Ollanta Humala llegó un día a Caracas y antes de explicar
sus ideas, prefirió regalarle un libro con discursos de Velasco, al presidente
Hugo Chávez.
Varios años después podríamos preguntarnos a quién ha
traicionado más el actual presidente peruano: al general que cambió al país
hace cuarentaicinco años, al comandante bolivariano que revolucionó al
subcontinente o a sí mismo.
Un poco a cada uno, y mucho más al pueblo peruano al que
llenó de promesas a cambio de su voto.
Pero es verdad que Velasco y Chávez van a ser siempre la
referencia necesaria para entender lo que Ollanta no pudo ser.
Militarmente hablando todo se resume en una sola gran
diferencia: coraje para asumir las consecuencias de sus acciones.
Me contaba el general Fernández Maldonado, que en los días
iniciales del gobierno militar, la gran definición estaba planteada en términos
de lo que se haría con los yacimientos petroleros de Talara y la presencia de
la IPC en el país.
En el primer gabinete institucional había sin embargo una
mayoría de generales y almirantes que proponían una nueva negociación y
desechaban las propuestas de los coroneles radicales que habían impulsado el
golpe de Estado y que exigían la expropiación inmediata.
Inicialmente derrotado, el general Velasco abandonó su silla
al frente del gabinete uniformado y fue a reunirse con el Comité Asesor de la
Presidencia (COAP) donde estaban los coroneles duros: Fernández, De la Flor,
Graham, Rodríguez, Gallegos y otros.
Todos sabían que ahí se jugaba el futuro y decidieron que
había que afrontar el riesgo. Un rato después Velasco regresó a la sala del
gabinete y antes de tomar asiento dijo con voz ronca que en esos mismos
momentos por disposición suya, el destacamento militar de Talara estaba
entrando a las instalaciones petroleras para proceder a la expulsión de la IPC.
Y añadió si había alguien que se opusiera. Todos callaron.
Se había cruzado el río y desde ahí el general se ganaría muchos enemigos
silenciosos pero se haría más fuerte por el apoyo del pueblo.
Nada de lo hecho por Humala desde que el voto popular lo
convirtió en presidente, se inspira en el general cuya foto ocupaba el centro
de la sala de reuniones del Partido Nacionalista hasta hace muy poco.
Para la derecha fue un enorme alivio que Ollanta empezara a ceder desde antes de
juramentar el cargo y que entregara los puestos claves de la economía a los
tecnócratas de confianza de los dueños del dinero.
Pero lo más curioso es que a Velasco, los empresarios, los
medios y los partidos tradicionales, lo respetaban y le temían porque sabían
que era capaz de tomar decisiones y enfrentarse contra los poderosos y sus
sostenes internacionales. En cambio a Humala lo tratan de la peor forma, lo
acorralan y lo hacen pedir perdón.
Chávez que tenía un alto sentido de la historia se no sólo se
respaldaba en las ideas bolivarianas de la unidad de la América del Sur, sino
en el espíritu revolucionario del general peruano. La idea de que una fuerza
armadas aliada con su pueblo no es fácilmente doblegable por las derechas
políticas, económicas y mediáticas, es una conclusión fundamental para entender
lo que pasó en el Perú entre 1968 y 1975, y lo que empezó a ocurrir a nivel
subcontinental desde finales de los 90 cuando Hugo Chávez llegó al poder.
Ollanta Humala, como queda dicho, no es un heredero de los
militares revolucionarios que intentaron cambiar el papel de sus instituciones
y ayudar a la transformación social y económica de sus países y a la
independencia de América Latina.
El lugar que nuestro comandante ha escogido en la historia
va por el lado de los pequeños caudillos que llegaron al poder para que todo
siguiera igual y que usaron las coartadas históricas para fabricarse una
identidad de candidatos que iban a traicionar una vez que llegaran a la presidencia.
45 años después la figura de Velasco sigue suscitando
pasiones, odios y afectos concentrados. Todos sabemos los sentimientos que
rodean a nuestro actual presidente.
02.10.13
Columna de Wiener
Miércoles de Política Nº 14
No hay comentarios.:
Publicar un comentario