En un lado de la mesa tenemos una
invitación al diálogo entre el gobierno y la oposición que todo el mundo
entiende que será real si acuden el APRA y el fujimorismo, y en del otro un
torrente de denuncias de corrupción que se incrementa cada día.
Funcionarios del gobierno y algunos
medios hablan de la existencia de una mafia que trata de frenar las
investigaciones. Pero el problema es que por mafia se está entendiendo a los
que se está convocando como principales interlocutores.
García por su parte ha contestado
magnánimo que se está dispuesto a olvidar agravios en aras de la nueva onda
dialogante, sólo que por “agravios” está aludiendo a los trabajos de la
Megacomisión y del Procuraduría Anticorrupción sobre las más discutibles y
perseguibles decisiones de su gobierno, incluidos los narcoindultos y
narcoconmutaciones.
El PPC, como es usual, ya prestó su
nombre para dar la idea de que el diálogo ya está en marcha, pero lo más
difícil de entender es que podrían hablar Lourdes Flores y Jiménez, que no
pudiera arreglarse en el Congreso donde el oficialismo y el pepecismo comparten
la mesa directiva.
Lo mismo podría decirse de la entusiasta
aceptación de Perú Posible, que debe ver en el “diálogo” una manera de ser
visto como todavía existente, después del tema de las casas de la suegra de
Toledo y de las renuncias de congresistas y dirigentes.
Pero, otra vez, el punto es Alan García,
que tiene apenas dos parlamentarios activos en la Plaza Bolívar y un mar de
acusaciones por los peores delitos, pero cuenta con más prensa afecta que nadie
en este país y por tanto es un enemigo poderoso. AGP, por supuesto, no se va a
sentar con Jiménez, pero ya se dio cuenta que sus primeras respuestas se
salieron de caja y ha preferido dejar a sus aliados del fujimorismo en el plan
extremo de pedir cabezas de ministros para enviar algún mensajero al diálogo.
Lo que acaba de hacer el ego colosal es
reunir a sus exministros, dentro de los cuales hay varios anticuchos bien
notorios, y volver sin decirlo sobre el tema de que el Perú debería estar
siendo gobernado como él lo hacía, lo que significa además que si el gobierno
tiene su agenda para dialogar él tiene la suya propia.
Esto significa que AGP va a estar jugando
a no romper los puentes, pero que nadie transite sobre ellos. Es el
fujimorismo, sin embargo, el que está interpretando más abiertamente la
invitación como un signo de debilidad, de donde viene que si quieren tratar con
ellos el gobierno debe antes reconocer su derrota.
Todo esto significa que el diálogo del
primer ministro no va a servir para mucho, salvo para medir como actúa cada
fuerza política, mientras circula una encuesta que dice que la población ya no
cree a ninguno de los políticos actuales.
23.08.13
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