Hay dos elementos
decisivos para explicar la crisis paraguaya: (a) el problema de la distribución
de la tierra (85.5% de la tierra agrícola está en manos del 2% de los
propietarios, y es producto de despojos y prebendas estatales que vienen del
tiempo de la dictadura y que favorecieron a una clase terrateniente con
múltiples representantes en el Congreso), que ha generado movilizaciones de los
campesinos sin tierra que se han acrecentado a partir de la victoria del obispo
izquierdista Fernando Lugo; (b) la lucha de las derechas latinoamericanas,
ligadas a los Estados Unidos y cada vez más entrelazadas entre sí, por
modificar la correlación en la región, lo que se lee como que “cayó otro de los
amigos del Alba y de Chávez”.
Lugo no se
atrevió a hacer una reforma agraria radical como la que anunciaba su campaña,
que debía enfrentar la mala
distribución, el monocultivo y la pobreza campesina. Pero, como dicen sus
detractores, no se opuso como la derecha quisiera a las recuperaciones
impulsadas desde abajo. La destitución súbita del presidente tiene, desde esta
perspectiva, un sabor irónico, porque los que acusaron a Lugo de la muerte de
campesinos y policías en un enfrentamiento en las tierras de un dirigente
colorado (extrema derecha), bajo sospecha de narcotráfico, provocado por una
represión desproporcionada que alguien maniobró contra las órdenes del
gobierno, son los que apuntan a un gobierno de “orden” que asegure a los
propietarios tradicionales aunque sea a sangre y fuego. Y lo es más si se
observa que entre los que se movilizan contra la destitución se hallan los
dirigentes campesinos que a su vez condenan el asesinato de gente del campo
para proteger el sistema de propiedad de la tierra existente.
El segundo
elemento, es también sumamente
importante. No por nada el nuevo presidente, Federico Franco
declaró abiertamente su antipatía hacia
Cuba y Venezuela, y sus distancias con el proceso de integración de América del
Sur, afirmando autonomía frente a la influencia tradicional de los Estados
Unidos. Hay muchas evidencias de que la Embajada EE.UU. ha estado metida desde
el primer momento en la jugada para cambiar al presidente y que el plan se
urdió con los colorados para convencerlos que había llegado el momento de sacar
a Lugo y entregar el gobierno a los liberales, a menos de un año de las
elecciones, lo cual favorecería claramente el camino de retorno al poder del
partido que mantuvo el poder por 61 años, hasta el día en que Lugo logró desplazarlos.
En todo el
subcontinente la interpretación del golpe paraguayo va por el lado de generar
un daño profundo contra la UNASUR, que es el espacio que se ha ido construyendo
bajo iniciativa de los gobiernos progresistas pero que ha unido a todo Suramérica
en decisiones que escapan a la influencia norteamericana. No es extraño que de
lo ocurrido en un país aparentemente desconectado del Perú y que mira a sus
vecinos del Atlántico, como es Paraguay, los excancilleres Tudela y García y
García hayan derivado una reflexión sobre la “inviabilidad” de UNASUR, como si
estuviera llegando el momento de dinamitarlo. No olvidar que el primer paso en
esa dirección ya se ha dado con el llamado “Arco del Pacífico”, como alianza de
los neoliberales de esta parte de América Latina, en principio alternativa al
ALBA, pero en perspectiva orientado a desmembrar la América no sajona entre sus
componentes para recuperar el viejo dominio de Washington.
Los golpes de
Honduras y Paraguay indican una tendencia de ir rodeando a los países más
resistentes desde la periferia tomando algunos gobiernos más o menos frágiles y
contradictorios, donde hay débil organización social. Es un plan calculado que
está en pleno desarrollo.
www.rwiener.blogspot.com
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