Las imágenes televisadas que pude ver en octubre de 2012, me
retrotrajeron rápidamente 43 años atrás
cuando en una mezcla de curiosidad literaria y sensibilidad juvenil me interné
en el submundo de La Parada y recorrí sin conciencia del peligro el mercado y
las zonas aledañas para encontrarme con una forma de ser limeño que no existía
en otras partes de la ciudad.
Yo había iniciado no hacía mucho una militancia
universitaria de izquierda que en poco tiempo salió de los claustros y se
convirtió en activismo en los barrios populares, que por entonces se llamaban
barriadas, y fue cuando me dieron la responsabilidad de una célula que tenía que
atender “contactos” en el cerro San Cosme, a los pies de los grandes mercados
mayorista y minorista de La Victoria.
Nuestra tarea fue ponernos en relación con el cura de la
parroquia de la zona, que era un sacerdote belga que hablaba todavía muy mal el
español, y que se movía rodeado de niñas y niños, y que era el que convocaba a
los pobladores a reuniones político-culturales los días domingos. Nosotros
debíamos llevar grupos de teatro o música, o películas para espacios cerrados,
presentaciones que eran seguidas por una intervención explicativa que corría a
mi cargo, mientras mis compañeros contactaban individualmente a los asistentes.
En realidad nunca logramos construir nada serio en esas
calles intrincadas de San Cosme y nunca volvería a saber de las personas que
conocí en esa ápoca. Sólo el cura belga volvería a aparecer en mi vida como amigo
de mi cuñado y luego como eterna y discutida autoridad de una Universidad
Privada. Pero cuando lo conocía todavía era tan inocente como para citarnos a
las ocho de la nuche en una de las entradas de San Cosme al lado de una de las
áreas de ingreso de los camiones que llevaban productos a los mercados.
El hecho es que por este bautizo fallido en la política
extrauniversitaria, me llené de preguntas sobre lo que pasaba abajo del cerro.
Y como no imaginaba que alguien quisiera compartir mi inquietud empecé a
recorrer por mi cuenta un espacio que a cada paso me brindaba una sorpresa.
Vuelvo a decir que los duros rostros de la primera e incompleta clausura de La
Parada, como los que han reaparecido en estos días, son similares a los que
observé en las tantas veces que me dirigía hacia ese lugar que parecía la
antítesis de la tierra prometida.
Lo primero que te impactaba no era el muestrario de gente:
comerciantes, ayudantes, estibadores, transportistas, compradores,
delincuentes, prostitutas, mendigos, policías, etc., sino el olor brutal de la
basura que contenía siempre el aroma de las verduras podridas a pleno sol.
Estaba en todas partes, pero habían sitios donde se acentuaba la podredumbre de
las lechugas y en otros en que podía sentirse un olor más seco. Los
apiñamientos de desechos estaban por todas partes y expuestos a la vista. Sobre
ellos circulaban perros hambrientos y si uno se detenía un rato podía ver a
enormes ratas moviéndose de un basural a otro.
Pero la vida seguía desarrollándose sobre esa inmundicia. Y
si uno se sobreponía a la fetidez podía mirar en las esquinas a pequeños ladrones
esperando por su presa y a otros más viejos con rostros cortados indicando los
límites de sus territorios. En medio del
mercado habían hoteluchos que se multiplicaban en las calles aledañas,
alrededor de los cuales ofrecían sus servicios prostitutas que no eran mujeres
de la noche sino de todo el día, y hombres que discutían el precio por
acostarse con ellas. Eran personas desgastadas por el oficio y la degradación
que las rodeaba, muy gordas, muy pequeñas, desgarbadas, sin ningún encanto,
como si fueran parte de un desfile de Fellini.
Pero en mi imaginación de 20 años, me planteaba si alguien distinto a
ellas podía reducir tanto su dignidad como para venir a ofrecerse en esa última
parte de los bajos mundos.
Había leído historias prostibularias de autores entrañables
y luego sentiría el impacto de la historia del hotel Lima y el pintor Humareda
que eligió vivir y pintar a pocas cuadras de La Parada, en medio de putas que
eran sus amigas y confidentes, y por todo eso tendía a creer que estaba
recorriendo una fuente de inspiración indiscutible y que me llenaría de una
potencia muy grande para describir los bajos fondos de mi ciudad. Incluso tuve
la osadía de llevar a mi compañera a hacer un recorrido nocturno por la calles
cercanas al mercado para mostrarle mis descubrimientos, y luego de algunas
cuadras en las que vimos personas dormir en las calles, una al lado de la otra,
cubiertas con frazadas viejas y cartones, y resentimos los pulmones por el
hedor de los alimentos descompuestos al final del día, estuve a punto de ser
cacheteado y de acabar sólo en esas calles sin destino.
