Hoy se cumplen dos años de la juramentación de Ollanta
Humala como presidente del Perú y del último gesto de desafío al orden
establecido por la dictadura fujimorista, resumido en la frase de que juraba
por el espíritu de la Constitución de 1979. No era mucha cosa para quién había
señalado mil veces que el documento de 1993 era “delincuencial” y que debía ser
reemplazado a través de una Asamblea Constituyente. Pero igual desató una batahola
naranja e impulsó como un resorte a Martha Chávez a gritar durante toda la
ceremonia con lo que consiguió ser la primera sancionada por el Congreso.
Trascurrido el tiempo, la pregunta que cae de su peso es
cuál ha sido el espíritu dominante en los actos de este gobierno. La
Constitución de 1979, votada por apristas y pepecistas que ahora no la
defienden, reflejaba un momento de alta efervescencia y protagonismo popular,
que había seguido al proceso trunco de reformas y nacionalizaciones de Velasco.
Los ejes de esa Constitución eran la universalización del concepto de
ciudadanía (voto a los analfabetos), la ampliación de derechos sociales y de
obligaciones del Estado respecto a las persona, la pluralidad económica y la
protección de las poblaciones vulnerables.
Era un texto progresista, por detrás del espíritu radical
reformador de comienzos de la década de los 70. Pero el Humala real ha quedado
muy lejos de ser el restaurador de lo que podía ser lo mejor de la época en la
que el Perú empezó a asomarse a la modernidad y a una democracia de mayorías
reales y activas. El espíritu que rodea a su gobierno, es el de un
conservadorismo profundo, un temor absoluto al conflicto y un sometimiento a
las reglas de los que se aseguraron un Estado a su servicio con un golpe y una
nueva Constitución a su medida hace 20 años.
Algunos dicen, a manera de excusa, que Ollanta no podía patear
el tablero y modificar los equilibrios. Pero no es verdad. Pocas veces se
juntaron tantas condiciones a su favor: una candidatura ganadora con un mensaje
explícito de cambio votado por la mayoría del país; una movilización social en
todo el territorio nacional para apoyar una gestión transformadora; una
identificación entre presidente y Fuerza Armada que impedía que pudiera usada en
su contra; una oposición dispersa y temerosa; una tecnocracia neoliberal
dispuesta a abandonar el barco; un contexto latinoamericano inclinado a la
izquierda y con varios gobiernos fuertes en condiciones de apoyarlo.
Con todo eso y con un espíritu distinto al de los 90-2000,
se podía avanzar mucho y en todo caso hubiera sido una buena lucha y la
afirmación de un liderazgo para la historia. Pero Ollanta eligió el espíritu
enano de los que no arriesgan, de los que traicionan a su pueblo, de los que se
aferran al poder por el poder mismo.
28.07.13
1 comentario:
También OHT nos dijo que:.."El gobierno siente que uno de los graves problemas que provoca temor y frustración en las personas es el de la inseguridad. Se arrastran en ello 30 años de fracasos y muy pocos éxitos y los que sufren las consecuencias de la violencia del crimen organizado, el narcotráfico y el pandillaje son los más pobres. Queremos cambiar esa historia de ausencia de liderazgo político y la carencia de una política de estado eficaz en esta materia. Es necesario desterrar la idea de que la inseguridad es un problema exclusivo de la policía. Por eso anuncio que así como el Presidente de la República preside el Consejo de Defensa Nacional, presidiré también un Consejo Nacional de Seguridad Ciudadana y Política de lucha contra la Criminalidad para darle un carácter multisectorial.
Activaremos un Servicio Policial Voluntario, equiparemos y conectaremos a las comisarías a la red digital, estableceremos penales fuera de Lima y de las principales zonas urbanas del país implementaremos el trabajo físico para condenados por graves delitos…. En mi gobierno no habrá perdón para violadores, ni para ningún delito cometido contra un niño o una niña.Lamentablemente a dos años de inciado su gobierno, la desesperanza se apodera de la población ante un gobierno timorato y sin fuerzas.
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