Mientras la mayoría del país no reconoce en el Ollanta actual al
candidato levantisco y contestatario anterior al 2011, lo que se refleja en las
encuestas, en las que el principal rubro de desaprobación es que "no
cumple sus promesas, es mentiroso", y en las calles en el grito, mucho más
áspero, de "Ollanta es un traidor", para la derecha más conservadora,
que en nuestro caso es también la más exaltada, el presidente tiene cada vez
más tentaciones y nostalgias chavistas, estatistas, proteccionistas y
pendencieras.
Como ambas visiones no pueden ser verdad a la vez, debe
haber una explicación para que coexistan en un mismo escenario político. Más
aún, cualquier persona con sentido común sabe que Ollanta Humala se ha alejado
del bloque que encabezó en vida el comandante venezolano, que no ha estatizado
ni nacionalizado nada, que mantiene la economía cada vez más abierta y
dependiente del mercado internacional a pesar de la crisis europea, el
estancamiento estadounidense y la desaceleración china, y que no es capaz de
responder como se debe al sistemático acoso político de los medios de derecha.
Es obvio, por tanto, que no hay nada caprichoso en el
sentimiento de la gente. Pero también es verdad que cada vez que le sacuden sus
viejas ideas, el presidente se zarandea y se siente obligado a dar muestras de
que no es lo que dicen que es. A estas alturas Humala puede ser tachado de
“chavista” si simplemente se acuerda que todavía es presidente pro témpore de
Unasur y aun cuando haga todos los esfuerzos necesarios para subrayar que su
bloque económico es el de los amigos de Estados Unidos agrupados en la Alianza del Pacífico.
Y puede ser tildado de estatista si insiste en el
proyecto todavía no retirado de la modernización de la refinería de Talara y en
el cada vez más difuso y confuso del gaseoducto del sur, donde el Estado sería
socio minoritario. Ya ha sido estatista además por querer regular la publicidad
de comida dañina para la salud de los escolares o por querer que se difunda
música de artistas nacionales en las radios. Y cuando los mismos medios que lo
acusan y lo empujan cada vez más a la derecha, tienen que explicar porque hay
tanta dureza en el ambiente si casi toda la clase política y el gobierno están
comprometidos con el modelo neoliberal, la respuesta fluye de inmediato: la
culpa es de Humala por haberse estado peleando con todo el mundo.
¿Es eso verdad? Sin duda que no. Humala adoptó para la
campaña del 2011 la línea de no confrontar que como gobierno se convirtió en la
de no patear el tablero. Por eso, sus críticos de lo que hablan es de su pasado
y de sus denuncias al orden imperante, que hoy son como su cruz de las que debe
renegar a cada paso. Y nunca será perdonado.
05.08.13
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