El Congreso no sirve para nada.
No sé por qué no lo cierran
Oyente
de RPP responde sobre el tema de la bicameralidad
En los años 80, el Perú asistió a una
profunda crisis del sistema político. Los partidos que ocuparon la escena
después del fin del régimen militar, enfrentaron una suma de crisis que
parecían imposibles de resolver en el marco de un juego democrático en el cual
las distintas fuerzas pugnaban por el poder.
Para muchos, la idea fue que a ninguno de
los actores políticos les interesaban los problemas de los peruanos y que la
razón de sus enfrentamientos era controlar los recursos del Estado. Que el
gobierno de Alan García fuera señalado como corrupto cuando el país pasaba las
peores penurias marcó un punto de profunda ruptura del país con su llamada
clase política.
Es fácil entender desde esa perspectiva el
“voto a la mala”, a través del cual una fracción importante de los electores se
desinstitucionaliza y despartidariza votando por aquel que expresa de la manera
más directa y elemental su descontento.
Fujimori fue el primer representante de la
desinstitucionalización, pero a su vez el arquitecto de una nueva
institucionalidad autoritaria, vaciada de ideas y de sueños, que se presentaba
como eficiente, por dura e inescrupulosa, a la que la bautizaron como
pragmática. El modelo de economía abierta y grandes negocios favorecidos por el
Estado (neoliberalismo) que no había logrado consolidarse en el país por falta
de consenso social, vino de la mano con el autoritarismo y contribuyó a la
despolitización.
En un esquema en el que la política depende
de una élite hermética de tecnócratas, militares y operadores de inteligencia,
era obvio que el espacio parlamentario careciese de todo significado como se
expresó francamente en el primer diseño del llamado “gobierno de reconstrucción
nacional” a partir de abril de 1992, que eliminaba (disolvía) el parlamento, luego
reajustado bajo presión externa con el CCD de 1993, que nunca fue un Congreso
superior o “más barato” que sus predecesores.
El fujimorismo siguió siendo, sin embargo,
antiparlamentario a pesar de dirigir el Congreso de manera hegemónica durante
casi ocho años, en los cuales pervirtió la institución al hacerla una caja de
resonancia de la dictadura encubierta del Ejecutivo. Pero, tras la transición
del 2000, tampoco ha habido una reforma política y constitucional que
restablezca el equilibrio de poderes y el control entre órganos del Estado. La
crisis de la repartija fue una buena muestra de eso. Como lo ha sido reiteradamente la forma como
los caudillos definen sus listas en cada elección.
Por eso la gran masa desconfía, de que le
añadan parlamentarios y organismos, para que todo siga igual. Y responde como
si 21 años hubieran pasado en vano y todavía no supiéramos que democracia es la
que queremos para el Perú.
29.11.13
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