Era
15 de septiembre de 2008, hace cinco años, y por una invitación inesperada
había llegado a Ginebra, Suiza, para participar de un taller del Alto
Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, referido al tema
de las diversas maneras cómo eran afectados los derechos de las personas por
los procesos de ajuste y reforma económica y la necesidad de proponer medidas
para protegerlos.
Era
una de esas reuniones en las que se revisan documentos de eventos
internacionales y se preparan borradores para la siguiente, que en este caso
estaba proyectada para diciembre de ese año, como homenaje a los sesenta años
de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, aprobada por las Naciones
Unidas. Pero, por la fecha en que estaba citado, el taller de Ginebra se metió
en una encrucijada. En la mañana cuando estábamos instalando los trabajos, nos
enteramos de pronto que el mundo había empezado a cambiar.
Las
noticias que circulaban indicaban que se había producido una monumental quiebra
de uno de los bancos de inversión emblemáticos de los Estados Unidos. La crisis económica mundial había comenzado
en el punto en que se hizo imposible seguir maniobrando para evitar la debacle
de las mayores entidades financieras que se presentaban como indestructibles,
pero estaban cada más comprometidas por el crecimiento de sus malas deudas,
operaciones sin garantías y actos dolosos que incluían información falsa sobre
sus estados contables y sus finanzas.
Por
supuesto que el tema de atención entre los que estábamos en Ginebra giró
dramáticamente. No sé lo que pasó con la redacción aprobada, es decir si hay
otro documento proclamando lo que debería ser, pero se hizo evidente que no iríamos
tras un mundo ideal en el que la onda de crecimiento global, incluiría los
derechos de los sectores postergados, sino que, como otras veces en la
historia, empezaba la curva hacia abajo y otra vez los más vulnerables tendrían
que pagar las cuentas de los poderosos. En otras palabras, ninguna declaración
por los derechos humanos podría impedir que los gobiernos del planeta manejen
la nueva crisis contra sus pueblos.
Cinco
años después leo que Gillian Tett, del Financial Times, que fue de las pocas voces
que advirtió que se venía la crisis, explica cómo la economía mundial se ha
hecho menos racional de lo que era cuando cayó el Lehman Brothers: (a) los
bancos son más grandes y concentrados que antes, cuando se dijo que por sus
dimensiones sus riesgos eran directamente sistémicos. Ahora lo son más; (b) las
malas prácticas financieras se han multiplicado y explotarán en cualquier
momento; (c) el poder financiero ha crecido contra la idea de que debía
moderarse; (d) los ricos son más ricos y ha aumentado la pobreza en el mundo,
incluidos los países de mayor desarrollo; (e) no ha habido sanciones por fraude
financiero a los culpables de la crisis.
17.09.13
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