miércoles, julio 31, 2013

¿Usted no se dio cuenta?

Muchas veces me han lanzado la pregunta: ¿si estuve tan cerca del candidato durante varios años, cómo no descubrí los secretos de su carácter y no percibí el gran engaño que se estaba preparando?  

Yo mismo me he planteado el punto varias veces, y nuevamente lo he hecho después de escuchar el plomazo que le prepararon en el MEF como discurso de fiesta patrias.

Así que finalmente he ensayado una breve respuesta.

Y empiezo por recordar algunos hitos que fueron definiendo al personaje: (1) En octubre del 2000, Humala encabeza un pronunciamiento militar en el sur del país que llevaba tres significados fundamentales: la exigencia de que Fujimori dejara el poder en forma inmediata y no siguiera manejando la transición política, la denuncia del compromiso de los mandos militares con la corrupción y el continuismo, la protesta por la componenda entre el gobierno y los partidos en la mesa de negociación de la OEA (una repartija anticipada).

(2) En el año nuevo de 2005, Antauro Humala se rebela en Andahuaylas y toma el control de una comisaría, y su hermano lo apoya desde Corea del Sur, señalando que es legítima la insurgencia contra un presidente que no cumple sus promesas. Luego se desmarca y pide la rendición cuando los acontecimientos escapan de control.

(3) El 2006, Ollanta Humala encarna una candidatura radical, a la izquierda de la izquierda, amiga de Chávez y Cuba, que planteaba la recuperación de los recursos naturales, la revisión de los contratos de privatización, la lucha contra la corrupción y la convocatoria de una Asamblea Constituyente. Luego de ganar la primera vuelta, casi todos los analistas especulan que se correrá al centro, rebajará su programa y buscará alianzas, o se quedara en 30%. No lo hace y llega a 47%.

(4) Me ligo a Humala luego de la campaña, cuando me pide que lo asesore para su postulación en el 2011. Eso hago durante un año y en el 2007 entró a trabajar en La Primera y a apoyar al candidato progresista y radical como alternativa a los demócratas neoliberales y al fujimorismo. En el final del año 2010, Ollanta redefine sus asesores, contratando los servicios de un equipo brasileño y forma un comité de campaña. Quedo fuera.

(5) A partir de diciembre del 2010, empieza surgir un nuevo Humala, que ya no enfatiza en los cambios sino en las ayudas sociales, que evade confrontaciones y responde con el silencio los ataques, que busca tranquilizar a los que están asustados con su presencia. Cuando le pregunto si no teme perder el apoyo de sus electores por su sorpresiva moderación y no llegar a la segunda vuelta, me contesta que si me refiero a los radicales él ya los tiene en el bolsillo (lo que fue cierto para ganar las elecciones por falta de alternativas; y fatal para gobernar)

(6) El Ollanta del 2011 estaba convencido de haber encontrado la fórmula para ganar y conservar el poder, y que sus antiguos amigos no lo entendíamos. Había iniciado un camino para separarse de cualquier control político o social de sus decisiones. Cuando le pregunté, en una de nuestras últimas conversaciones en vísperas de su juramentación, como era que antes rechazaba todo compromiso con la clase política y ahora estaba buscando ministros de derecha, me contestó que ahora él tenía el poder y ponía las condiciones.

Entonces me di cuenta que el candidato que me ofrecí a apoyar cinco años antes ya no existía. E iba a ser cuestión de tiempo para que apareciera el presidente que lee lo que le dicta Castilla e ignora las demandas populares que se expresan a pocas cuadras de donde está hablando. 

31.07.13
Columna de Wiener

Miércoles de Política Nº 5

martes, julio 30, 2013

Ollanta vuelve a los cuarteles

¿Tiene algún significado el hecho que el desfile militar de este año haya sido el más prolongado del que se tenga memoria y que se haya dicho que por problemas del clima no se pudo hacer una presentación aérea que hubiera quizás prolongado el espectáculo hasta las cinco horas?

