea en las
convocatorias antidictatoriales de finales de los 90 y que se cierran con los
Cuatro Suyos, la fuga de Fujimori y el gobierno provisional de Paniagua que la
convirtió en ministra. ¿Cuánto pesaban cada una de estas experiencias en su
mirada de la política? Pienso que Susana dejó de ser hace mucho tiempo un
militante típico del mundo de las izquierdas, con sus burós y comités
centrales, y se creyó, quizás demasiado, lo de la apertura política y de los
nuevos aires de democracia y anticorrupción que se sentían en al país.
En todo caso apostó a una doctrina de
honestidad, democracia y modernidad, que encajaba a medias con los discursos de
izquierda. Y que sería parte de los errores en la eleción del 2006, cuando pididó
sumarse a Paniagua y fue descartada, y en el 2011 cuando buscó la cercanía con
Toledo y otra vez quedó sola y derrotada. Pero esa misma mirada resultó
superior a la de las izquierdas durante la revocatoria 2012-2013 y ayudó a
construir un movimiento amplio y multidimensional que derrotó el plan de las
derechas encabezada por Castañeda. Todo
lo que viene después, entre marzo 2013 y octubre 2014, era dirimir si la
batalla contra la regresión amarilla, era enfrentada convocando una vasta
corriente de resistencia, o presentando la mejor candidatura de izquierda “para
acumular”. Puede que en las movidas precisas para sacar la candidatura hayan
habido hechos que no gustaron a alguna de las partes y han alimentado
resentimientos. Pero quién crea que lo de este año se resolvía buscándose otra
candidata entre las jóvenes capaces que tiene la izquierda, es que no entiende
qué clase de pelea era esta y cuál su articulación con las elecciones del 2016.
Mi voto
Lo más cercano que hay a un escenario como
el de estos días, con un ganador anticipado y hegemónico, pasando por encima
del resto con el apoyo de los grandes medios de comunicación, con adversarios
dispersos que no encarnaban una alternativa, en el que la gente a favor y en
contra estaba consciente de la corrupción, el autoritarismo y la manipulación
de elecciones, pero a pesar de ello se mantenía un altísimo porcentaje que
votaba por el candidato que robaba y mataba, pero traía inversión y pacificaba
aunque fuera a la mala. Lo que está pasando, por tanto, es menos sorpredente de
lo que podría creerse. Muchos indicadores estaban abonando hace tiempo, a la
idea de un giro autoritario y de orden en el país, le faltaba el componente
psicológico y amoral que Datum ha reflejado en sus encuestas.
No me he puesto aquí a sumar las obras de
Susana, que no son pocas y sobre todo son ambiciosas: Vía Parque Rímac, Costa
Verde, intercambio Alipio Ponce, ampliación de la Avenida Universitaria,
pavimentación de Canta Callao, ampliación de áreas verdes, reorganización y
potenciación del sistema de Hospitales municipales, escaleras y muro de
contención en los cerros, etc. Podemos discutir si se hizo lo suficiente, pero
las obras en construcción y las ya contratadas tienen un sentido de
integralidad que no había antes, que articulará la ciudad. Pero, sin duda, la
batalla principal de estos años ha estado destinada a doblegar a las mafias de
los mayoristas, sacarlos de la Parada y llevarlos a l nuevo ,ercado después de
40 años; y soportar el boicot de los empresarios del micros y coaster que atacaron
con paros, movilizaciones y boicot la reforma del transporte.
Estas ya serían razones suficientes para
que alguien que sabe que Lima debe cambiar, entregue su voto a la alcaldesa
reeleccionista. Pero prefiero decir que lo hago por lo que representa en
decencia, respeto a la ley, espíritu democrátcio y esfuerzo por superarse.
Después de los cuatro años más difíciles de la vida de Susana, yo voto para que
continúe y para que roba y hace obras, o hace obras para robar, quede
desterrado para siempre. Si mi voto no puede cambiar la tendencia, esta es
cualquier caso mi verdad.
29.09.14
Publicado en Hildebrandt en sus Trece