Ollanta Humala dirige un gobierno que es una continuidad de
las políticas que se han desarrollado en el Perú en los últimos 23 años.
Un hilo básico lo conecta con Fujimori, Toledo y García, y
ese es el de la persistencia de un modelo económico en cuyo eje está la
definición del papel del Estado como un facilitador de ventajas, oportunidades
y recursos para que el capital privado se encargue de mantener el crecimiento,
en función a sus intereses y a las tasas de rendimiento.
Este es un proyecto netamente de derecha, no importa si la
justificación es ideológica (libertad económica) o pragmática (es lo que
funciona), o si se le añaden programas sociales para pobres.
Finalmente la traición de Ollanta Humala a sus ofertas
electorales y al pueblo que le creyó, tiene que ver con haberse puesto a la
cabeza del Estado con un voto popular, provinciano y cargado de esperanzas, y
no haber intentado siquiera usar ese instrumento para que las mayorías logren
una voz más fuerte frente a los grupos dominantes que se sienten dueños del
país.
Ollanta está en la derecha, pero los empresarios, los medios
de comunicación, los partidos del sistema no lo consideran uno de los suyos.
Está en lo que ellos quieren y cada vez es menor su temor de que se pueda
apartar del libreto, pero no le otorgan su confianza como sí se la dieron a sus
predecesores.
¿Cuál es la explicación para los editoriales de Du Bois que
han marcado al presidente como sometido a la esposa, hermano de corruptos y
asesinos, reclutador de narcos para el Congreso, pensador errático en compras e
inversiones petroleras, amigo de chavistas, incapaz de producir la “confianza”
que le piden a gritos los empresarios, etc., si Ollanta tiene a Castilla y
Velarde manejando la economía y sigue cediendo cuando le exigen leyes
proinversión?
Y no es el único, por supuesto.
Ahora además, el mismo Fritz va a pasar a la dirección de El
Comercio, en franco reconocimiento a sus servicios por haber logrado que el
presidente que asustaba a la derecha termine asustado de ella.
Este es por cierto el punto clave. A Ollanta se le ha podido
derechizar fácilmente, pero todavía no está saldada su responsabilidad anterior
que es la de haberse atrevido a recurrir a la movilización de los marginados y
afectados del modelo económico y social imperante para abrirse paso hacia el
poder.
Para los estrategas del sistema este un riesgo mayor que no
puede volver a repetirse. Por eso Humala puede seguir gobernando porque no hay
otro remedio, pero lo va a hacer humillándose, pidiéndole a sus viejos enemigos
que le perdonen la vida.
Usando el poder empresarial, mediático y tecnocrático, la
derecha ha hecho un fantasma del otrora rebelde contestatario. Y la gente que
se movilizó a su lado y creyó en un victoria posible sobre los poderes
dominantes, está recibiendo el mensaje de que el cambio es una utopía
imposible. En otras palabras que la política tiene ganadores invariables y que
la lección debe ser aprendida.
A Ollanta le hicieron creer que el crecimiento económico y
algunos programas sociales focalizados en pueblos muy pobres y muy pequeños era
suficiente para caminar sobre el 50% de aprobación y que los que le criticaban
el abandono de sus promesas no sabían cómo es que se gobierna.
Pero de pronto empezó a ver que sin haber cambiado su rumbo,
el esquema se le caía de las manos y de más de 50 bajó a menos de treinta en
muy pocos meses y lo que es peor cada vez que hizo el intento de ceder para
recuperar espacio, aumentó el desgaste y los números se hicieron más crueles.
La derecha dijo que ya está casi listo. Y preparó un nuevo
apaleo. Después de todo no hay cosa más simpática que tener un gobierno de
derecha y decir que la derecha no es la que gobierna.
11.09.13
Columna de Wiener
Revista Miércoles de Política Nº 11
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