¿Se han preguntado alguna vez por qué los periodistas
asesinados en Uchuraccay pertenecían a dos diarios y una revista que ya no
existen, a más de un fotógrafo de La República, un reportero local y un guía iquichano?
Cuando se habla de los mártires del periodismo y del ejemplo
que nos legaron, queda flotando en el aire la cuestión de qué los animó a una
aventura tan riesgosa como meterse en el terreno de la guerra.
En esos días, recuerdo, era a la vez redactor político y
gerente interino del diario El Observador, gestionado por sus propios
trabajadores, y nuestro competidor El Diario de Marka (donde trabajaban mis
hermanos) había logrado sacarnos ventaja con las informaciones sobre la zona de
conflicto.
Eso lo conversamos con el director Pablo Truel, lo que nos
llevó a la idea de enviar a Ayacucho lo mejor que teníamos: al cronista Jorge
Luis Mendívil y al fotógrafo Willy Retto. Irían para lograr explorar nuevos
ángulos y conseguir buenas historias para nuestros lectores.
Permanecieron dos semanas en Ayacucho y en la última
conversación telefónica cuando les indicamos que volvieran, pudimos percibir
que estaban detrás de algo importante y que sólo regresarían después de la
misión que no querían informarnos por temor a ser interceptados.
Ya se había formado el grupo de Uchuraccay y en él estaban
periodistas de medios de oposición al gobierno y que desconfiaban profundamente
de la versión de lo que estaba pasando que brindaba el Comando Político Militar,
que sostenía que las comunidades se habían rebelado a los senderistas y los
estaban ajusticiando cambiando el curso de la guerra.
Yo mismo viajaría varias veces a la ciudad de las iglesias
entre los años 1983-1984, y comprobaría cómo la información que se podía seguir
de lo que pasaba en el interior de la llamada zona de emergencia se resumía a
los partes militares que daban cuenta de los muertos que se producían cada día
y que siempre eran DDTT (delincuentes terroristas) abatidos en supuestos
combates, sin heridos ni detenidos, ni bajas de los represores.
Si se sumaban todos estos muertos diarios se llegaba a
cifras espantosas. Pero no había periodista que pudiera salir por su cuenta de
la ciudad para buscar la verdad. El último intento fue el del grupo que llegó
hasta las alturas de Uchuraccay el 26 de
enero de 1983, para ser asesinado.
No puedo evitar la tentación de preguntarme: ¿dónde estaban
los medios de la prensa actualmente concentrada y que en 1980 habían sido
devueltos a sus “legítimos propietarios”, según se ha recordado últimamente, se
supone que como un homenaje a la libertad de expresión? Por lo que puedo
entender para ellos bastaba con lo que decía el gobierno y los militares que
estaba pasando. Hasta que ocurrió la tragedia. A ocho periodistas querer ir más
allá de la versión oficial les costó la vida.
26.01.14
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