El Perú ha vivido 135 años de sus casi 200 años de
existencia republicana, bajo el signo de la derrota humillante que nos impuso
Chile en la llamada Guerra del Pacífico. Todos los que, por fortuna o desgracia,
nacimos dentro de este espacio de América del Sur donde florecieron imperios y
culturas precolombinas y donde rigió el más resistente de los virreinatos
españoles, recibimos desde muy pequeños la conciencia de ser parte de una
nación despojada por un vecino ambicioso y de haber sufrido la desgracia de
nuestras élites que fueron incapaces de organizar una defensa unificada y
eficaz ante el agresor.
Estas lecciones que nos persiguen desde la infancia laten
por supuesto en los momentos previos al esperado fallo de la Haya, como un
mecanismo compensatorio a una larga frustración histórica. ¿Podrá el Perú
ganarle a Chile en una disputa judicial sobre los límites marítimos y resarcir
en algo esa sensación de eternos perdedores? El optimismo que anotan las
encuestas y que se palpa en las calles, no viene sólo de haber entendido de
alguna forma las razones con la que la delegación peruana se presentó ante la
Corte, en Holanda, sino de la intuición de que el fallo va a tener el sentido
de reivindicación histórica. Es como si imagináramos que los 17 jueces
internacionales se darán cuenta de que nuestro país merece esta victoria y que
una porción de mar podría compensar heridas que llevamos tan adentro.
Decimos esto, además, porque el dilema de La Haya no es que
nos falte razón en que la proyección marítima de nuestras fronteras ha sido
establecida erradamente y en nuestro perjuicio, añadiendo un desbalance más en
las relaciones con nuestro vecino sureño, sino que en la argumentación chilena
las razones esgrimidas van por el lado de que la línea paralela podrá ser
injusta, pero hay documentos firmados por los peruanos que las sustentan. La
tesis de que estos fueron acuerdos de delimitación de derechos pesqueros que se
establecieron antes de que se diseñaran los actuales principios del derecho del
mar, son sin duda inteligentes, tanto que los únicos que han dudado de la
fuerza de sus puntos de vista son nuestros rivales de ocasión. Pero esto no
quita que hubo autoridades peruanas en el pasado que aceptaron, aunque fuera
sólo para la pesca, una distribución del mar que cercenaba los derechos
nacionales. No hay como explicar los años en que ha estado vigente la línea
paralela, que Chile convirtió en frontera y que militarizó precisamente contra
los pescadores peruanos.
¿Cómo podríamos obviar que lo que estamos reclamando ante la
Corte de La Haya, es una usurpación sin guerra, que nuestro país ha tardado en
cuestionar? Más aún, si el problema económico de la zona en discusión es el
pesquero y una de las soluciones previsibles puede ser soberanía con derechos
compartidos para la pesca de los dos países, atendiendo a que el Perú ha
argumentado exactamente eso, porque no le quedaba manera para negar que
hubieron convenios en los años 50 aunque fuesen delimitados a una finalidad
determinada. Nunca se terminará de entender la debilidad con las que las clases
dirigentes de Lima han tratado con sus similares de Santiago.
No vamos a tratar aquí de la cadena de traiciones que llevó
al tratado de Ancón y las debilidades para hacer cumplir lo acordado en 1929,
pero sí preguntarnos por qué un gobierno militar como el de Odría que fue
especialmente insidioso en su represión interna, se rindió a compromisos de
pesca sin nada que ganar para el país, o qué impulsó a Toledo y García a ceder
la soberanía aérea a Chile y lo que hizo dudar a este último en la demanda ante
la Haya hasta el año 2008 (en Chile dicen que tenía un acuerdo de no mover el
tema) y a ponerlo en marcha cuando pareció que Humala lo iba a arrinconar
agitando el tema de la frontera marítima. Después de todo, no se olvidará la
frase emblemática del grandazo: “que los chilenos no se molesten”, sus abrazos
con Piñera y las facilidades que dio para la entrada de sus inversiones en
asuntos tan delicados como puertos y distribución de combustible. Que hoy se
haya convertido en poeta patriotero y embanderador de ciudades cuando ni
siquiera se conocen los alcances del fallo, sólo da una idea de la manera como
los sentimientos de la población pueden ser manipulados por el oportunismo.
Al otro lado
Alguien ha recordado por ahí que hasta Japón ha pedido
disculpas a China y Corea por las invasiones y violaciones contra su población
que se cometieron en el pasado, y que Chile no lo ha hecho con los peruanos ni
bolivianos. Lo cierto es que si en nuestro
país hay resentimientos que son parte de la cultura nacional, al sur de nuestra
frontera hay sentimientos de superioridad que han forjado una mentalidad de
país victorioso que se impuso a rivales más fuertes que ellos. es verdad que
hay cada vez más intelectuales que expresan una perspectiva distinta y están
dispuestos a decir que hubo una guerra de agresión y un despojo histórico, que
no puede soslayarse. No faltan los que creen que a Chile le conviene perder,
aunque sea simbólicamente, en el fallo de La Haya, para que así exista un nuevo
ánimo para nuestra inexorable convivencia.
Pero son una clara minoría. Si los peruanos contestan las
encuestas diciendo que confían en un fallo favorable, pero que aún si nos va
mal, aceptaremos lo que se resuelva, lo que refleja por supuesto de dónde es
que venimos y cuál es la real capacidad que tenemos de seguir otra vía
diferente a la jurídica, en Chile la opinión se ha ido haciéndo pesimista y
las repuestas a los encuestadores son claramente mayoritarias de que un fallo
en contra no debería aceptarse. Obviamente se trata de una expresión de una
actitud enraizada en la gente de que lo que conquistaron por las armas u otros
medios, no lo pueden ceder sin negar el país que fueron por casi 200 años. Pero
la verdad es que todo depende de los gobernantes. Esos que saben que, si
pierden, van a tener que lidiar con las reglas del derecho internacional y con
la presión de su pueblo.
La discusión sobre si los fallos son de acatamiento
inmediato, o se implementan en una período prolongado de negociaciones y
adaptaciones, encierra un afán de ponerle un paracaídas a lo que podría ser una
profunda caída del orgullo chileno. Esperemos con calma.
25.01.14
Publicado en Hildebrandt
en sus Trece
2 comentarios:
En este tema ha habido traicion de nuestra clase politica. Don Isaac ha dado un buen ejemplo, te quito tu gorra y luego te devuelvo un hilachita. A eso no se le puede llamar triunfo pues
Cualquiera que sea el fallo, el gobierno de Chile lo considerará una derrota. Su única posibilidad de triunfo sería que las cosas queden como están, lo cual es prácticamente imposible. Ahora bien, ¿acatará Chile un fallo desfavorable? La respuesta está en la Historia. Al final de la guerra en que Chile nos robó Tarapacá, se firmó el Tratado de Ancón, indicando la realización de un plebiscito, luego de 10 años, en las cautivas Tacna y Arica. Pues Chile no cumplió el tal Tratado y casi 50 años después, en 1929, y por la presión del gobierno yanqui, firmó el Tratado de Lima, que tampoco fue cumplido cabalmente, hasta décadas después.
Lo más probable, vistos los antecedentes, es que el gobierno chileno no acate el fallo. Probablemente haga con el fallo el mismo uso que se da a una servilleta de papel, o, tal vez, lo declare "inejecutable", y solicite aclaraciones y dilaciones, por todo el tiempo necesario, hasta que haya un gobierno peruano propenso al arreglo bajo la mesa (cosa nada extraña, con los antecedentes de Bustamante y Odría), que le acepte condiciones más digeribles para sus designios hegemónicos en la región.
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