Al continuismo económico que Ollanta Humala asumió desde el primer día de su gobierno, o quizás antes, desde que ratificó a Julio Velarde en el BCR y anunció que Miguel Castilla, sería el que asumiría la titularidad del MEF, le ha seguido una progresiva vuelta a la normalidad en todos los demás aspectos: desde la política minera y energética que hoy dirige Jorge Merino, tanto en el trato con las mineras como en el creciente poder del Consorcio Camisea; la política agraria que favorece la gran propiedad (caso Olmos); la mantención del impasse de más de una década en la aprobación de la Ley General de Trabajo; hasta llegar a los programas sociales que siguen siendo un asistencialismo focalizado que no modifica la realidad social ni las relaciones de poder interno en la sociedad y las políticas de seguridad que están dominadas por las lógicas represivas y los miedos de los años de la guerra interna.
La confirmación de que Ollanta Humala no ha traído nada nuevo y que no tiene ningún sentido la discusión sobre si abandonó el programa de la “Gran Transformación” y está aplicando la “Hoja de Ruta”, cuando lo que está haciendo es administrar el Estado tal como lo recibió y básicamente con el personal y las ideas que ya estaban ahí, ha conducido a preguntarse si toda la campaña electoral del actual presidente fue un engaño y el caballero nunca creyó en lo que decía y era una especie de caballo de Troya para reintroducir el neoliberalismo desde la izquierda y apropiarse del poder.
Ciertamente que uno no puede estar en la cabeza y en los sentimientos de los individuos para saber cuánto de mentira había detrás de los discursos y las conversaciones durante más de cinco años. Sin embargo yo tiendo a pensar que Ollanta candidato era sinceramente nacionalista, pero que a la hora de la verdad resultó mucho más débil y falto de coraje para empezar a desarmar el sistema a cuya cabeza había sido colocado por el voto de la gente. Si la historia dice que muchos nacionalistas cambiaron con el tiempo y empezaron gobiernos hacia la izquierda para terminar en la derecha, la diferencia con Ollanta sería que este viró cuando recién estaba por empezar. Es decir no arriesgó nada lo que hace que su viraje se parezca tanto a la traición.
Pero, ¿por qué es importante distinguir entre los conversos verdaderos como Alan García, y los débiles y erráticos que hacen la misma política pero sin convencimiento? Importa por una sola razón y esa es que la debilidad ante el poder, mejor dicho la debilidad para ejercer poder atraviesa toda la trayectoria de presidente inconsecuente y tal vez sea la fuente de sus futuras desgracias. Le cuesta tanto trabajo frenar la insaciable tecnocracia económica que lo ha rodeado hasta quitarle todo poder de decisión (lo que nunca pudieron hacer con AGP), como soportar una batería de titulares y reporteros encimándolo en la calle, como enfrentar a un ministro matón que no tiene la decencia de Lerner o Lynch de presentar su renuncia.
Nada de lo que hace Ollanta suena como que se origina en él, lo que lo distancia de sus predecesores, donde había un Fujimori que decía que nada se movía sin su autorización (aunque ahora diga que no estaba enterado de nada), un Toledo que alardeaba que sabía escoger los mejores ministros que gobernaban por él, y García que se propuso ser más neoliberal que los neoliberales. Ollanta es apenas un ejecutor de las políticas que eran las de sus adversarios a los que trata de aquietar haciéndoles cada ve más concesiones.
08.12.12
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1 comentario:
Que tipo más lúcido en sus análisis y su forma de expresarse didáctica, entendible; lástima que su salud no sea la mejor...roguemos por su mejoría pronta y la verdad que se hace muy necesaria la SIEMBRA de mentes de izquierda como él ..nuevos cuadros.
Fuerza tocallo y ojalá las izquierdas entiendan que la división ENGORDA a los enemigos del pueblo
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