domingo, mayo 18, 2014

El racismo y la política

En el Perú nadie es racista hasta que alguien estampa un calificativo de raza sobre otro para hacerle recordar que es menos que él. La política criolla que fue por mucho tiempo un ejercicio de la elite blanca se vio de pronto invadida por chinos, cholos y otros que ganan elecciones. Esta es una pequeña historia.

En las inolvidables elecciones de 1990, Fujimori apeló a un eslogan de campaña que invitaba a votar por él, y que decía “alguien como tú”.

Era una extrema audacia porque bastaba mirar al profesor universitario de origen nisei para darse cuenta que no era una figura tan común como afirmaba. 

Tan cierto era eso que muy pronto el hijo de japoneses se autodefinió como “chino” que era una manera de hacer más popular y cercano a la gente el antecedente asiático.

Los partidarios del Fredemo, de Vargas Llosa, unas señoras y señorones de alta sociedad, jóvenes de los barrios acomodados que reclamaban por un golpe, la tarde de la segunda vuelta en la avenida Javier Prado, consideraban un anatema el resultado.

Y en medio de sus quejas estaba que Fujimori no fuera hijo de peruanos, que se hubiera unido a los evangélicos y que su voto proviniera principalmente de los sectores populares.

De Fujimori a Humala


Veintiún años después un casi idéntico conglomerado se lamentaba de una nueva derrota. Pero esta vez su candidata era curiosamente la hija del Fujimori de sus miedos anteriores, y su nuevo fantasma un militar de discurso radical que había vuelto a levantar a los pobres y a las provincias.

En las redes los vencidos se expresaban con rabia del serrano y de la poblada resentida que venía tras suyo.  Una explosión de violencia verbal hacia pensar en los tiempos en que mucha gente  de la Lima tradicional creía que los pueblos que se habían formado alrededor de la ciudad ocupando los cerros, iban algún día a descargarse las multitudes pobres e ignorantes sobre la vida feliz de los barrios acomodados.

Pero unos meses después lo que se leía en las encuestas era que los sectores A y B se habían vuelto bruscamente ollantistas y más aún nadinistas, con niveles de aprobación que pasaban el 70% ,mientras que los grupos C, D y E, se iban desencantando rápidamente, que Lima creía mucho más en el gobierno por el que no votó que el sur serrano que le había dado su respaldo masivo al punto de que había departamentos como Cusco donde todos los parlamentarios elegidos eran del partido del presidente.

Sale “chino”, entra cholo


En el año 1995, Alejandro Toledo logra convencer a sus amigos, algunos de ellos con suficiente dinero para embarcarse en una aventura política, de que la sucesión natural de Fujimori era un hombre que luciera como él, los rasgos típicos del hombre andino, pero en su versión emergente, la del tipo que había hecho el milagro de ascender social y económicamente gracias a la educación y a su esfuerzo.

Si el falso “chino” de origen japonés se había marketeado como “alguien como tú”, por decir alguien de los grupos que nunca habían ejercido el poder y que sufrían el relegamiento de las élites, Toledo podía hablar desde un universo mucho más nutrido sobre todo porque la apelación de “cholo” no era puramente racial, sino socioeconómica, y venía extrañamente acompañada de un acento de turista estadounidense que seguramente pensaba que servía para resaltar su condición de hombre de mundo.

Toledo fue una sensación en los primeros momentos de la campaña del 95, pero luego se desinfló como otras postulaciones ante el empuje de la primera reelección fujimorista. En el 2000, el cholo reapareció, reencauchado y convencido de estar tocado por el destino. Ya no tenia acento extranjero, sino una voz profunda e impostada que probablemente le habían preparado sus asesores de campaña y el producto que trataba de vender era el “segundo piso” del edificio empezado a construir por Fujimori.

Un cholo para seguir la obra del “chino”, que como todos sabemos terminó más allá de sus cálculos en un cholo para sacar a Fujimori cuyo momento estelar fueron los Cuatro Suyos de julio de 2000, que el fujimorismo embarró con represión y sangre.

En el 2001, sin embargo, Toledo se hizo presidente y coronó su victoria con un curioso epígrafe que decía que él era un “error estadístico”, para dar a entender que personas de su origen no llegan a ser profesores en los Estados Unidos, no viven en La Molina y no ganan las elecciones.

Velasco y la emergencia real


En octubre del 1968, el Perú creía haber vuelto a la normalidad, con un nuevo golpe de Estado con el que se cerraba una etapa de crisis política, económica y social, en la que otra vez los partidos políticos se habían encargado de mostrarse como incapaces de sacar al país de sus graves problemas.

A Velasco le decían “el chino”, por la forma de sus ojos, pero en realidad era un tallán típico, es decir un heredero de las viejas culturas piuranas, y fácil debió haber sido tratado como un provinciano pobretón en sus años de soldado, cuando nadie podía suponer que llegaría a general, comandante del Ejército, presidente del comando conjunto y ‘residente de una Junta de Gobierno.

Pero cuando se trataba de generales golpistas, nuestra oligarquía no solía hacer distingos raciales. En nuestra historia habían generales negros, cholos y de otros colores, que llegaron al poder por las armas y que fueron leales al orden económico y social. Por eso también a Velasco, a pesar de la temprana nacionalización de la IPC y de sus reforma iniciales, lo rodearon una buena parte de la alta sociedad limeña que hasta decía que eran necesarios los cambios, para que nada cambie.

