Otra vez Mirko Lauer insiste en su manida tesis de que las
investigaciones sobre corrupción de presidentes salientes responde a una rutina
del poder que hace que los que recién entrantes se afirmen por lo malo que
pueden decir o denunciar de sus predecesores. Así, a Fujimori no le interesaba
un pito si Alan García había incurrido en corrupción, como a Toledo no le
habría preocupado seriamente la de Fujimori y así sucesivamente hasta que
llegamos a que Humala estaría cumpliendo el ritual con la megacomisión y la
procuraduría de Arbizu.
No sabemos, por cierto, si lo que quiere decir Lauer es que
los perseguidores son deshonestos con las razones que usan para perseguir que
son básicamente políticas, y si de eso se deduce que las acusaciones sobre los
perseguidos son necesariamente falsas. Si esta es la lógica, habría que empezar
por anotar que Mirko cambia la historia cuando sitúa las investigaciones sobre
corrupción de Alan García como una decisión de Fujimori tras el golpe del 5 de
abril de 1992.
En realidad fue el Congreso de 1990-1992, el que le puso la
puntería al García de los 80 y lo denunció por enriquecimiento ilícito al no
haber podido demostrar el origen de los ingresos que utilizó para diversas
compras inmobiliarias. Entre sus acusadores estaban Lourdes Flores, Rafael Rey,
Ántero Flores, Fernando Olivera, Ricardo Letts, entre otros, que no eran
fujimoristas. Que luego de ello, el recién estrenado como dictador se valiera
del informe congresal para mantener a García en el exterior, por el temor de
ser procesado, es algo muy distinto a decir que Fujimori o el Ejecutivo a su
cargo fuera autor de alguna acusación.
Otra tergiversación curiosa de Lauer se produce cuando
pretende que lo importante en tiempos de Toledo fue la, llamémosle, venganza fujimorista por las
acusaciones recibidas en los meses finales del gobierno naranja, que se habrían
devuelto con denuncias a la clase política y al presidente para que todos
quedaran igualados en el foso de la corrupción. Pero no es verdad, el
fujimorismo casi se mantuvo en silencio ante su reemplazante, y fueron otros
sectores: el APRA y la izquierda, los que mostraron varios pliegues oscuros del
toledismo: el caso de las firmas falsificadas y el afán por doblegar a los
testigos; el tema de la venta de las cervecerías fuera de los canales normales
de oferta; las ventajas otorgadas al consorcio Camisea para la exportación del
gas; los contratos de las interoceánicas; etc.
Estos no eran inventos, salvo en la cabeza de Toledo que se
defendía diciendo que al nadie lo podía acusar de corrupción. Ya sabemos adonde
terminó todo eso. Pero Lauer sigue: García no persiguió a nadie, y con Ollanta
hemos vuelto ni más ni menos que donde Fujimori. Acusar a Alan es deporte
nacional. Pero aquí no pasa nada.
03.09.13
No hay comentarios.:
Publicar un comentario