Beto Adrianzén se ha animado a dar el paso y a colocar los
problemas de la coyuntura en la perspectiva de un ciclo de la política peruana
que fecha en la transición política iniciada el año 2000, que estaría llegando
a su término con la crisis del gobierno de Ollanta Humala. Efectivamente hay un
ciclo, o subciclo, en el espacio que media entre la fuga de Fujimori, la
restauración de la democracia (principalmente en el sentido de elecciones
libres), los cuatro gobiernos en trece años, y los actuales nuevos síntomas de
descomposición sistémica que saltan a la vista. Y hay una hipótesis sugerente
que advierte que podríamos estar entrando en un escenario autoritario, por los
miedos que aquejan a la gente y el desafecto creciente con el sistema, la
debacle institucional y la degeneración de los liderazgos políticos.
Dice Beto a manera de explicación de lo que ocurre que se
están juntando varios elementos: la traición de Humala a sus promesas y la
frustración de sus electores; la extrema reaccionarización de la derecha
criolla (una de las peores de Latinoamérica), que no admite la convivencia
política con otros sectores; la debilidad de las alternativas de izquierda o
progresistas. A esos datos macizos quisiera agregarle otros: (a) en lo socio-político;
tenemos una clase empresarial fujimorista que se recicló a democrática para que
no le quitaran lo que consiguió en los 90 y que ha impuesto finalmente el
criterio de que somos los demás los que debemos merecer su “confianza”; una
clase media con tendencia a acumular miedos (crisis económica, terrorismo,
delincuencia, etc.) y fácilmente manipulable a partir de ellos; una clase
trabajadora debilitada organizativamente; y sectores empobrecidos propensos al
clientelaje populista.
(b) en lo político-institucional; una crisis dilatada del
sistema de partidos, anterior a Fujimori, que en vez de revertir, se ha
agravado en democracia, de manera que la gente no cree que estas organizaciones
los representen; una situación casi terminal en cuanto a credibilidad de las
instituciones estatales, empezando por el Congreso, que es considerada la
expresión de la mayor corrupción, pero que alcanza también al Poder Ejecutivo y
sus organismos anexos, el Poder Judicial, y los órganos autónomos (Tribunal
Constitucional, Contraloría, BCR, JNE, etc.); unas Fuerzas Armadas que no se
han repuesto de su implicación en la dictadura y no han redefinido su papel y
una Policía altamente corrupta.
(c) en lo político-histórico; se cuentan cuatro gobiernos
posfujimoristas: el de Paniagua, de la transición pactada e incompleta; el de
Toledo, de la frivolización de la democracia; el de García, que actuó como topo
de los grupos de interés en busca de recuperar el poder de los 90; y el de
Humala, que representa la victoria de las banderas de izquierda en las
elecciones y su traición en el poder. Todos estos son elementos de un ciclo que
se apaga. Seguiremos con las perspectivas el día de mañana.
15.10.13
1 comentario:
Los 3 gobiernos posteriores al de transición (de Toledo, García y Humala), bien podría ser denominados como neo-fujimoristas, pues han mantenido prácticamente incólume el ordenamiento jurídico y económico del gobierno delictivo del período 1992-2000. Para sincerar esta situación, sólo falta que el propio delincuente japonés (o su testaferro) asuma el poder, luego de las próximas elecciones de 2016.
La derecha se prepara para el escenario ideal (para ella): García contra Fujimori, en 2ª vuelta en 2016. Eso para el pueblo sería algo así como apuntarse uno mismo, con una pistola en cada una de las sienes.
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