La tarde del domingo 31 de agosto de 1969, alcancé la extraña
condición de ser algo así como la única persona en la ciudad y quizás en buena
parte del país que no participaba del sentimiento deportivo-patriótico que se
había apoderado del resto de mis compatriotas. Miento, éramos dos los que
compartíamos la situación. Yo y mi amigo Carlos Sarmiento que salimos sobre las
3 de la tarde de mi casa en Magdalena y caminamos conversando todo el largo de
la avenida Brasil, mientras en los hogares peruanos se vivía el drama de la
clasificación con Argentina, aquel inolvidable partido que concluyó dos a dos,
coronado por los famosos goles de “Cachito” Ramírez a los 52 y los 80, que los
argentinos estuvieron a punto de revertir en los 78 y 87 minutos.
Carlos y el que escribe teníamos seguramente muchas cosas
que conversar, pero ya no recuerdo ninguna de ellas, salvo que eran temas
políticos. Tal vez queríamos demostrarnos que estábamos más allá de cualquier
fanatismo. El hecho es que poco después de la cinco de tarde cuando ya
estábamos cerca de la Plaza Bolognesi, vimos doblar hacia la Brasil la primera
pick up atestada de gente sonriente de todas las edades agitando banderas de la
victoria. Luego todo fue un torrente de carros, camionetas y camiones de
diversos tamaños, colores y años de recorrido , tocando claxon y transportando
todas las personas que pudieran caber dentro, gritando su alegría como si de
pronto hubiéramos conquistado la copa del desarrollo. Nosotros mirábamos el jolgorio
que nos iba atrapando pero estábamos todavía convencidos que habíamos estado en
la actitud correcta de no dejarnos llevar por delirios colectivos.
El 31 de mayo de 1970, se inauguró el Mundial de México, y
jugaban Rusia contra el anfitrión, y yo me encontraba de paseo de enamorados en
el parque de Chosica y oía por los parlantes de la plaza la trasmisión de los
momentos iniciales de la competencia. De pronto un ruido extraño, como un
gigantesco crujido nos sobrecogió por unos segundos, antes que la tierra y los
cerros empezarán a sacudirse en uno de los minutos más largos de mi vida. Era
el terremoto de Ancash que llegaba en uno de sus coletazos hasta Lima y que se
sintió con especial fiereza en la montañosa sierra capitalina. De modo que el
inicio del mundial al que no le había prestado la atención que merecía, se
asoció a las tragedias de Yungay, Huaraz, Chimbote y otros pueblos donde
murieron decenas de miles de personas que probablemente estaban mucho más
atentas que yo al comienzo de las competencias más importantes del planeta.
Algo de todo esto debió quitarme buena parte de mi original
indiferencia y por ello puse un inusual interés en seguir la trayectoria del
equipo de Cubillas que con su victoria sobre Bulgaria y luego sobre Marruecos
pareció haber hecho el mejor homenaje que podía hacérsele a las víctimas de la
desgracia peruana, para caer finalmente con honor ante Alemania y Brasil, donde
acabaría el mejor momento del fútbol cholo. Yo por supuesto no hice ningún
intento de explicar lo bueno y lo malo de ese famoso equipo y menos intenté
participar de las discusiones acerca de si el entrenador Didí se había dejado
ganar ante sus compatriotas para no arriesgar su marcha hacia el campeonato. Al
final, el Brasil de Pelé, aplastó a la poderosa Italia 4 a 1, así que el Perú
no quedó tan mal, después de todo.
Razones de un escéptico
Siempre me he preguntado por mi falta de entusiasmo hacia
las vicisitudes del fútbol peruano que incluyen mi escepticismo invencible
hacia las selecciones nacionales, mi neutralidad hacia los equipos de casa y la
manera como puedo quedar enganchado ante un partido donde conozco muy poco de
los protagonistas, como puede ser la reciente disputa de la Champions League
entre Real Madrid y Atlético de Madrid, donde sentí la derrota del Atlético
como propia.
Las hipótesis que manejo para interpretarme son tres: (a) Que
soy muy mal jugador de fútbol desde niño y con mi actitud escapista evito
reconocerlo. Puede ser. Todavía recuerdo que en el colegio no me incluían nunca
en el equipo, hasta el año en que mi padre me regaló una pelota profesional,
con sus paños de cuero y todo. Entonces me reclutaron para jugar aún cuando
pocas veces me llegaban lo pases o me gritaran para hacer algún pase decisivo.
Esta etapa acabó rápido, cuando otro chico trajo su propia pelota, y yo y la
mía pasamos otra vez a suplentes sin mayores esperanzas. Pero hay un montón de
malos y malísimos jugadores, como uno de mis mejores amigos que siempre metía
autogol cuando le ponían una pelota en los pies, y sin embargo no serían
capaces de caminar toda la avenida Brasil cuando se está definiendo la
clasificación hacia un mundial.
(b) Que soy muy poco patriótico y que por eso puedo sentirme
tampoco tocado con la posibilidad de que clasifiquemos para el mayor torneo del
deporte global y sufrir menos que otros las innumerables derrotas y
frustraciones que esto causa entre casi toda la gente que más quiero. Puede
ser, también. Pero la falta de patriotismo futbolero que se me imputa, no altera,
como se sabe, mi compromiso con causas nacionales en diversos temas como
recursos naturales, desarrollo del mercado interno, soberanía y otras. A su vez
hay hinchas de los equipos peruanos, que no tienen el mismo entusiasmo con
otros temas de interés nacional.
(c) Que no comprendo eso de que el fútbol es un
“sentimiento” y no una racionalidad. Puede ser, lo admito. No obstante puedo
citar los nombres de tipos muy racionales para todo, que pueden dejar cualquier
cosa por el fútbol, o puedo poner muchos ejemplos de mi sentimentalismo que incluso
llegan hasta esta nota. En fin, que todo este amor por la pelota perseguida por
22 hombres es una fuerza interior que no admite explicaciones. En cambio si hay
una exigencia de explicación hacia los que no sentimos lo mismo.
El mundial al que no vamos
No es que no me conmuevan las ilusiones con las que se
inician las participaciones del país en las eliminatorias (ahora
clasificatorias), la tenacidad con la que se sigue creyendo que las
sistemáticas adversidades podrán ser finalmente revertidas (matemáticamente
todavía es posible) y las frustraciones con que se cierra cada una de estas
historias. Son rutinas que las he seguido sobre todo porque me parece increíble
que cada vez que comienzan no haya memoria suficiente de lo pasado la vez
anterior.
Estamos ahora en vísperas de un nuevo mundial y como casi
siempre el Perú no es de la partida. Imaginar que países como Ecuador, Chile,
Colombia, por no decir los de más estirpe como Brasil, Argentina y Uruguay, van
a formar parte del batallón de los mejores del mundo, es sentir sana envidia
que compartimos todos. Solo que mi caso es
el de una racionalidad escéptica y el de mis amigos y demás personas un
sentimiento que muy pronto se encarnará en un equipo sustituto, algún vecino
sudamericano que peleará por nosotros.
Así viviremos un nuevo mundial sin Perú, que será un mundial
en todo el sentido de la palabra, con emociones que se percibirán en el rostro
de la gente. Y al que no voy a sustraerme como intenté hacerlo hace 55
años.
01.06.14
1 comentario:
Nada de "anónimo", soy Ambrosio
Buen artículo. Narcisista pero en buena prosa. Por un momento me temí que culpe a la DBA y a El Comercio por la ausencia de la selección en el Mundial. No fue así esta vez.
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