domingo, septiembre 01, 2013

La CVR como sueño colectivo

El Perú de comienzos del 2001, que acababa de cerrar el capítulo de Fujimori, era una sociedad herida por la mentira y el abuso del poder. El empeño por permanecer en el poder arguyendo que sólo el sátrapa podía evitarnos recaer en la violencia terrorista y en la crisis económica, se había desenmascarado como un plan corrupto para saquear el Estado y mantener a la mayoría de los peruanos en una condición de ciudadanos menores de edad, que debían ser tutelados por un grupo mafioso que había copado las instituciones y que tenía el respaldo de las Fuerzas Armadas.

El país de los miedos que existió a lo largo de los años 90, estaba lejos de ser exorcizado, como que Fujimori todavía tenía una alta votación y el estilo autoritario de enfrentar los problemas se mantenía, como se mantiene, latente en la conciencia de mucha gente. El gobierno de transición de Paniagua fue el producto generado por una situación ambigua en la que el dictador y su asesor huían, mientras el sistema político que habían construido se ajustaba evitando los cambios dramáticos y donde la palabra más socorrida del momento fue la de concertación o nuevos consensos.

Parecía que todos los asuntos pendientes podían resolverse a través de una mesa plural de actores que buscarían transformarnos sin mucho sacudimiento en un país más racional y menos enfrentado del que habíamos presenciado en el último año del fujimorismo: la pobreza desatendida, los derechos laborales, la política educativa, las grandes políticas estatales de largo plazo y, por cierto, el balance del conflicto interno y las vías para superar los traumas que deja la guerra. La Comisión de la Verdad anunciada por Paniagua que definió sus primeros miembros, y que se echa a andar durante el gobierno de Toledo que le agrega además el concepto “ y de la Reconciliación”, quedando como CVR, era una expresión de un tiempo en que se creía que una cierta racionalidad podía imponerse a los odios del período anterior.

La CVR se echa a andar

Contra lo que suele señalar por parte de los críticos más ácidos de la CVR, este organismo no fue una creación de la izquierda ni de los “caviares” (los gobiernos de Paniagua y Toledo no respondían a esas orientaciones), y en su composición se incluyó a un exrector universitario que nunca fue izquierdista, que la presidió, un general de la aviación que había estado ligado a los servicios de inteligencia, una exministra de Fujimori y diversos intelectuales y activistas de derechos humanos. Nada que no se hubiera visto en otras experiencias de investigación de períodos prolongados de violencia.

Tampoco es verdad que tuvieran un diseño destinado a “igualar” a la subversión armada con las fuerzas estatales encargadas de su represión. El punto de partida de la CVR era que esta guerra, con sus trágicas consecuencias, no habría existido si la organización política Sendero Luminoso no hubiera decidido iniciarla y si los métodos que utilizó no hubieran sido tan cruentos y despiadados. La idea era que si bien un orden social plagado de injusticias y que recorta los derechos alimenta la violencia social, la decisión de tomar las armas para enfrentar al Estado y a las Fuerzas Armadas fue de los insurrectos, que en su mayoría han pagado con su vida o con la cárcel lo que hicieron. Pero la CVR, fue más allá. Adoptó un punto de vista para juzgar lo sucedido: el de las víctimas de la tragedia que fueron arrastradas por la vorágine de la guerra.

Al hacer esto no podían dejar de remarcar que las fuerzas del Estado actuaron muchas veces en contra de la población que aseguraban defender. Al privilegiar el objetivo militar, abandonaron su obligación con los derechos humanos, y cometieron diversos delitos: asesinatos, desapariciones, violaciones, torturas, etc., como si el llevar el uniforme y las armas les autorizara para arrasar. En la época de García y luego en la de Fujimori, operaron además grupos especiales de agentes estatales para eliminar los que entendían como soportes de la subversión: abogados, periodistas, dirigentes sindicales y otros. La CVR concluyó que estos hechos no eran aislados, sino un patrón de conducta que rigió en muchos momentos y muchos lugares.

Cuando se ve el rechazo exacerbado de algunos sectores hacia esta mirada integral del proceso, es inevitable desprender que seguimos teniendo dentro de nosotros personas que justifican las ejecuciones extrajudiciales como usos de la guerra y las poblaciones masacradas como costos colaterales de las acciones militares. Que creen además que están en guerra contra toda la izquierda y que tumbarse el informe de la CVR es una de sus principales batallas.

No hubo consenso

El Informe de la CVR está lleno de esfuerzos por salvar al Estado y sus instituciones de la acción de sus propios miembros. Eso puede discutirse pero estaba en la lógica con la que se formó. Los que van en contra, representan a la corriente política-ideológica que parecía estar derrotada en el 2000 y que luego ha ido volviendo a sacar cabeza y alcanzar puntos de encuentro con varios sectores que antes se consideraban adversarios. No es que hayan cambiado, porque su pensamiento es el mismo, como lo prueba lo que escriben con motivo del aniversario de la CVR.

En realidad nunca hubo un consenso mínimo sobre lo que fueron los años de la violencia política. Y si no se dieron resistencias cuando se lanzó la idea y se hizo conocer a los miembros, es porque el Perú estaba todavía muy removido y había muchas ganas de cambiar. Ese impulso acabó rápido. El miedo volvió, incluso en los gobernantes: Toledo no apoyó transformar el Informe en un instrumento del Estado, y los siguientes presidentes han andado en cámara lenta respecto a las obligaciones estatales ante las víctimas de la violencia.

Pero el Informe ahí ha quedado como para recordarnos que tuvimos una oportunidad.        

01.09.13

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