En
la primera mitad de los 60, aún en el colegio, me gustaba revisar los diarios
que compraban en la casa y me llamaba la atención la forma en que uno que se
llamaba “La Prensa” insistía todos los días en un solo asunto: los factores del
primer gobierno de Fernando Belaúnde que provocaban una ola continuada de
desconfianza empresarial en el Perú y lo que iba a pasar sino era revertida.
Por entonces, la desconfianza venía del hecho que el arquitecto había prometido
nacionalizar la IPC en noventa días aunque no lo había hecho y de que se
hablara de reforma agraria, que tampoco se realizó salvo una caricatura armada
en Congreso dominado por apristas y azucareros.
Los
impuestos creaban desconfianza. Los reclamos salariales, lo mismo. Si el
gobierno no reprimía las protestas había desconfianza. Y un montón de ítems
más. Además había un caricaturista que graficaba como Chile, Argentina,
Bolivia, Brasil andaban de cabeza por haber tomado medidas arancelarias,
monetarias e intervencionistas para impulsar su desarrollo industrial y el
mercado interno, mientras el Perú minero y agroexportador de los años
anteriores, era un modelo de estabilidad con su moneda, un sol grandote, que
mantenía su valor durante diez años, después que un golpe militar-oligárquico
lo devaluara para favorecer a los que vendían su producción en el extranjero.
Todo
esto contribuyó a convertir al entonces reformador Belaúnde en un personaje maniatado,
que frustró muchísimas esperanzas, entre ellas las de muchos militares jóvenes
que creían realmente que el Perú necesitaba profundos cambios. En 1965, hubo
una guerrilla en el Perú que fue aniquilada con el uso de la Fuerza Armada.
Pero, aunque la derecha aplaudió el desenlace, no dejó de presionar al gobierno
que creía haber conseguido por fin un triunfo que valiera la pena. En 1968, la
misma Fuerza Armada que había reprimido a la subversión dio un golpe de Estado
para realizar un programa más radical de lo que Acción Popular ofreció en
elecciones y similar al que llevó a la lucha y a la muerte a la mayor parte de
los guerrilleros.
Hago
esta reflexión después de leer a Álvarez Rodrich, cuyo extraño periplo pasa por
haber trabajado con Fujimori, haber votado por Ollanta contra la hija de
Fujimori y haber iniciado desde hace unos meses una cruzada a favor de un shock
de confianza para el empresariado en el que Humala demuestre que ha cambiado
hasta de pensamiento, que es lo que la derecha, la bruta y la no tanto, creen
que es lo que todavía le queda del izquierdista de otra época. El juego es
simple: las encuestas demuestran que el pueblo quiere cada vez menos al
presidente, entonces hay que darle gusto a los grandes empresarios, sino la
cosa va a ser peor, por eso de la desconfianza que hace que no haya
inversiones. Igualito que hace 50 años.
15.08.13
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