Estamos terminando la semana de inauguración del nuevo
restaurante de Gastón y Astrid, para lo que han llegado al Perú, algunos de los
más reputados Chef de España, remarcando con su presencia el “nivel” del
acontecimiento, que obviamente no es un evento popular como otros que también
promueve el cocinero estrella del país. En medio del alboroto, además, se ha
mencionado insistentemente que el lugar escogido para instalar el local de
bandera de la pareja gastronómica es la antigua Casa Moreyra en el corazón de
San Isidro.
Se dice que de aquella casa de origen virreinal, que era el
centro de una gran hacienda, la condesa de San Isidro, Rosa Gutiérrez de Cossío
le ofreció una recepción al libertador San Martín en 1821. Años después al fallecer
la última representante de la familia de nobles, la propiedad pasó a manos del
abogado Francisco Moreyra que hacía las veces de albacea, que años después la
perdió por malos negocios ante la familia Paz Soldán. Irónicamente a fines del
siglo XIX, un Moreyra se casó con una Paz Soldán y ambas familias quedaron
selladas como uno de los troncos de la aristocracia limeña y con la casa
Moreyra como su emblema. La Hacienda por
cierto cedió al empuje de la ciudad y a la aparición de nuevas avenidas, pero la
casa quedó hasta su reciente revaloración gastronómica.
Yo no sabía nada de esta historia cuando mi amigo Cabrera,
me dijo que Manuel Moreyra Loredo, a quién acababa de conocer como el asesor en
temas económicos del diario El Observador y que venía de presidir el Banco
Central de Reserva en los años finales del gobierno militar, era el “conde de
San Isidro”. Efectivamente era un descendiente directo de la familia
sanisidrina (como también lo es la periodista Rosa María Palacios, de una
generación posterior), pero su imagen tenía muy poco de nobiliaria. Hasta
entonces lo había considerado uno de los responsables del moderado giro liberal
de los últimos años de Morales Bermúdez, al lado del ministro Silva Ruete, con
el que habían producido un fuerte ajuste a los precios internos, alineado
aranceles y facilitado el ingreso de productos extranjeros en una economía
superprotegida.
Pero ahora lo tenía delante de mí y yo era el jefe de la
sección económica del diario (tres páginas) y él un asesor de funciones imprecisas
que tenía una oficina con una alfombra en la que se hundían los zapatos y un
gran escritorio, al lado del área donde mi equipo hacía su trabajo. Esa oficina
en los hechos terminaría a su pedido siendo mía, pero al principio era un sitio
que permanecía vacío casi todo el día, hasta que a cualquier hora llegaba el
conde, con una camisa que casi siempre era color amarillo y que usaba suelta sobre
la correa del pantalón que también era invariablemente marrón y con basta,
llegaba hasta mi escritorio y cogía cualquier revista o libro que estuviera
leyendo y se lo llevaba a su cubículo exageradamente alfombrado, donde se
sacaba los zapatos y ponía los pies sobre el escritorio hasta quedar cerca de
la posición horizontal.
Al rato me llamaba y empezaba a contarme informaciones
económicas que había recibido o temas en que había estado pensando. Así
empezábamos a armar campañas, como por ejemplo la de demostrar la debilidad de
las reservas monetarias durante el gobierno de Belaúnde, que estaban basadas en
certificados de divisas de particulares y no en dinero del que pudiera disponer
el Estado. Ese fue el tema sobre la posición de cambio negativa del BCR, que
produjo varios titulares, que no sé si la gente entendía, pero que fue de todas
maneras materia de comentarios. Metidos en el tema, me encargaron preguntárselo
directamente al presidente en una de sus conferencias de prensa los domingos en
la mañana en el jardín que está a la espalda de Palacio.
-
¿Qué nos puede decir de la posición de cambio negativa
del BCR, señor presidente?
-
Que tenemos suficientes reservas.
-
Pero no son de libre disponibilidad del Estado
para cubrir sus obligaciones. Podría haber una crisis, ¿no le parece?
-
¿Y cómo va la marginal de la selva presidente?
Era Roxana Canedo de Panamericana la encargada de salvar a
Belaúnde de las preguntas incómodas. Y por cierto que la crisis de divisas se
venía y en el gobierno de Alan García adquirió dimensiones de catástrofe. Pero
creo que Belaúnde nunca entendió lo más elemental de economía, y Moreyra que
era abogado de profesión, se recreaba con la ignorancia de los políticos, pero
su manera de ponerlos en ridículo era elaborada y no adjetiva como ahora ocurre
muchas veces.
CONAPLAN
Un día Moreyra me encargó ir al Hotel El Pueblo, en la
carretera central, para asistir a una reunión del CONAPLAN (Comisión de Plan de
Gobierno del APRA), que preparaba la campaña de Alan García, a pescar alguna
información económica. Pero la verdad es que aburrí de oír los supuestos planes
por sectores, que no daban base a ninguna noticia. Al retirarme hice varias
entrevistas a parlamentarios apristas entre ellos a un tal Carranza que se tomó
unos aires tremendos para decir:
-
No se puede gobernar con alta inflación
El Conde oyó mi informe y sólo se interesó en las palabras de
Carranza. Yo le dije que me parecían obvias. Pero insistió y me pidió que
armara una nota para la primera página. Eso hice. Un titular decía la frase
épica del diputado, y era acompañado por un sobretítulo con su nombre y una
pequeña foto, como correspondía a un diario serio. Los días siguiente vi a
Carranza declarando a diestra y siniestra sobre la inflación. Años después el
APRA alcanzaría records mundiales de inflación.
Balance
Manolo Moreyra sería un derechista moderado en la visión de
un izquierdista de la época. Yo tuve en cambio la experiencia de conocer a un
aristócrata que participó codo a codo del esfuerzo de un grupo de trabajadores
por sacar adelante un diario cooperativo tras el abandono de los propietarios;
un nacionalista sincero que estaba convencido que el Perú sólo podía
desarrollarse a través del ahorro interno y no de la inversión extranjera en
recursos naturales; un promotor de controles a la banca privada que aplaudió la
estatización bancaria en México y Francia; un amante del arte; un maestro de
generaciones jóvenes, del que aprendí muchas cosas. En el año 2000 un cáncer
que lo había acompañado varios años se lo llevó de este mundo. Lo había visto
unas semanas antes en el Canal de Belmont y me abrazó cariñosamente.
23.02.14
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