El punto culminante de la ruptura del
presidente Ollanta Humala con la izquierda y los movimientos sociales
organizados, no lo van a marcar probablemente sus palabras en la entrevista
para el diario El País hace algunos días, ni las respuestas en diversos tonos
de los aludidos, sino la convocatoria para el día de mañana de la primera
jornada de lucha de los gremios populares contra el actual gobierno, que ha
sido precedida por la reactivación del conflicto de Conga y por la dura protesta
de los trabajadores estatales que se sienten amenazados por el proyecto de
nueva ley del servicio civil.
Independientemente de que la protesta
peruana todavía esté muy lejos de otras que sacuden al mundo (por ejemplo, la
más reciente y significativa en el Brasil del PT), lo que está comenzando es
una marcha de indignados propios que como van las cosas sólo puede seguir
amplificándose a través del tiempo. Hace un año, Humala retrocedió en su primer
intento de imponerse por la fuerza expresada en el gabinete Valdés, y que fue
lo que siguió a la salida de la izquierda del gobierno y que costó varias
decenas de vidas en una escalada de represión contra los conflictos sociales. Luego
sobrevino un período de paz social relativa al que contribuyeron todos como si
pensaran en los riesgos de insistir en el esquema anterior.
Pero todo indica que estamos llegando
nuevamente a un tiempo de viraje, en el que todos los sectores están jalando
para su lado, empezando por los grupos económicos que reclaman medidas para
recuperar la confianza, los políticos que se están acribillando con acusaciones
mutuas la mayor parte de ellas irrefutables, los movimientos de masas que ya se
cansaron de las indefiniciones. Así como hubo la guerra de los medios contra la
compra de Repsol y el viaje a Venezuela, va a haber contestaciones del otro
lado. El punto es si el presidente responde al comité del 4 de julio
invitandolo a un desayuno en Palacio para buscar nuevos acuerdos o si intenta
ignorarlo o tratarlo con métodos policiales.
Ollanta se ha jactado se haberse quedado
con las banderas de la justicia social que asegura que sus viejos aliados
habrían abandonado. Pero si cree que la justicia se limita a Beca 18, Pensión
65 o Cunamás, va a darse cuenta muy pronto de que esa es una ilusión suicida.
Hace tiempo que vengo anotando que las cifras de aprobación que señalan que lo
mejor de su gobierno son los programas sociales y las de desaprobación que
advierten que lo peor es el incumplimiento de sus promesas, son bastante
coherentes. Y es que en que capas medias y altas se aplauden los tiempos de
cierta tranquilidad como los vividos hasta hace poco y se piensa que esa es la
magia del presidente que ayuda a los muy pobres sin que eso le resulte
demasiado caro al sistema. Al otro lado, los sectores medios bajos, bajos y muy
bajos, están resentidos por los incumplimientos de cambio y redistribución
social.
Lo que vemos en el horizonte es que estas
percepciones están en camino a confrontarse con la realidad. No hay forma que
conflictos tipo Conga, estatales o médicos, rebajen su radicalidad si no hay
soluciones concretas. Como que los que han metido la idea de que una gran
inversión está esperando que Ollanta se defina, vayan a quedar tranquilos con
medidas de postergación. Entonces hay como un momento de opciones fuertes como
las que se plantearon entre noviembre-diciembre del 2011. Ahí el esquema de
crecimiento con programas sociales, va a resultar totalmente insuficiente, más
aún si el crecimiento empieza a debilitarse y los programas sociales no llegan
a comprometer grandes recursos.
Pero si algo ha demostrado que no es capaz
de hacer este gobierno es adelantarse a los acontecimientos. Por eso esa
discusión para que los cambios en el gabinete, que parece que se producirán de
todos modos, traigan los menores mensajes posibles y que si Castilla se va
finalmente, la economia siga en manos del castillismo, que en realidad es lo
único duradero en el actual gobierno.
03.07.13
Columna del Director
Miércoles de Política Nº 1
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