Nunca di testimonio público de mis aventuras por esos lares,
por la sencilla razón de que comprendí que nadie se identificaría con mis
razones para caminar sin compañía por lo más parecido que podía haber para una
descripción sobre el infierno. La repulsión-atraccinó que podía causarme La
Parada con 20 años, se trocó en repugnancia cuando en años posteriores tuve que
volver a pasar cerca de ella y me di cuenta que era un ancla contra el
progreso. Y era además el lugar por el que pasaban casi todos los alimentos que
nos llevábamos a la mesa.
…
En 1974, trabajando en el ministerio de Vivienda, fui
encargado de representar a esta entidad en una reunión sobre el nuevo mercado
mayorista de Lima en Santa Anita, en la que participaban todo tipo de
autoridades y habían un montón de estudios que nos fueron entregados en gruesas
copias anilladas. La idea del nuevo mercado venía de tiempo antes desde que se
concluyó que La Parada no era renovable ni modernizable. Me parecía una conclusión obvia, de la que
podía dar pruebas fehacientes.
Pero desde aquella reunión hasta hoy, han pasado 40 años.
Santa Anita fue concluida en los años 90, es decir hace más de veinte años. Y
si no fuera por Susana tendríamos que aceptar que el viejo monstruo era
invencible. Miren cómo resiste su muerte, cómo salen políticos oportunistas a
enfrentar la clausura, y cómo la gran prensa se niega a sostener este cambio
fundamental para una nueva Lima.
Quizás algunos tengan instalada una Parada en el alma, con
todos los olores y desvalores de la que yo recorrí cuando era joven.
09.03.14
6 comentarios:
Estimado Raúl Wiener:
He leído su artículo y me parece excelente. Yo pensé que ya había desaparecido LA PARADA. Lo ví en un noticiero que ya era un hecho, justo hace casi un año; en Mendoza, Argentina donde resido hace 30 años.
Soy nacida en Tacna, Perú; pero ví en Lima desde 1 año de vida hasta los 20 años. Siempre me interesa todo lo que se trata de mi país, al cual amo.
Espero se haga realidad de la extinción total de esa inmundicia de LA PARADA, par que Lima resurja con la dignidad de la capital mas bella de América del Sur en el pacífico.
Un grato saludo
Xenia Mora Rucabado
www.xeniamora.blogspot.com.ar
Un gusto saber de usted y compartir puntos de vista.
Saludos
Raúl
Diste en el clavo Raúl: se ha instalado una Parada en el alma. !Terrible y miserable que no quieren el cambio sino
la coima!
¡Qué vergüenza, Raúl!
¡Cuánta diferencia con el artículo publicado por el señor Jorge Rendón Vásquez! Mientras para Ud., en sus años de juventud militante, La Parada le causaba fascinación al punto de querer ver en ella sólamente a Rinconetes y Cortadillos (corte de Monipodio incluida), para el joven arequipeño Rendón su acercamiento a La Parada tenía la humildad del provinciano que va a vender sus chucherías, como todos los otros.
Lea su artículo y desaprenda la soberbia. Vuelva a ser humano.
https://nuestrabandera.lamula.pe/2014/03/16/la-parada-mi-antigua-y-entranable-amiga/nuestrabandera/
LA PARADA: MI ANTIGUA Y ENTRAÑABLE AMIGA (La Mula)
"La Parada con 20 años, se trocó en repugnancia cuando en años posteriores tuve que volver a pasar cerca de ella y me di cuenta que era un ancla contra el progreso" ¿Y qué era lo sustancialmente diferente entre la primera y segunda vez que se acercó a La Parada, señor Wiener? Sus lamentables comentarios sobre la tragedia de La Parada convierten al hasta ahora intelectual de izquierda respetado que es usted en un triste defensor progresista-desarrollista muy acorde con la tendencia mundial que permite la destrucción de las pequeñas economías familiares (agrícola, comercial, artesanal) en beneficio del progreso.
No todas las trabajadoras y trabajadores ahora expulsados de La Parada son putas y choros, señor Wiener: hay muchísimos padres de familia, jóvenes de provincia, estudiantes cachueleros, micro-empresarios, auto-explotados al fin y al cabo, que no son los culpables de la situación en la que vivían ni en las condiciones en las que trabajaban, sino las víctimas.
Y usted, ¿bien gracias frente a su computadora?
Estimados señores que han comentado este artículo en el Blog del señor Raúl Wiener:
Mi punto de vista es que no importan las ideas políticas que tengan , ya sea de izquierda o de derecha, para tener a nuestra querida capital de Perú, Lima, LIMPIA. Eso se llama DIGNIDAD.
¿Ustedes conviven en sus casas con sus hijos con roedores, moscas, rateros, prostitución y demás miserias?
Todos desean UNA CASA LIMPIA y ORDENADA? Me imagino que sí.
Ese es el sentido de este artículo, que Lima se mantenga LIMPIA y que no ahuyente la inmundicia y el olor a pichi a todos los turistas que la visitan. Debe ser un orgullo tener nuestra querida Lima ordenada y limpia, como nuestras hogares.
Un cordial saludo
Xenia Mora Rucabado
Publicar un comentario