El 24 de marzo Javier Diez Canseco cumplió 66 años.
Hace doce meses, en una tarde domingo, muchos de sus amigos
estuvimos en la sala de visitas en el segundo piso de la Clínica Anglo
Americana de Miraflores y llenamos un cuaderno de saludos que su familia le
llevó luego a su lecho de enfermo.
Esa noche, el médico y común amigo Julio Castro me reveló el
nuevo diagnóstico de la enfermedad que había resultado de una biopsia realizada
en Estados Unidos y ahí me enteré que era un cáncer al páncreas en estado
avanzado, que se le había dispersado en el organismo, y no un tumor del colon
como creíamos al principio.
Las perspectivas eran muy malas. Un joven militante del
Partido Socialista, que acompañó a Javier y su valiente compañera casi todos
esos días de despedida, acotó que los biólogos que habían recibido el informe,
estimaban que el desenlace sería en unas dos semanas.
Javier resistió unos 40 días más.
Al salir de la Clínica me quebré de pura impotencia y hasta
sentí rabia de ese extraño destino que me había tocado de haber estado afectado
por un cáncer el año anterior, en estado grave, y haberme recuperado teniendo
cerca de este extraordinario amigo que se me estaba yendo sin que nada pudiera
hacer.
El día del cumpleaños de Javier comenzaba la semana santa.
El viernes 29, circuló el rumor, de origen impreciso, que Javier había
fallecido, lo que nos movilizó hasta la clínica donde se desmintió la noticia.
En las circunstancias que se vivían parecía una irresponsabilidad decir estas
cosas. Pero todos sabíamos que era perfectamente posible que en cualquier
momento ese fuera el mensaje que recibiríamos.
Ese viernes santo fue la última vez que ingresé, con las
precauciones sanitarias del caso, al cuarto de Javier para lo que todavía no
sabía que era una despedida. Le tomé la mano y tratamos de hablar. El tenía la
voz apagada, la misma voz de los grandes discursos ahora era como un susurro, y
yo tenía reducida la audición por efecto de la quimioterapia.
Pero así y todo nos entendimos. Él me dijo que sólo le
estaban dando un tratamiento paliativo y que no estaban atacando las causas de
fondo. No supe que decir, porque esa era la manera suya de decirme que sólo
estaban esperando que su lucha concluyese.
La enfermedad le había llegado de pronto, con una velocidad
y dureza inusitada, como para no darle tiempo a un guerrero que siempre había
sabido salir de las mayores dificultades. Lo miraba y recordaba tantas
circunstancias en que admiré su coraje, su agilidad mental y su risa de niño
con la que desmentía a los que lo creían excesivamente serio.
Debo decir que un año después todavía no me repongo de lo
que pasó. No he borrado su nombre de la lista de envíos de mis artículos
diarios. Como si esperara que todavía me pudiera leer desde el lugar en que se
encuentre.
26.03.14
5 comentarios:
Buenos días, Raúl.
Pues nada, te responderé en tu blog.
Me alegra leer que eres sentimental, y buen amigo. Lástima que sólo lo seas con los de tu tribu.
Saludos afectuosos,
Ambrosio
Buenos días, Raúl.
Pues nada, te responderé en tu blog.
Me alegra leer que eres sentimental, y buen amigo. Lástima que sólo lo seas con los de tu tribu.
Saludos afectuosos,
Ambrosio
Uno es sentimental con las persons que tuvo cerca. ¿Leíste mi nota sobre el "conde de San isidro", Manuel Moreyra para mayores señas. No es un asunto de ideología sino de apreciar el valor humano de la persona con la que se comarte. JDC era un gran tipo en mucho más aspectos de los que eran más públicos. parlamentario, orador, jefe político. Yo tuve
a veces discrepancias con él y distanciamientos, pero lo recuerdo con micha nostalgia. Y no me averguenzo de ello.
Leí "El conde San Isidro". Muy bien. Tu español es de los mejores. Lástima que no escribas una novela. La leería a pesar de que, inevitablemente sospecho, recibiría un sermón progre por lo menos.
Saludos afectuosos,
Ámbrosio
Increible que este Ambrisio te siga hasta tu blog con sus tonterias, es un caso psiquiatrico este tipo, por lo demas te felicito por tus columnas especialmente esta acerca de Javier, que en paz descanse y en la dicha de Dios goze.
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