Las encuestas publicadas el día de ayer ratifican lo que ya
todos sabíamos, que cada mes que pasa son más los puntos que el presidente
retrocede en popularidad, lo que lleva a suponer que hemos entrado en una
tendencia irreversible y que no existe la fórmula mágica para revertirla. La
explicación de este fenómeno es más simple de lo que podría pensarse y la hemos
tenido a la vista esta semana: no es sólo por lo que hace el gobierno que se
desprestigia, sino por la manera como vuelve a cada rato sobre sus pasos.
Si se quisiera hacer el recuento de los hechos de los
últimos meses es seguro que lo que más se recordaría son los retrocesos a
los que fue obligado el gobierno. Empezando por el asunto de Repsol,
siguiendo por el no viaje a Cochabamba,
el retiro de la candidatura de la primera dama y la repartija congresal, la
constante es un gobierno que se arrepiente de lo que piensa y hace. Y si en un
primer momento las rectificaciones podían caer bien y parecer gestos
democráticos, a estas alturas ya suenan a otra cosa.
En realidad la valoración que hoy se encuentra en la calle
respecto a la presidencia de Ollanta Humala es de que trata de meter cosas con
trampa y después de arrepiente; o que no tiene convicciones o es incapaz de
mantenerlas ante un poco de presión de prensa. Por eso le critican el
vergonzoso arreglo que llevó a la votación del 17 de julio, pero nadie valora
el gesto con el que quiso escapar de las consecuencias refiriéndose a la
mellada majestad del parlamento, como si se pudiera creer que su bancada actuó
sin su consentimiento.
De igual manera nadie le toma en serio la afirmación de que
nunca intentaron la candidatura de Nadine; o que realmente hicieron un estudio
técnico-económico para desechar la compra de los activos de Repsol; o que fue la
agenda interna lo que le impidió reunirse con sus pares de UNASUR para condenar
el atropello europeo contra el presidente Evo Morales. De Fujimori, García y
Toledo, la población aprendió que hay distintas formas de mentir, desde la
despótica, la arrogante y desvergonzada, y la del que se engaña junto con el
resto.
Ollanta ha introducido un cuarto estilo, que es la del que se
hace el tonto y cree que los demás también son tontos. Esto ya se lo descubrió
la gente y por eso lo está castigando cada vez con más fuerza. Dos ilusiones
con las que gobernó Ollanta Humala por dos años están a punto de extinguirse:
(a) que se puede tener a los pobres en el bolsillo con programas sociales; (c)
que crecimiento con inclusión equivale a ricos y pobres apoyando al gobierno.
El esquema ya no funciona y es casi imposible buscarse otro
a estas alturas.
22.07.13
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