Cuando vi el lema de la campaña de Gana Perú para llevar a
Ollanta Humala a la presidencia el 2011: “Honestidad para hacer la diferencia”,
sentí un enorme vacío y la primera sensación de estar siendo estafado. Era
diciembre del 2010, y la fórmula venía acompañada por el cambio de los polos
rojos por blancos y por un discurso en que desaparecían los responsables de los
males peruanos, y se ofrecía un gobierno con una bolsa grande programas
sociales.
Días después llegó a mis manos los resultados de una
encuesta por encargo que mostraba lo difícil que iba a ser la carrera de los
meses siguientes y un informe de focus
group, que había investigado fortalezas y debilidades del candidato. De ahí
habían salido algunas conclusiones: que la gente lo veía duro, irritable y
pleitista, lo que generaba temor; pero al mismo tiempo lo consideraba sincero,
no corrupto e intransigente con los deshonestos, que terminó sintetizado en la
idea en que Ollanta era el honesto, en todos los sentidos de esa palabra: que
cumple lo que dice, que persigue a los bandidos y que cuida el dinero del
Estado. Y eso hacía la diferencia.
Ahí estaba toda la explicación del cambio político para
iniciar la primera vuelta, lo que explica además por qué en los meses
siguientes se retiraron varias posiciones del plan de la Gran Transformación, a
presión de la prensa de derecha, en temas como concentración de medios, reforma
tributaria, revisión de contratos, etc., que se anticiparon a la Hoja de Ruta
de la segunda vuelta. Lo que presidió las dos etapas de la contienda fue sin
embargo lo de la honestidad que estaba en todos los polos, spots y avisos
publicitarios. Aunque el candidato no hablase de ello, como si fuera un
sobrentendido.
Muchas cosas que han pasado después han convertido el lema
campañero en una de esas ironías que se repiten desde la oposición para marcar
las inconsecuencias. En el sector popular, que fue abrumadoramente ollantista,
la honestidad se cayó con la palabra incumplida en casos como Conga o Tía
María, en la política económica continuista, en la represión de las protestas,
contra todo lo que se había dicho como candidato en plazas y pueblos. En la
derecha, con asuntos oscuros como el resguardo a López Meneses, que ha llevado
a especular con un ollantamontesinismo, dicho por fujimontesinistas y
apromontesinistas; y las maniobras reales o aparentes para meter de contrabando
la candidatura de Nadine.
También se habla de sobrecosto del Tren Eléctrico, los
binoculares no comprados y otros. Pero ahora está el tema de los aumentos de la
alta burocracia preparado durante meses con alevosía y ventaja, como mostré en
una nota anterior, y el uso del Fallo de La Haya para doblarse las
remuneraciones. Y es inevitable que se sienta una sensación de vieja política,
deshonesta y tramposa, que no hace ninguna diferencia.
16.02.14
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