Un día antes, para cumplir con el mandato constitucional de entregar su mensaje anual a la nación, el presidente Humala dio clara muestra de que estuvo más interesado en llenar las tribunas del Congreso y las cuadras del jirón Junín hasta Palacio de personas con encargo de vitorearlo, aún en las partes más intrascendentes de una exposición casi totalmente intrascendente.

El documento que contenía un supuesto balance de gestión y sus proyecciones, no cumplía ninguno de los dos objetivos y apenas era útil para que la CONFIEP pudiera decir que le había gustado la pieza porque traía tranquilidad al no ofrecer nada nuevo. Las barras que insistían en el estribillo “Ollanta dignidad”, eran en cambio una consciente respuesta al grito de las calles de todo el mes de julio y que resonaba todavía a esas horas en la plaza San Martín y que decía: “Ollanta es un traidor”.

Pero si la lectura que se desprende de los actos del 28, era la de un presidente al que no le hacen mella las protestas en desarrollo, lo que se ha trasmitido este 29 tampoco parece ingenuo. Es como decir que si a Ollanta lo quieren arrinconar con marchitas, él puede responder con una marchota de todo su poderío bélico. El presidente militar se está tratando de poner el uniforme ante una situación que se desmejora. Y claramente se ha querido que ese despliegue se produzca frente a una muchedumbre popular que en su mayoría debe haber ignorado el discurso presidencial y las opiniones de sus críticos.

En medio de la irritación social contra los políticos, las repartijas y la corrupción, Ollanta tiene el recurso de presentarse más como comandante del ejército, que como miembro de la élite que nos gobierna. Tal vez esté forzando en algo el análisis político, pero prefiero la suspicacia en este caso, antes que la ingenuidad. No digo que Ollanta tenga a los militares en el bolsillo, sino que está tratando de reconstruir puentes para la etapa que comienza.


Nótese algo más: estamos muy cerca del fallo de La Haya, pero el armamento mostrado no revelaba una potencia suficiente como para indicar un cierto equilibrio con nuestro vecino. Por tanto esta no era la intención de la interminable parada del 29. Tampoco que de ahí seguía la recuperación del VRAEM. Tal como lo vi, lo que querían decirnos era que el presidente estaba de lo más bien con sus generales y almirantes, y que el pueblo-pueblo los aplaudía. Si esto no es una respuesta a las movilizaciones, ¿de qué se trata?

30.07.13

lunes, julio 29, 2013

Ollanta quiso negar la crisis

El primer mensaje que Ollanta Humala ha querido transmitir en su perorata por 28 de julio es que para él no existe crisis ni necesidad de darle alguna respuesta al malestar ciudadano que tiene su punto más alto en las marchas de julio, y que se puede confirmar a través de la lectura de todas las encuestas o de cualquier conversación en la calle.

A pocas cuadras del Congreso donde él hablaba había una extraordinaria concentración de trabajadores y jóvenes que en plenas fiestas escucharon en pie de lucha lo que el presidente iba a decir, para continuar sus movilizaciones. Y Ollanta los ignoró; más aún sus operadores se encargaron de rellenar las tribunas del Congreso con una portátil ayayera que lo interrumpía cada dos minutos.   

El presidente quería decirnos que no está sólo, a pesar de la repartija y de los retrocesos vergonzosos de los últimos meses. Por eso fue además que se retiró a pie hacia Palacio para trasmitir la idea de que no le teme al pueblo. Por supuesto si hay unos 5 mil policías en posición de ataque entre él y la protesta. Pero, lo más importante de todo, Humala ignoró a la calle movilizada. No dijo nada sobre la indignación juvenil o los reclamos de los trabajadores. No tendió ningún puente. Las únicas preocupaciones a tomar en cuenta fueron las empresariales, a las que llenó de ofrecimientos.