Así, las habilidades del general para una ruda comunicación con los pobres, parecía una ventaja, que los políticos profesionales no tenían. Esa virtud se la volverían a reconocer a Fujimori, a Toledo y a Humala. Fue de esa forma que en el primer momento de la dictadura del 68 pareció funcionar una alianza de los grupos de poder con Velasco que se expresaba en encuentros casi diarios que se denominaban Altecos (almuerzo, té y comida), donde acudían los más sonoros apellidos de la época, algunos de los cuales siguen sonando, aunque sus descendientes prefieren no acordarse de que hubo esa afinidad.

Hoy, como es evidente, el nombre de Velasco y el recuerdo de la dictadura militar reformista y nacionalista, es uno de los recuerdos más sublevantes en las elites, sea porque fueron afectadas directamente (caso de los propietarios de los grandes medios de comunicación), o porque necesitan encontrar elementos para mantener a la gente bajo una explicación selectiva sobre los fracasos peruanos (la oligarquía no es la responsable del país rezagado y del Estado corrupto que tenemos desde inicios de la república, sino Velasco), pero por sobre todo porque en esa época se produjo una irrupción en la política de sectores que antes estaban fuera o subordinados.

Racismo político


El pecado de Velasco fue haberle otorgado autonomía y fuerza política a muchos sectores que antes permanecían despolitizados que antes estaban básicamente encuadrados. La primera expresión del cambio se apreció en las elecciones para la Asamblea Constituyente en 1978, con la aparición brusca de una izquierda electoral que recogió el tercio de los votos del país cuando nadie lo esperaba.

La década de los 80, construyó la idea de que los barrios populares de Lima, los departamentos del sur y otros bolsones de la emergencia social se habían convertido a la izquierda que ahora era la amenaza al viejo poder. La propia izquierda se lo creyó y ese fue su mayor error que la llevó a dilapidar el capital que tenía en las manos en históricas divisiones. Pero ahí nomás vino lo del triunfo de Fujimori y el tercio empezó a ser flotante.

Uno podría decir que ese ha sido el punto de partida de nuevos miedos, que alimentan nuevos odios y recrean viejos desvalores de una sociedad estamentaria con rezagos coloniales.    

Basta ver la idea que transmiten algunos sectores, pequeños pero poderosos que actúan como lo haría un hacendado anterior a la reforma agraria respecto a “sus indios”, que quieren hacer lo que quieren cuando ya se les ha dicho.

Si quieren una muestra, búsquenla en El Comercio. 

18.05.14

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Nada de “anónimo”, soy Ambrosio

Regresa el Inquisidor Raúl Torquemada Wiener, esta vez con argumentos racistas, francamente ridículos en el Perú, un país en que el que no tiene de inca, tiene de chicha, mochica, huanca, o de chuncho o de dinga o de mandinga; los que, metidos todos en una licuadora con una pizca de minoría ínfima, descendiente de europeos, conforman la república peruana chola. En otro intento de Wiener de dividir a los peruanos con el argumento del racismo; lo hace con cinismo e hipocresía, por cierto solo comprable a la cantidad de mentitas argumentales.

En Alemania en los 30 del siglo pasado, no eran los judíos los racistas. Eran los nacionalsocialistas los que, con el argumento racista, intentaban eliminar seres humanos de la faz de la tierra. Los racistas, los que dividían, eran Hitler y los nazis. En el Perú, es Raúl Alfredo Wiener Fresco el racista al usar el argumento.

Ese es otro intento más para dividir, fomentar el odio, resentimiento, envidia, crear las “condiciones” en nuestra patria para hacer factible la “revolución”, llegar al poder en un golpe de estado, nacionalizar todo, suprimir la propiedad privada, crear la tarjeta de razonamiento, cerrar las televisoras, clausurar los medios; sólo La Primera se leerá, sólo una televisora, sólo un radio…

Eres un peligroso totalitario, Raúl.

Anónimo dijo...

Una vez más el infeliz acude al ad hominem para negar lo que en el fondo Wiener argumenta razonablemente: esta republiqueta llamada Perú durante el siglo XX fue dominada por intereses oligárquicos sin ningún afán de considerar al indio como un ciudadano, un igual (y no me vengas con esa cojudez de que "todos somos cholos" cuando ni tú te la crees). ¿De qué intento de dividir al país te quejas si justamente es la derecha y la vieja oligarquía renacida la que sigue imponiendo a la clase política lo que sus intereses necesitan? Este país ha estado dividido desde 1821 y nuestra élite se ha pasado por el forro cualquier plan de articular esos fragmentos. Ante esas condiciones, es vital una revolución total.

Anónimo dijo...

El rojerío quiere robarse el Perú, hacer su "Robolucuón", ser los dictadores. Deliran, nadie los quiere, múdense a Cuba. Nuca dejaron de ser Sendero Luminoso

Héctor Mejía dijo...

El racismo siempre ha estado presente en la política, desde el Virreynato, tuvo que venir Velasco para que el primer negro sea cadete en la Escuela Naval y para que saliera una persona de raza negra en la televisión (Zelmira Aguilar).
En el 90 el racismo vino de parte del Fredemo cuando llamaban a Fujimori "peruano de primera generación" o cuando perdieron y una "barra brava" de pitucos pas+o por mi casa gritando "y va a caer y va a caer el chino trolo va a caer".
El racismo siempre ha estado presente en la política por partede quienes creen que tienen una especie de "derecho divino" para gobernar similar a los que en la época anterior a la Reforma Agraria vreian que tenian el mismo "derecho divino" a la posesión de la tierra.