¿A quién “engañó” Humala, si cabe la expresión, cuando
decidió archivar su programa de gobierno y las propuestas nacionalistas y
sociales que difundió durante seis años, y dejó la economía en manos de la
tecnocracia asociada a los organismos financieros internacionales y de directa
confianza de la CONFIEP?
Casi no hay que pensarlo: los traicionados del 2011, fueron
los sectores populares, castigados por las iniquidades del modelo, que creían
que iban a poder abrirle una brecha al sistema, y que quedaron en la situación
de siempre, quizás con un poco más de asistencialismo paternalista para los muy
pobres y una cierta ralentización de las agresiones sobre los derechos, que sin
embargo ha seguido la misma tendencia anterior.
Lo que no es cierto es que estos sectores populares
“pertenecieran” a la izquierda o que pudieran haber sido levantados fácilmente
a un proyecto político como pudo hacerlo el comandante de Locumba. A la
izquierda de comienzos de los 2000, le pesaban sus divisiones y derrotas
previas, su falta de mito y su confusión entre radicalizar o centrear para
recuperar espacio político. En cambio Humala, se presentaba como lo nuevo,
cargado de una leyenda insurgente y rebelde, y sin reparos en diferenciarse
brutalmente de los partidos que habían ejercido el poder.
Con esta fuerza logró ganar las dos primeras vueltas de 2006
y 2011, con más del 30% del electorado; y estuvo cerca del 50% en la segunda
vuelta de su primer lanzamiento electoral, sin hacer concesiones programáticas.
Cinco años después, logró 51.5% en segunda vuelta, en un deslizamiento hacia la
moderación que se fue acentuando en la fase final de la campaña, y que después
de la elección derivó en sucesivas concesiones de fondo hasta que no hubo dudas
que se trataba de una traición.
Las dudas y resistencias que existieron en la izquierda del
2006, que en algunos sectores llegaron hasta no votar por Humala contra García
en segunda vuelta, reflejaban precisamente eso que ahora algunos plantean de no
endosar apoyo a candidatos ajenos. Pero no hizo crecer ni recolocar a la
izquierda. Por eso cinco años después estábamos más débiles que antes, lo que
hizo más sencilla la operación de desembarcar a Patria Roja, que tenía
inscripción legal, y reducir la alianza con la izquierda a un acuerdo con los
no inscritos, que Humala creyó haber cumplido por algunos puestos que cedió en
sus listas.
No hubo por cierto fortaleza para un compromiso
programático. Pero algo es verdad. Más allá de engaños y traiciones, Ollanta
hizo una tarea fundamental al liderar por un tiempo a un tercio del país
colocado claramente en una línea contra el modelo económico y por una
redistribución del poder. Ese es un germen de cambio, en un país que dicen que
es conservador sin remedio. La izquierda no debería olvidar que si tiene algún
futuro es luchar por liderar esta corriente socio-política.
10.03.14
No hay comentarios.:
Publicar un comentario