Decíamos ayer que el ciclo o período
posfujimorista que implicaba el fin de la autocracia y su reemplazo por una
democracia eleccionaria, estaba dando muestras de llegar a su fin, como se
había planteado un artículo de Alberto Adrianzén, a lo que le habíamos agregado
una serie de componentes de orden sociológico, institucional y directamente de
ejecutoria política de los cuatro gobiernos de los últimos 13 años.
La conclusión que se desprende es que a las ideas fuerzas de la lucha contra
Fujimori: democratización radical (redistribución del poder), anticorrupción
(limpieza del Estado y control de los contratos públicos), ampliación de las
libertades y derechos ciudadanos, restitución de equilibrios entre el capital y
el trabajo, etc., se las reemplazó olímpicamente por otros conceptos: evitar
los cambios si no quieren echar a perder el crecimiento, no ampliar las
libertades porque nos amenaza el regreso del terrorismo, no mover la
constitución fujimorista so pena de inestabilidad, no relevar la tecnocracia
que tiene la confianza de las finanzas internacionales y la CONFIEP, no
insistir en la anticorrupción porque todos tienen rabo de paja, etc.
Frente a este conformismo retorcido que se
impuso paso a paso en el país y que en la época de García llegó a cinismo,
había una aparente esperanza en el discurso contestatario de Humala y en su
reivindicación del espíritu rebelde con que se encaró el final del fujimorismo
rechazando el arreglo político que se venía a través d ela llamada Mesa de la
OEA. Ollanta encarnaba una denuncia a lo que los políticos hicieron de la
“transición” y esa es la única explicación de la simpatía que sintió por la
acción de su hermano en Andahuaylas de la que desertó apenas vio que los
llevaba a la ilegalización.
El hecho es que el 2006, Humala era el
candidato que representaba mejor la combinación de los 4 Suyos con la gesta de
Locumba, y el que no tenía reparos para enfrentar el estatus quo en que se
habían frenado Toledo y los partidos tradicionales después de que Fujimori
salió del juego. Cinco años después García, el candidato para evitar el riesgo
político, nos había colocado al borde de la reversión completa al punto que el
voto de su gobierno como el de otros sectores del sistema fue para que la
familia Fujimori regresara al poder a través de la hija Keiko. La medida del
fracaso de este proyecto fue la conformación de un bloque contra tal
perspectiva que unió antifujimorismo con nacionalismo.
Este pudo ser el punto de retome de todo lo
que estaba pensidente por más de diez años. Pero no fue así. La traición de
Humala llega pues mucho mñas allá del incumplimiento de promesas. Es la
liquidación de la última esperanza de una democracia con alternativas. Ahora ya
no hay distingos, la gente percibe que todos son iguales para abajo. Y que nada
puede cambiar.
16.10.13
3 comentarios:
Por eso el etnonacionalismo està destinado a ser poder, es ya una NECESIDAD
No hay alternativa, señor wiener, no la hay. Resígnese. Basta ver los problemas que afrontan Venezuela, Bolivia y ecuador para saber lo que le espera a nuestro país si se atreve a sustraerse de la órbita neoliberal: intentos de golpe de estado, sabotajes de la derecha, intentos separatistas, escasez, inflación y demás plagas de Egipto. No gracias.
Sr. Raul Wiener: Tiene ud. mucha razon, pero habemos todavia muchas personas que esperamos que esta situacion se revierta, por alli se estara gestando un nuevo movimiento que verdaderamente sienta el compromiso de acabar con esta podredumbre que nos ha invadido y que solo piensan en tener dinero y poder.
Magda.
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