Y ahí viene el segundo contenido del discurso, que está dado por una interminable relación de obras, inversiones, proyectos, ideas, todo a la vez, en las que figuran puentes, conexiones eléctricas, cobertura de agua, una consulta previa, montos para el sector salud (que se encuentra en huelga), etc. Nada que apunte hacia alguna modificación del orden existente. Pero a Ollanta le sirve para presentarse como un buen administrador, cuando sus adversarios de derecha le dicen que no hace nada.   

El tercer mensaje, es el que reconoce por primera vez que el ciclo de crecimiento basado en materias primas, aquel por el que el gobierno se batió con tanta brutalidad en el conflicto de Conga, está terminando, y que el Perú se va a tener que apoyar en las reservas y capacidades acumuladas y que tarde o temprano empezarán a debilitarse. Ante esta perspectiva el presidente ha hecho la única propuesta de su discurso: apuntar a llegar a ser un país industrializado, que dependa menos de sus  recursos naturales y más de su trabajo y su inteligencia.

Pero esto no se consigue con cursos de capacitación de jóvenes o con buenas relaciones con los empresarios. La ideología que está impuesta en el país y a la que Ollanta se ha rendido no permite fijarse en objetivos de crecimiento por sectores, ni escalas de prioridades. Si alguien le ha dicho al presidente de que por donde va puede llegar a sacarnos del esquema extractivista, lo están engañando.    

29.07.13

domingo, julio 28, 2013

El espíritu que nunca fue

Hoy se cumplen dos años de la juramentación de Ollanta Humala como presidente del Perú y del último gesto de desafío al orden establecido por la dictadura fujimorista, resumido en la frase de que juraba por el espíritu de la Constitución de 1979. No era mucha cosa para quién había señalado mil veces que el documento de 1993 era “delincuencial” y que debía ser reemplazado a través de una Asamblea Constituyente. Pero igual desató una batahola naranja e impulsó como un resorte a Martha Chávez a gritar durante toda la ceremonia con lo que consiguió ser la primera sancionada por el Congreso.

Trascurrido el tiempo, la pregunta que cae de su peso es cuál ha sido el espíritu dominante en los actos de este gobierno. La Constitución de 1979, votada por apristas y pepecistas que ahora no la defienden, reflejaba un momento de alta efervescencia y protagonismo popular, que había seguido al proceso trunco de reformas y nacionalizaciones de Velasco. Los ejes de esa Constitución eran la universalización del concepto de ciudadanía (voto a los analfabetos), la ampliación de derechos sociales y de obligaciones del Estado respecto a las persona, la pluralidad económica y la protección de las poblaciones vulnerables.

Era un texto progresista, por detrás del espíritu radical reformador de comienzos de la década de los 70. Pero el Humala real ha quedado muy lejos de ser el restaurador de lo que podía ser lo mejor de la época en la que el Perú empezó a asomarse a la modernidad y a una democracia de mayorías reales y activas. El espíritu que rodea a su gobierno, es el de un conservadorismo profundo, un temor absoluto al conflicto y un sometimiento a las reglas de los que se aseguraron un Estado a su servicio con un golpe y una nueva Constitución a su medida hace 20 años.

Algunos dicen, a manera de excusa, que Ollanta no podía patear el tablero y modificar los equilibrios. Pero no es verdad. Pocas veces se juntaron tantas condiciones a su favor: una candidatura ganadora con un mensaje explícito de cambio votado por la mayoría del país; una movilización social en todo el territorio nacional para apoyar una gestión transformadora; una identificación entre presidente y Fuerza Armada que impedía que pudiera usada en su contra; una oposición dispersa y temerosa; una tecnocracia neoliberal dispuesta a abandonar el barco; un contexto latinoamericano inclinado a la izquierda y con varios gobiernos fuertes en condiciones de apoyarlo.

Con todo eso y con un espíritu distinto al de los 90-2000, se podía avanzar mucho y en todo caso hubiera sido una buena lucha y la afirmación de un liderazgo para la historia. Pero Ollanta eligió el espíritu enano de los que no arriesgan, de los que traicionan a su pueblo, de los que se aferran al poder por el poder mismo.          

28.07.13