La Venezuela sin Chávez, es otra.
Sin un liderazgo suficiente para cohesionar la mayoría del país, hacer creer a
la gente que tiene futuro y aislar a la reacción que quiere volver atrás a la
historia y ser el ariete político de la recuperación de la influencia e
intereses de los Estados Unidos en esta parte del mundo. El error mayor de
Maduro, quizás inconsciente, pero real, ha sido haber creído que él debía ser
Chávez o una especie de médium del líder muerto, y preguntarse cada vez lo que
hubiera hecho el comandante ante los problemas que lo han abrumado desde que
llegó a la presidencia. Y no es Chávez, sino un dirigente que ha tenido que
ocupar su puesto, y que debe construir otra forma de liderazgo que aún no se vislumbra.
Las derechas, a veces unidas y otras
desunidas, han tratado de sacarle ventaja a la debilidad crítica del proceso
expresada en un cambio inestable de conducción, y en la suma de problemas
acumulados en la economía y en la seguridad en las ciudades. Evidentemente ha
avanzado, como se vio en la elección presidencial de abril, pero no lo
suficiente ni lo consistente que esperaría como se comprobó en las locales y
regionales de diciembre donde perdieron ampliamente. La ambigüedad de la
situación es que no están seguros de que podrán seguir capitalizando el
desgaste gubernamental hasta decidir el poder en las urnas, o si el su momentum
puede terminar diluyéndose. Todo indica que Capriles y López tienen diferente
valoración de lo que ocurrió en el 2013. Por eso, uno quiere ahorrar fuerzas e
ir paso a paso, y el otro quiere precipitar el enfrentamiento con lo que tiene
a la mano.
En los últimos días el que ha
marcado el paso y ha crecido dentro de los suyos es López, mientras Capriles ha
tenido que morderse la lengua para no desautorizarlo, pero ha evitado aparecer
como su defensor. El tal Leopoldo ha logrado impulsar fuertes movilizaciones
callejeras, plenas de violencia y de afán golpista, y ha puesto en evidencia
tener gente capaz de morir y matar por él. Calculando que el movimiento iba a
decaer y que luego iba a quedar expuesto, optó además por entregarse a la
policía para hacer al gobierno responsable por su seguridad, al tiempo que se
convierte en el rehén del régimen para las siguientes jornadas y el símbolo de
la "democracia" a nivel internacional.
El problema es que una vez dado este
paso ya no hay vuelta para atrás. La táctica de Capriles ha quedado
desautorizada por las marchas y sólo se podría volver a ella si fracasa el plan
actual. Para algunos sectores el vértice actual es el punto en que hay que
presionar con todo. Patricia Poleo, una de las periodistas de la derecha
venezolana engreídas por la prensa peruana, no ha dudado en pedirle a
Washington su intervención ahora, lo que nuestro país casi no ha sido noticia.
Otros reclaman que la OEA aplique su Carta Democrática, es decir que de trato
de “golpe de Estado” a la acción del gobierno electo democráticamente. Y hay
los que dudan entre seguir movilizándose y buscando más muertos, para que la acción
internacional se vuelva inevitable, y aceptar alguna negociación con el poder.
Sin duda es un momento grave, con
sombras de guerra civil, en un país donde se juegan muchas cosas: petróleo
critico para el abastecimiento norteamericano y de otros países; liderazgo de
la corriente autonomista latinoamericano, frente a otras opciones pro-estados
Unidos como Alianza del Pacífico; fuerza de masas contra masas y crecimiento de
los actores armados; unidad del Ejército; vigencia de la Constitución; etc. El
hecho de que en el Perú nos hayan dicho hasta el cansancio en estos días, que
esta es una dictadura malvada que reprime a los jóvenes y no entrega papel
higiénico para que la gente haga sus necesidades, no debería evitarnos el
esfuerzo de buscar mayor información y una comprensión de lo que representa la
derecha del joropo muy parecida a la del vals y la marinera. En el fondo ambas
prefieren los ritmos de Miami.
23.02.14
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