domingo, julio 14, 2013

La farsa democrática

Me contaron que en Corea, la Contraloría, o una institución equivalente, desarrolla verificaciones periódicas sobre el cumplimiento de los planes de gobierno de los ganadores de las elecciones, y publica luego los niveles de avance, los temas pendientes y las justificaciones presentadas para los cambios que ocurren en el camino. Aquí, en el Perú, la obligación de colgar en la Web del JNE las propuestas con la que cada partido va a las elecciones es apenas un procedimiento formal que no obliga a nada, que nadie controla y que no se puede demandar.

Esto es parte de la farsa democrática en la que estamos viviendo y que se hizo evidente después de la elección de 2011, cuando con toda impunidad se reclamó que Humala abandonara su programa y entregara la conducción del Estado a los que no votaron por él. Salvo que se piense que la elección fue de la persona por su cara o alguna otra cualidad difícil de imaginar, la separación entre candidato y propuesta equivale a un engaño institucionalizado, sea que la oferta fue hecha sabiendo que no se cumpliría o que las presiones al asumir el gobierno hayan forzado el giro.

Pero no es el único cuento democrático al que estamos sometidos. Para inscribir un partido y por tanto participar en las elecciones es necesario reunir un enorme paquete de firmas que se denominan de “adherentes”, una adhesión que no significa nada más que un número y no supone derechos ni obligaciones. Los partidos inscritos suelen presionar al Congreso para que eleve a cada rato el requisito de número de adherentes, para cerrar el paso a otros y hacer más onerosa la inscripción lo que favorece a los que tienen mayores recursos.

También existe el requisito de tener un número de Comité Provinciales en funcionamiento, con una dirigencia y dirección reconocida, lo que sólo existen en el período de la inscripción y las elecciones y después languidecen o son cerrados porque no cumplen ningún propósito. Finalmente, están los llamados partidos, que sólo sirven para colocar a algunos de sus miembros en cargos públicos, a partir de lo cual ya no ejercen ningún mandato sobre ellos, como tampoco sus electores.

El balance es que los programas no obligan, los adherentes regalan o venden su firma y después son nada, los comités se montan y desmontan, y los partidos están sujetos a los caudillos y sus camarillas que ofrecen a los militantes la posibilidad de un futuro empleo burocrático como premio de su lealtad y de la ayuda que puedan prestarle para ganar. Nada más. Un sistema para legitimar autoridades con credencial de haber sido elegidas que se burlan de sus electores, adherentes y partidarios, y no sienten vergüenza de ser prisioneros de los poderes organizados que existen sin elección y que son los que dicen a qué gobernantes les tienen confianza y a cuáles no.

14.07.13

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