¿Existe una posibilidad de golpe de Estado a corto plazo en
el Perú, como ha sido mencionado en medio de las acusaciones y contracusaciones
derivadas de la crisis del “operador montesinista”?
Por lo que puede verse, creo que no. De un lado porque las
Fuerzas Armadas son hoy un espacio en intensa disputa. Ni Ollanta Humala, a
pesar del rápido ascenso de su promoción (a la que tampoco controla
plenamente), ni la derecha política y económica, ni alguna corriente militar
por cuenta propia, tendría la capacidad de dirigir en una misma dirección a las
tres instituciones militares y sus diversos estamentos.
De otro lado, porque el consenso autoritario en la población
está todavía lejos de haberse consolidado, si bien es cierto que muchos miedos
están volviendo al primer plano y está creciendo el reclamo de soluciones
“rápidas” y “drásticas”, a los temas de seguridad, mientras decrece el afecto
hacia las llamadas instituciones de la democracia.
Finalmente está el saber cuál sería el costo-beneficio para
cada sector político y económico, en recurrir a una salida autoritaria y nada
indica que haya alguna claridad sobre lo que significaría alterar bruscamente
el sistema político. La situación podría resumirse entonces en que se están
reuniendo los factores necesarios para un cambio en las reglas del juego
político, pero ningún sector está en condiciones de imponerse sobre los otros.
Esto no quiere decir que los actores más fuertes no estén
contribuyendo a crear situaciones que hagan cada vez más ingobernable el país.
El más interesado en ello es, sin duda, Alan García y su guardia dorada
(Mulder, Velásquez, Del Castillo y otros), cuya lógica actual es la de armar el
mayor desorden posible y minar absolutamente la credibilidad en el gobierno.
Esta es la respuesta que han encontrado para frenar un
proceso investigatorio que se ha acercado demasiado a comprometer al
expresidente, y contra el cual ha armado un enredado proceso de defensa
buscando desmontar la investigación, pero al que se está añadiendo fuego para una
especie de crisis política permanente que ayude al grandazo a salir del ojo de
la tormenta.
No es casual que en medio de la revolvedera, el aprismo
oficial se muestre cada vez más amistoso con el fujimorismo al que necesita
para sus fines. Y aquí es donde la banda naranja tiene sus ambivalencias.
Acompaña la presión sobre el gobierno pero al mismo tiempo no termina de
desligarse de los resultados de la Megacomisión que desesperan a sus aliados.
En otras palabras, el fujimorismo ayuda a enrarecer el clima
político, pero al mismo tiempo quiere trasmitir la idea de que van a ir hasta
el final en el asunto AGP. Ahí cabe que estén pensando negociar sobre el final
para ver que le pueden sacar a García, o que en realidad puedan imaginar que sin
el ego colosal mejorarían sus posibilidades electorales.
22.11.13
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