El otro día leía que el partido-universidad-municipio, de
César Acuña, había enviado un grupo de técnicos a una distante comunidad de
Cajamarca, donde la mayoría de las familias se dedica a la minería informal. En
plan de acercamiento habían tomado parte en una asamblea y hecho diversos
ofrecimientos de dinero, maquinarias, insumos y de becas de estudios para los
hijos e hijas de esa población olvidada, a cambio de apoyo político a la futura
campaña de este extraño partido en el que se mezclan lo político con lo
educativo y lo público con lo privado.
Hasta hoy no hay una investigación profunda sobre la génesis
de los nuevos partidos peruanos. Se sabe que el APRA provino de una
intelectualidad norteña que se fusionó con los movimientos sociales de la época,
como el de los cañeros de Trujillo; que Acción Popular nació de las clases
medias urbanas que intentaban una modernización de la política y la economía;
que la Democracia Cristiana se engendró en un movimiento democrático contra la
dictadura y que su ala derecha conformó el PPC; que el Partido Comunista derivó
de la prédica socialista de Mariátegui y los núcleos obreros de los años 20 y
30, y que la nueva izquierda emergió de la crisis del APRA y del PC,
arrastrando las juventudes de los 60 y 70 y a los nuevos movimientos
populares.
Pero eso de los empleados-militantes de Acuña, no es sólo un
tema suyo. Desde 1990, la política peruana se ejerce de una manera puntual,
basta un caudillo, una bolsa de dinero, relaciones con caudillos regionales y
locales, y una adaptación del discurso a diversas clientelas que son bolsones
de votos, y, lo demás es asegurarse una inscripción y conservarla, manteniendo
espacios en el Estado que sirven para reforzar al caudillo, aumentar la bolsa e
ir ajustando la base socio-política. Ah, claro, a todo esto hay que agregarle un
documento de programa según los requerimientos del Jurado Nacional de
Elecciones (JNE), que en realidad no obliga a nada como se ha visto hace muy
poco con la experiencia de Humala.
Este esquema tiene efectivamente el problema de que
incrementa la dispersión y la inestabilidad, y alienta aventureros a apropiarse
de cualquier bandera que amplíe su influencia. Un caso es este de los mineros
informales detrás de los que anda Acuña, pero que también fueron una de las
columnas de masas más fuertes del nacionalismo en sus épocas radicales al lado
de los cocaleros. Satanizados por la prensa, confundidos con los mafiosos de
Madre de Dios, estas personas están buscando hace tiempo una representación y
por ahí se encuentran con los nuevos políticos que dicen defenderlos hasta que
llegan al gobierno.
Ninguna de estas taras brutales del sistema político se
corrigen por supuesto subiendo las firmas para inscribirse y las vallas para
seguir en el sistema. Pero a los partidos ya instalados en el poder no se les
ocurre otra cosa.
07.03.14
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