Veinticinco años atrás, parecía que nadie ni nada podía
detener a la izquierda. Los que no lo vivieron difícilmente podrán lograr la
imagen de lo que fueron los preparativos del Congreso de Izquierda Unida y lo
que significó la reunión de más de 4 mil delegados elegidos por todas las
provincias y distritos del país en una carpa en el Centro Vacacional de
Huampaní.
Cuando leo que como si fuera una verdad comprobada que la
izquierda nunca aplicó la democracia y el principio de un militante un voto, y
que eso nos garantizará la unidad para enfrentar a los adversarios, me sonrío
porque esa no fue la historia. Porque la izquierda desgraciadamente se desunió
y se auto-descalificó para el período electoral 1989-1990 que se venía, cuando
era más fuerte y cuando intentó canalizar sus diferencias por mayorías y
minorías.
Lo que quiero decir es que las grandes divisiones (y las
pequeñas) dependen mucho más de factores políticos que de orgánicos: ¿quién
tiene al candidato y quiénes no lo tienen?, ¿cuáles son las expectativas de
alianzas por fuera de la izquierda de cada uno de sus componentes?, ¿cuáles son
los elementos de presión de la derecha sobre la izquierda? Podría decirlo de
esta manera: en 1989, los izquierdistas creíamos que éramos dueños de las masas
y que podíamos quitárnoslas entre nosotros. Las perdimos y ayudamos a engendrar
a Fujimori que se llevó la mayor parte de nuestros votos.
Hoy, por cierto, somos una sombra de lo que fuimos. Pero aún
así podemos volver a engañarnos con simplificaciones tales como que nuestro
error fue no ir solos y confiar en Humala (¿y lo qué pasó el 2006?); que estamos
acumulando para el futuro; que la igualdad entre los militantes es lo mismo que
ante los electores y que se puede confundir eso de que “no hay candidatos
naturales”, con que cualquiera puede ser candidato; etc.
La verdad es que la izquierda con la trayectoria de los
viejos militantes y las buenas vibras que aportan los jóvenes, está básicamente
descolocada en el escenario política actual. Como hace 25 años, la unidad es
necesaria porque el enemigo es poderoso y porque en el centro de la disputa
está el poder. Pero las pruebas de este y los siguientes años son aún más
difíciles: (a) que Castañeda no sea el próximo alcalde de Lima; (b) que
Cajamarca no sea recuperada para Yanacocha; (c) que el 2016 haya una opción
democrático-popular contra las derechas, (d) que la crisis crónica del gobierno
de Humala no precipite un giro autoritario en el país.
Si vamos a la unidad, elecciones internas, compromisos entre
los partidos, debe ser porque tenemos clara que esa es la dirección en la que
debemos jugarnos. Y, sobre todo, romper la inacción, responder ante cada hecho,
sacar a la gente a la calle, construir una izquierda real.
25.01.14
1 comentario:
Señor Raúl Wiener se habla mucho de la unidad en el "Frente Amplio”. En mi opinión la unidad está en Cajamarca, entre las fuerzas contestatarias de Cajamarca, basada en la voluntad de la sociedad civil de Cajamarca. Si las fuerzas progresistas allí no se unen y logran prevalecer sobre las fuerzas conservadoras limeñas en la capital, pro Yanacocha, no habrá unidad valedera en el resto del país. Tiene que haber una gran coalición de resistencia política y social desde provincias contra la megaminera y contra el statu quo neoliberal. Saludos.
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