martes, julio 18, 2006

La estrategia del TLC

Los procesos de integración económica entre países de economías más o menos equivalentes (o que hacían el esfuerzo por nivelarse con la contribución de todos) fue uno de los elementos que compusieron el mundo posterior a la segunda guerra mundial. Integrar mercados representaba una opción estratégica para aumentar la escala de producción y desarrollar complementariades, construyendo espacios competitivos frente al más poderoso. Eso fue lo que emprendieron los europeos con los resultados que son visibles: un conjunto de países antes enfrentados, encontraron la manera de cooperar en condición de iguales, y de pararse frente al desafío de una economía global dominada por los Estados Unidos. Ese proceso, como se sabe, ha madurado tanto que ha dado origen a un conjunto de instituciones comunes, tanto en el plano económico: Banco Central, moneda única, mercado común, empresas multinacionales, etc., como en el político: comisión de gobierno, parlamento europeo, proyecto de constitución (no fue aprobada la primera propuesta y habrá que ir a una reformulación).

En América Latina y del sur, hemos tenido sueños similares y realidades mucho menos efectivas. Confrontados a lo largo de nuestra historia a la presencia avasalladora del imperio del norte, nos hemos planteado de diversas formas de integrarnos, formado organismos diversos, definido normas, lanzado declaraciones. Pero nos hemos quedado muy cerca del piso. Ciertamente tenemos, desde la independencia, o quizás antes de ella, una división profunda en nuestros sectores dominantes, que en una porción importante mira hacia los países del norte creyendo que lo que nos atrasa es la compañía de los demás latinoamericanos y que nuestro destino es asociarnos a los grandes mundo, es decir a Estados Unidos, siguiendo la ruta de Chile, ¿viste?

En estos días estamos asistiendo a la debacle de la Comunidad Andina de Naciones CAN, aparentemente por obra de un exabrupto de Hugo Chávez, pero en realidad como resultado de un largo proceso de cambio de prioridades de algunos de los miembros entre ellos el Perú. En la década del 90, el Perú de Fujimori llegó a salirse de la organización, con el aplauso de las organizaciones empresariales y de los analistas neoliberales. Pero luego se volvió con el rabo entre las piernas y con diversos desarreglos con la normativa regional que nunca se superaron. Pero el tema actual es si eran realmente compatibles los TLC con la integración de los andinos. Tal vez la mejor manera de darse cuenta del problema sea recordar que en ningún momento siquiera se consideró la posibilidad de una negociación de la CAN con Estados Unidos, como si se ha planteado para Europa, por reclamo de los europeos. Y tampoco los tres países escogidos para el acuerdo actuaron juntos como un bloque de negociación. Todo lo contrario se hicieron numerosas zancadillas. Sobre todo el Perú, sabiendo que el favorito de Washington era Colombia, jugó a echarse más que los colombianos, apurarse más en el cierre y la firma, para que el amo le concediese una sonrisa.

Finalmente la existencia, al interior de un grupo de países en proceso de integración regional, de algunos miembros asociados por el TLC a las condiciones que determina una superpotencia de la magnitud de Estados Unidos, no puede verse como un reflejo del simple derecho de cada uno de hacer lo que parezca. Sin duda las nuevas reglas de comercio, inversión, propiedad intelectual, servicios, tratamiento de controversias, sanidad, medio ambiente, régimen laboral, etc., que comporta el TLC, afectarán a los países fuera del tratado. Asimismo los flujos de comercio se corregirán no sólo por efecto de la eliminación de aranceles, sino por las cuotas de importación fijadas en el acuerdo, produciendo desplazamiento de los productos andinos.

La foto histórica del TLC

Alejandro Toledo está totalmente convencido que el TLC es la obra cumbre de su gobierno y la que deja al Perú enrumbado en un sentido del que no habrá posibilidad de desdecirse. Su apuro por crear una coyuntura alrededor de la firma administrativa por los ministros de los documentos ya concordados y de estar presente apadrinando el acto, refuerza ese sentimiento mesiánico que empezó a desplegarse cuando despidió a los negociadores que iniciaban sus tareas con el encargo de concordar sí o sí con los norteamericanos. Sin duda la opción partía de asumir que la estrategia de crecimiento de nuestros países pasaba por despriorizar las estrategias de desarrollo del mercado interno y las de integración con la región andina y el los países del subcontinente. El TLC era el camino de enganchar (no integrar), el país a la dinámica del gigante. No asociarnos para competir como un bloque en una era de comercio entre polos económicos, sino reforzar nuestra condición de periferia de los Estados Unidos.

La idea de que podemos orientar el grueso de la producción y el empleo hacia un mercado que a la vez de grande y solvente es el más concurrido del planeta, supone diversas condiciones: (a) que pudiésemos readecuar sustancialmente el aparato productivo nacional para cumplir estas funciones, es decir pasar de una agricultura 5% exportadora a un porcentaje mucho más elevado; (b) que existiese una demanda en crecimiento para una variedad muy larga de productos y capacidad para no ser derrotado por otras ofertas; (c) que el empleo que se pierde por entrada de bienes que se estaban produciendo en el país, pudieses ser reasimilado en el sector exportador, que hoy absorbe menos del 10% de la PEA. Realmente esta es la cuadratura del círculo, pero sobre la hipótesis de que el mercado nos obligará a ponernos pilas y responder al desafío es que se construye todo el edificio del que hemos hablado en estos años.

La lógica que lleva a este camino puede ser la del dogmático que cree a pie juntillas que la globalización nos obliga a abrirnos y someternos a la competencia de las principales economías. O la del ciego que cree que puede confiar en los estudios de personas y entidades que buscan justificar el TLC y que calculan ganancias máximas con costos mínimos, que tal vez de aquí a un tiempo sean definidos como simples mentiras. Pero, el concepto más peligroso es que el gobierno se proponga explícitamente representar los intereses de un sector de la economía y la sociedad, contra los otros. Más o menos la lógica que se ha seguido en las negociaciones de tener al lado a los exportadores e importadores, y requerirlos constantemente sobre su opinión y propuestas para ser alcanzadas a la mesa, mientras los afectados quedaban en el país impulsando las protestas. Mercado obsequiado para unos, a costa de ceder en numerosos campos, y compensaciones para los otros, es toda una concepción de Estado, que como se ha visto en las elecciones, no comparten la mayoría de los peruanos.

El más elemental sentido común conduce además a asumir que lo que nos quieren hacer pasar a las locas, impidiendo la participación ciudadana, desconociendo la iniciativa del referéndum de consulta respaldada por el número de firmas legalmente necesaria para obligar al Congreso a debatir el tema, tratando de saturar las mentes con propaganda que no explica sino manipula la conciencia de la gente, debe tener muchos aspectos negativos de los que no nos percatamos inmediatamente. Para muchos el apuro es sospechoso. Podría recordarse aquí que en varios países de Centroamérica se llegó a saber que para la aprobación del TLC se había comprado el voto de los parlamentarios.
Es curioso, pero aquí nuestros legisladores que en su mayoría vuelven a casa en julio de este año, están peleando a muerte porque se respete su fuero y su indiscutible capacidad para votar sobre un tema del que en un 80% no saben nada y los que saben algo (salvo honrosas excepciones) lo aprendieron en las escuelitas de las organizaciones de exportadores que se frotan las manos con el TLC. Hay un riesgo evidente de corrupción detrás de esta última chambita parlamentaria. Por lo menos habría que estar atentos.

27.04.06

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