sábado, febrero 08, 2014

Esterilizaciones y fujimorismo

Si para Martha Meier las esterilizaciones forzadas no existieron y las denuncias e investigaciones que se han desarrollado sobre el tema son mentiras de ONG (“¿En cuánto más mentirán?”), para Aldo Mariátegui que se operaran, aunque fuese por la fuerza y el engaño, unas 350 mil mujeres eliminando su capacidad reproductiva fue una maravilla (“0.005% y un fiscal correcto”).

El mismo dictamen del fiscal Marco Guzmán Baca suscita en la primera la conclusión de que todo el problema que hubo en los 90 fue el de algunos médicos que de motu propio, es decir porque les dio la gana, hicieron intervenciones no consentidas, provocando en algunos casos daños graves e incluso la muerte de mujeres; y en el segundo un extraño entusiasmo por el magistrado de marras que no se ha dejado llevar por la demagogia de los que denuncian el programa.

Para la tía conservadora la mejor opción es negar los hechos como lo hiciera Keiko Fujimori para las elecciones del 2011. Muy difícil de explicar que una católica muy cerca del fanatismo, antiabortista aún en los casos en que existe riesgo para la vida de la madre y enemiga de la píldora del día siguiente y de los métodos anticonceptivos artificiales, encuentre como explicar sus proximidades con un gobierno promotor de las ligaduras de trompas masivas.

Ni siquiera la fórmula que usó Rafael Rey para bajar la gravedad del caso: no fueron esterilizaciones contra la voluntad de las mujeres, sino sin su voluntad, podía ser suficiente para tranquilizar a los actuales directivos de El Comercio que se preparan para volver a tener a la hija del dictador dentro de la baraja de sus preferencias el 2016. De ahí que la resolución de un fiscal que dice que no tiene los elementos suficientes para pronunciarse cobre el caso (pero que no citó a la mayoría de mujeres denunciantes y a los funcionarios de la época), les parezca que ha zanjado oficialmente el tema y ha brindado el argumento necesario para salir a la batalla en el diario familiar y las redes sociales, con una beligerancia sorprendente.

Pero entretanto en otro de los diarios que forma parte del plural conglomerado de los Miró Quesada, un columnista que insiste en dárselas de liberal hace cálculos tenebrosos. ¿Qué son 18 mujeres fallecidas por efecto de mala aplicación de AQV (Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria, que ya sabemos no tenía nada de “voluntaria”)? A ver, 18 sobre 350 mil, es apenas 0.005%, o sea nada. Algo así como si valoráramos el número de ejecutados extrajudicialmente por el Grupo
Colina y el gobierno de Fujimori, sobre el número de habitantes del país.

Aldo M además dice que las 400 mujeres que todavía se movilizan reclamando contra los que les hicieron, son sólo el 0.11% de los “beneficiados”, entonces a que tanta bulla si 349 mil 600 están contentas. Pero eso como siempre ocurre con él, es un mero sofisma. Las mujeres que se quejan son las que han podido sostener por casi 20 años sus protestas. Eso no dice nada de si las demás se sienten bien con que las operaran a la fuerza sobre cuantas callan por vergüenza, porque su vida familiar fue afectada o porque simplemente se resignaron otra vez a su suerte.   

Eso de que 99% sobrevivieron sanitas y están contentas con que ya no se van a llenar de más hijos, no es sólo una malcriadez de aspirante a niño rico, sino un paso a bastante distancia del liberalismo real, si se entiende por ello el culto por la libertad individual. La reducción de la tasa de crecimiento de la población por procedimientos forzados, tratando a las mujeres pobres como ganado, abusando de su desinformación médica, está mucho más próximo al fascismo que a cualquier ideal de vida libre. Hacerle el “favor” a las familias andinas de evitar que se sigan llenando de hijos es bárbaro, sobre todo si se le suma un sesgo de claro contenido racial acerca de porqué estos métodos no se aplicaban en las grandes ciudades donde vive la mayoría de la población.

Leamos: “Otra boludez es afirmar que el programa se enfocó por “racismo” en campesinas indígenas. ¡Claro dónde más se iba a concentrar si era el sector que más necesitaba de métodos anticonceptivos permanentes, dada su pobreza para pagar temporales y evitar seguir empobreciéndose más con más hijos no deseados”. Claro, este no era un programa de difusión de métodos anticonceptivos y educación a las mujeres para que optaran por reducir la natalidad a partir de una decisión consciente y libre. Ni siquiera era una imposición autoritaria, como la de los chinos, que establecieron que las familias no debían tener más de un hijo. En el Perú, de acuerdo al mismo Aldo M, lo que hubo fue un sistema hacia los pobres del campo, a quién más habría que esterilizar, basado en el costo de difundir anticonceptivos temporales.

Y eso de que se empobrecía con “más hijos no deseados”, lleva a la pregunta de ¿no deseados por quién?. Porque de lo que se sabe muchas familias campesinas tienen índices de natalidad elevados porque asumen que varios de sus hijos no llegarán a adultos. Para cambiar esa realidad se requiere mucho más que impedir a las madres seguir reproduciéndose. Cabe aquí recordar que en el “Plan Verde”, documento militar que se preparó como parte de una conjura golpista durante el primer gobierno de García y que se convirtió luego en parte del compromiso entre Fujimori y los altos mandos militares se decía con palabras parecidas a las de Aldo Mariátegui: “… ha quedado demostrado la necesidad de frenar lo más pronto posible el crecimiento demográfico y urge, adicionalmente, un tratamiento para los excedentes existentes: utilización generalizada de esterilización en los grupos culturalmente atrasados y económicamente pauperizados. Sin estas cargas innecesarias, se facilitaría el acceso de grupos familiares débiles a ciertos niveles de bienestar”.

Así el periodista seudoliberal y los militares que inspiraron el golpe de 1992, iban por el mismo camino de creer que la pobreza se reduce frenando el crecimiento demográfico de los “excedentes” rurales. Pero volviendo al punto inicial, no hay mejor desmentido a la posición de Martha Meier, que lo que escribe con apasionamiento su amigo Mariátegui, que a su vez se roza con las teorías militares sobre la pobreza como riesgo para la seguridad del sistema. En lo que los dos no discrepan es en su creencia de que las políticas de los 90, fue la que tenía que hacerse para tener un país en crecimiento. Y para eso mejor mandar al archivo malos recuerdos como los de las esterilizaciones.

08.02.14
Publicado en Hildebrandt

en sus Trece

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