Una breve semblanza de un
hombre enamorado del poder
Una foto clásica de la revista Oiga,
reproducida varias veces, muestra a Alan García, con menos de 30 años, en una
esquina del hemiciclo del Congreso, con una casaca negra de cuero que no
llegaba a cubrirle el brazo, como si estuviera hecha para personas con
extremidades más pequeñas. Eran los días de la Constituyente y el que sería más
tarde dos veces presidente de la república era un joven diputado aprista al que
se le asociaba con las fuerzas de choque de su partido que se habían enfrentado
duramente con la izquierda en las calles aledañas en los primeros días de
funcionamiento del nuevo organismo.
Otras fotos de la época vuelven a mostrar a
García con la misma casaca desajustada a su talla en intervenciones en el pleno
y en declaraciones a la prensa. Hasta se podría decir que era su única prenda
de vestir para esas circunstancias. Lo que no se sabe, sin embargo, es que la
chaqueta de cuero había sido comprada en una excursión de miembros del partido
para adquirir ropa de segunda mano al mercado de prendas usadas que se ubicaba
cerca de La parada y era conocido por el nombre de la Cachina.
¿Cómo había llegado Alan García hasta ese
lugar para vestirse para iniciar su carrera parlamentaria. Según cuenta el que
fuera su íntimo amigo, Rómulo León Alegría, todo comenzó con un encuentro con
el dirigente sindical Luis Negreiros, tan joven como García y León, en el que
la sorpresa era el saco de gamuza y los zapatos finos del obrero frente a los
jóvenes profesionales sin dinero. ¿De dónde sacaste eso?, preguntó García y
Negreiros les contó el secreto de la ropa de segundo uso. Así surgió un grupo
de cachineros que nadie se percataría de su precariedad.
Juego
de candidatos
En 1980, Alan García era el secretario de
organización del APRA y se estaba preparando la campaña presidencial de ese año
y en el partido habían dos candidatos: Andrés Townsend, que era el dirigente
con mayor preparación teórica y con las mejores relaciones con otros sectores
políticos, ubicado en la tradición del “cachorro” Seoane, del que se
consideraba legítimo heredero; y Armando Villanueva, que representaba la
tradición del partido clandestino y sacrificado, y que en un gesto que se puede
considerar calculado había renunciado a la opción de formar parte de la
Constituyente para dedicarse a organizar al partido.
García y León eran del sector armandista
que era una manera de decir que eran de la fracción camiseta que privilegiaba
la proyección interna del dirigente sobre su figuración hacia afuera. Así se
llegó al evento de Trujillo en el que el secretario de organización tuvo la
manija en el reconocimiento de las delegaciones y desde allí ayudó a la
victoria de Villanueva. Como se sabe, el “zapatón” nunca fue presidente y su
campaña del año 80 fue un monumento a lo que no se debe hacer en elecciones, al
presentar al partido como una potencia dispuesta a pasar sobre lo que se le
pusiera al frente. El APRA tenía ola fuerza, decían los eslóganes que se
cantaban con himnos marciales. Belaúnde fue elegido presidente por segunda vez
y Villanueva se encerró en su casa como autocrítica práctica por no haber
podido lograr la victoria que les había encomendado Víctor Raúl Haya de la
Torre.
En 1982, García reunió a su grupo
generacional. Tenía 32 años, pero lo que iba a comunicarles merecía un tono
grave como si hubiera madurado a gran velocidad. En medio de la ansiedad de los
presentes dijo que había decidido postularse a la presidencia. Alguien le planteó
el tema de la generación intermedia que se había preparado por años para
reemplazar a los viejos y Alan contestó que esa era gente malograda, que se
había contaminado con los arreglos con los grupos oligárquicos en la época de
la convivencia y la superconvivencia. Se necesitaba un nuevo liderazgo y eso
empezaría a decidirse en el Congreso de 1983, donde se decidiría una nueva
secretaría general.
Empezaba la batalla para desplazar a los
cincuentones y cuarentones que antecedían al ambicioso aspirante a la
secretaria general cuya proyección electoral se iba haciendo evidente entre sus
compañeros. León cuenta que entre los viejos había una resistencia muy fuerte
al plan de García, y que el propio Armando desaprobó el proyecto. El único que
tenía un pacto secreto con el candidato de los jóvenes, era Luis Alberto
Sánchez, que finalmente lo respaldó en el congreso del partido ante la sorpresa
general. En 1985, el viejo zorro sería el acompañante en la primera
vicepresidencia del candidato aprista de 35 años, que ya no hablaba del
partido, ni de la fuerza, y que había reemplazado los himnos por melodías mucho
más amables.
García era Alan Perú, un movimiento
supuestamente más ancho que el aprismo, que enfrentaba el desgaste del bloque
AP-PPC que venía de ser gobierno y que estaba colocado a la derecha del
candidato de la estrella, y a la Izquierda Unida de Barrantes que tenía el
municipio de Lima y que iba en ascenso, Al final García ganó por amplio margen
seguido por la izquierda, y más atrás el PPC de Bedoya y AP con Alva Orlandini.
El mozallón, como le llamaban entonces había derrotado a todos sus rivales
internos y externos. Entraba en la historia del Perú y en otras historias que
lo convertirían en el centro de debates y acusaciones. Sobre eso se ha escrito
bastante y se seguirá escribiendo y discutiendo.
02.02.14
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