El primer mensaje que Ollanta Humala ha querido transmitir
en su perorata por 28 de julio es que para él no existe crisis ni necesidad de
darle alguna respuesta al malestar ciudadano que tiene su punto más alto en las
marchas de julio, y que se puede confirmar a través de la lectura de todas las
encuestas o de cualquier conversación en la calle.
A pocas cuadras del Congreso donde él hablaba había una
extraordinaria concentración de trabajadores y jóvenes que en plenas fiestas
escucharon en pie de lucha lo que el presidente iba a decir, para continuar sus
movilizaciones. Y Ollanta los ignoró; más aún sus operadores se encargaron de
rellenar las tribunas del Congreso con una portátil ayayera que lo interrumpía
cada dos minutos.
El presidente quería decirnos que no está sólo, a pesar de
la repartija y de los retrocesos vergonzosos de los últimos meses. Por eso fue
además que se retiró a pie hacia Palacio para trasmitir la idea de que no le teme
al pueblo. Por supuesto si hay unos 5 mil policías en posición de ataque entre
él y la protesta. Pero, lo más importante de todo, Humala ignoró a la calle
movilizada. No dijo nada sobre la indignación juvenil o los reclamos de los
trabajadores. No tendió ningún puente. Las únicas preocupaciones a tomar en
cuenta fueron las empresariales, a las que llenó de ofrecimientos.
Y ahí viene el segundo contenido del discurso, que está dado
por una interminable relación de obras, inversiones, proyectos, ideas, todo a
la vez, en las que figuran puentes, conexiones eléctricas, cobertura de agua, una
consulta previa, montos para el sector salud (que se encuentra en huelga), etc.
Nada que apunte hacia alguna modificación del orden existente. Pero a Ollanta
le sirve para presentarse como un buen administrador, cuando sus adversarios de
derecha le dicen que no hace nada.
El tercer mensaje, es el que reconoce por primera vez que el
ciclo de crecimiento basado en materias primas, aquel por el que el gobierno se
batió con tanta brutalidad en el conflicto de Conga, está terminando, y que el
Perú se va a tener que apoyar en las reservas y capacidades acumuladas y que
tarde o temprano empezarán a debilitarse. Ante esta perspectiva el presidente
ha hecho la única propuesta de su discurso: apuntar a llegar a ser un país
industrializado, que dependa menos de sus
recursos naturales y más de su trabajo y su inteligencia.
Pero esto no se consigue con cursos de capacitación de
jóvenes o con buenas relaciones con los empresarios. La ideología que está
impuesta en el país y a la que Ollanta se ha rendido no permite fijarse en
objetivos de crecimiento por sectores, ni escalas de prioridades. Si alguien le
ha dicho al presidente de que por donde va puede llegar a sacarnos del esquema
extractivista, lo están engañando.
29.07.13
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