Vamos, Aldo.
La verdad es que después de la manera tan canalla como
trataste (y sigues haciéndolo) a Javier Diez Canseco y la falta de
remordimiento que muestras por lo que hiciste, así como después de leer tu querella
con Gisela Ortiz, a la que quisiste meterla de “senderista” para debilitar los
argumentos del juicio a Fujimori, quedan bien pocas ganas de hacerte aunque sea
esos rituales de solidaridad que tu realizas y que ahora reclamas a Lévano y a
mí, frente al reciente fallo de la Suprema sobre tu persona, que parece que fue
arreglado para perjudicarte.
Obviamente no otorgo ninguna autoridad moral a Rodríguez
Erazo para sentirse difamado y creo que fue una buena cosa que le cerraran el
camino al Tribunal Constitucional. Hay que imaginar con lo que ya hemos visto
con el actual Tribunal, mediocre y prepotente, lo que podría haber pasado si el
director de “La Nación” se integraba a ese equipo donde las sentencias parecen
provenir de una repartija de acuerdos los intereses y relaciones particulares
de cada uno de sus miembros, en vez del derecho constitucional.
Así que aunque sea por una vez, o por casualidad, has
defendido una causa justa y no has necesitado explicar las cosas con el
artilugio de dividir el mundo entre rojos y buenos, clasificación en la que
pones dentro de la segunda categoría a Alan García, Fujimori y otros por los
que profesas franca veneración, pero siempre con la puntualización de que esto
no te hace ni aprista ni fujimorista, que es la forma más cómoda de andar del brazo
con ellos.
Ciertamente el poder judicial no es confiable en muchos
sentidos, y especialmente en materia de libertad de expresión. A mi me ocurre
que por un mismo artículo un juez y un tribunal superior me absuelven y una
jueza me condena y me encuentro en la espera de lo que dictamine la Segunda
Sala Penal ante la que apelé. No he escrito mucho sobre esto porque pienso que
tener una columna diaria es un privilegio que no lo han dado para hablar de mí
sino de lo que le interesa a la gente. Sería una ofensa a mis lectores que les
dedique una semana de notas pidiendo solidaridad, sea o no que la merezca.
Antes se decía que un juicio de un tipo con la trayectoria
de Ramírez Erazo o de una empresa prepotente como LAP eran galardones a la
carrera periodística. Pero a estas alturas tengo mis dudas. Sobre todo si los
jueces tienen tanto espacio abierto como para dictaminar en cualquier sentido
amparados en dos abstracciones: la libertad de expresión y el derecho al honor,
que pueden ser interpretados de manera ancha o restrictiva. Así hay periodistas
que llegan a creer que pueden hacer leña de quién quieran y jueces que fallan
de acuerdo al peso político o económico del demandante.
26.09.13
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