Al principio la novedad era que al ministro gritón y pegalón de mujeres, lo reemplazaban por una mujer, como si se tratara de una reivindicación de género que todo el mundo debía aplaudir y que bien merecía la foto del presidente con sus ministras, la mayor parte de la cuales guardó un sexista silencio, que imitaba a la mudez de Ollanta Humala, durante los diez días que duró la crisis Villena.
Pero, como es evidente, lo que hay en común entre Ana Lucía Ramos y Nancy Laos es bastante poco. Una es una trabajadora estándar que se propuso cumplir con sus responsabilidades de no permitir el paso de nadie a la zona de despegue una vez que el avión había cerrado sus puertas e iniciado el encendido de sus motores, a la que la empresa y muy probablemente sus abogados le recomendaron retirar su denuncia sobre la agresión sufrida para no tensar su relación con el gobierno.
La otra es precisamente una abogada, de esas que recomiendan a las empresas lo que deben hacer frente a sus trabajadores, por ejemplo, cómo manejar los conflictos, cómo responder ante los reclamos colectivos y de qué manera conducirse en situaciones en que hay de por medio terceros poderosos como en el caso Villena. Hay que ver además qué tipo de empresas han estado como sus clientes: Telefónica, Edelnor, Wong, Sotiabank, Xtrata, Doe Run, etc.; todas ellas de gran poder económico y político, varias de las cuales con una trayectoria de despidos masivos y desconocimiento de los derechos de los trabajadores.
Jiménez Mayor como para no desentonar ha dicho que no hay que adelantar juicios sobre la nueva titular de Trabajo, como si su relación con el mundo de la gran empresa no fuera como para preocuparse. Debe ser por eso además que mientras la CGTP y otros gremios laborales no se han pronunciado, probablemente evaluando la nueva situación, quién si ha dicho su palabra es el presidente de la CONFIEP, Humberto Speziani, que como si se tratara de una ministra para ellos ha sido considerada como una buena abogada: “muy preparada, con estudios y amplia experiencia en las relaciones laborales”.
Corren, sin embargo, las apuestas si el nombre vino directamente de los empresarios o si se originó en el espacio de los estudios privados de abogados y de los lobistas que hacen la conexión entre el poder político, económico y mediático. Un detalle interesante es el entusiasmo que la noticia desató en Cecilia Blume que resumió su posición en una frase: “Me parece estupendo que pongan una persona del sector privado porque te da otra visión, la visión de la calle”.
Casi una crítica frontal a la visión tecnocrática que representaba José Villena, el carnal del superministro Miguel Castilla, al margen de lo extraño que suena oír decir que el traspaso de la vital cartera de Trabajo al sector privado represente el ingreso de la “visión de la calle” en las consideraciones del gobierno. Debe ser, por cierto, una calle muy distante de aquellas por donde circulan los asalariados peruanos.
Queda sin embargo por establecer cómo llegan Speziani o Blume a influir en las decisiones del gobierno. Y allí hay bastante tela por cortar: ¿el presidente ha cambiado a los trabajadores por los representantes de las empresas?, ¿Blume está haciendo incidencia sobre la primera dama como se comenta en los círculos políticos?, ¿dónde están los centros de decisión política?
12.12.12
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