viernes, noviembre 08, 2013

Nota desde Buenos Aires

Repensando el destino de América Latina.

Escribo desde Buenos Aires donde asisto a un Congreso Latinoamericano de Historia. Es mi primer viaje al exterior desde mi enfermedad. He estado en la capital argentina varias veces y siento que no hay grandes cambios desde mi último viaje hace seis años. En ese lapso, Lima ha vivido una alucinante explosión de edificios para los niveles sociales A, B y C, que han representado un enorme endeudamiento para miles y miles de familias peruanas y un gigantesco capital bancario comprometido en la tarea. Si estas casas viviendas se pagarán durante todos los próximos años es algo que todavía está por verse.

En este punto, como en otros, nuestro país está apostando toda su suerte a que las finanzas internacionales y los inversionistas globales se empeñen en hacer aquí un modelo que deje establecido que las economías abiertas y con un Estado aliado de la gran inversión, sí funcionan y resisten los embates de la crisis de las grandes potencias, el achicamiento de la demanda y la merma de los precios de las materia primas. Un papel que ya cumplió Chile en los 80 y parte de los 90, cuando en toda América Latina era cada vez más el número de países que acumulaban fracasos en los ajustes y reformas neoliberales de sus propias economías.

Si el sistema funciona en uno entre muchos países, debe ser porque ese uno hace las cosas bien y el resto se equivoca en alguna parte. Alan García lo tenía muy claro cuando nos trazó la meta de superar a nuestros vecinos del sur en cuanto a crecimiento, ingresos de capital, acuerdos de libre comercio, y otros elementos del recetario de moda para América del Sur. La idea era que haríamos lo mismo que Chile y lo ganaríamos. Ahí empezó a materializarse el disloque entre el Perú y la mayoría de sus vecinos.  El ego colosal nos colocó en el camino de separarnos de un subcontinente que vivía nuevamente la posibilidad de convertirse en una fuerza global, con capacidad de hablarle en términos de igualdad al resto del mundo.

La invención de la Alianza del Pacífico (ALPA) fue la jugada maestra de García para reconcentrar a los aliados más confiables de los Estados Unidos y debilitar al UNASUR y CELAC, que son instancias que afirman la existencia de una Latinoamérica independiente. Es evidente que el presidente que salía del poder en el 2011 había construido –casi al cierre de su gobierno-, un importante obstáculo a la idea integracionista que se había desarrollado en los seis años de campaña ininterrumpida de Ollanta Humala, que parecía llamado a integrar la corriente de gobiernos progresistas latinoamericanos. Pero ni el mismo García calculó que Humala se adecuaría tan marcadamente a los marcos internacionales y nacionales que le había dejado. Por eso ahora es un líder de la desintegración.    

08.11.13

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