Ya sólo falta la Pinchi Pinchi y el respectivo video en alguna salita de muebles mullidos, con el nuevo héroe de la gobernabilidad, Carlos Torres Caro, recibiendo la suya para que el país no se desestabilice. Porque ya tenemos a Del Castillo en el papel de Marcenaro y a Cabanillas en el de una Martha Chávez envejecida, saludando el gesto democrático de pasarse al bando del ganador aún antes de juramentar el cargo.
Hay tanto del 2000 en el 2006:
(1) en la actitud concertada de los medios para blanquear al APRA que ahora parece una asociación benéfica y para mantener la puntería centrada en el perdedor de la elección, como el enemigo que acecha y contra el cual hay que preparar la parte dura del Estado, a la manera que sugieren Giampietri y Benedicto Jiménez:
- Señor ministro, ahora que Torres Caro ha renunciado a UPP, ¿se están tomando las precauciones debidas ante la posibilidad de una asonada en el sur?; pregunta de prensa al ministro del interior ayer después del medio día.
- La policía está preparada para cualquier contingencia.
(2) en el intento de construir una mayoría parlamentaria para el que no la obtuvo en las urnas, cubriendo la operación con palabras engolosinadas como gobernabilidad, estabilidad, que supuestamente estarían a punto de quebrarse por parte precisamente de quién era el líder de su movimiento hasta hace apenas tres días.
(3) en la santificación de los tránsfugas como los hijos pródigos del violentismo: ayer Kuori y los chakanistas que desertaron de Toledo cuando este representaba la resistencia a la dictadura y el fraude; hoy Torres Caro y sus secuaces que abandonan a Humala, como si el voto que los ha colocado en el Congreso no fuese un mandato para defender un programa determinado y para cumplir con sus votantes.
(4) el gobierno de turno frotándose las manos y diciendo que no tiene nada que ver en lo que está pasando, que es puramente espontáneo.
(5) el país sospechando de un arreglo secreto de dinero y/o alguna otra prebenda, hasta que las pruebas vayan saliendo.
Sólo en el clima artificial de la ciudad de Lima, de sus medios embrutecedores y del abrazo entre los partidos tradicionales, empresarios y oportunistas de toda la vida, se puede uno imaginar que un país se hace más gobernable burlando el sentido de la votación y sumándose al bloque anti-Humala que se construyó en las elecciones.
Cinco años discutiendo el transfuguismo, declarado como símbolo de la corrupción política, con varios proyectos de ley orientados a hacer perder la representación a aquel que da la espalda al partido por el que fue elegido, y de pronto ante un brote de la peor modalidad de voltereta política que es cambiar de bando apenas acabadas las elecciones, tenemos a medio mundo saludando la “valentía”, el “gesto democrático”, “bienvenido Torres Caro”.
Pero lo peor es el espíritu de soplón del nuevo Judas de la política peruana. Que se vienen huelgas, marchas, tomas de carretera, como si no supiera que esas cosas iban a venir de todas maneras, con Humala o sin Humala, si Toledo y García fuerzan lo del TLC. Y si sigue intocable el modelo económico tal cual, como lo están sugiriendo desde Washington y lo está cavilando el presidente electo al buscarse un ministro de economía de esa filiación. Lo que está haciendo el tránsfuga es culpar a su jefe de la víspera por los efectos sociales de la política que el APRA se propone llevar adelante desde el poder. Porque todos saben que habrá resistencia. Con millones de votos por el cambio, radical o responsable, imaginen lo que puede pasar, si empezando por el TLC, no petrificamos en el no cambio.
Torre Caro es un pobre diablo, ciertamente, que toma aires de quién está decidiendo el futuro del país. Es idéntico a varios que ahora están en la cárcel.
13.06.06
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