“Quienes tienen techo de vidrio que no hablen de moralidad
(de mí moralidad)”. Este es el nuevo principio lanzado por Alan García y
recogido como titular de domingo para una entrevista de Mariela Balbi, por sus
amigos de El Comercio, y que en buena cuenta quiere decir que después de lo
resuelto por el juez Velásquez Zavaleta, que le ha otorgado un aparente
parapeto legal para no ser investigado, la contraofensiva que anuncia el ego
colosal es la de prometer destruir la imagen pública de sus adversarios para
que queden a la altura de la suya.
Ya se había visto la intención cuando se lanzó el primer
brulote contra Sergio Tejada revolviéndole un aspecto de su vida juvenil,
cuando engendró un hijo que la madre no quiso que reconociera como suyo. Yo sí
reconozco a mis hijos, dijo el manganzón que hizo lo mismo a los 55 años, como
si esto tuviera que ver con los narcoindultos y el caso BTR, y como si su
propio caso fuera ejemplar cuando engañó al país en el 2006, al presentarse
como una familia feliz, cuando sólo había vuelto con Pilar Nores como cartel de
propaganda para las elecciones.
Ahora el caballito de batalla es clavarle Humala la
acusación de que como capitán del Ejército en el Huallaga, cobraba por permitir
los aterrizajes y despegues de aviones desde aeropuertos clandestinos. La
prueba para realizar una declaración de estos alcances contra el que mal que
bien es el presidente de la república, es una sola: un reportaje de Pablo O’Brien
del año 2011, usado como parte de la campaña anti-Humala entre primera y
segunda vuelta, y que nadie había tomado realmente en serio por falta de
evidencias concretas.
Pero, otra vez, ¿qué es lo que está realmente tratando de
decir Alan García? Todo indica que a lo que se refiere es a que no puede ser
investigado por haber dado libertad a casi tres mil procesados por narcotráfico, 400 de ellos por delito
agravado de tráfico de drogas, clanes familiares y bandas completas, si es que
quién dirige el gobierno podría haber sido el capitán de los aviones del
Huallaga.
En conclusión, García se siente en condiciones de
presentarse como superior moralmente al presidente de la Megacomisión (por el
tema de los hijos) y al presidente de la república, al que quiere convertir en
más amigo del narcotráfico que él. Una manera de defenderse atacando, ya que no
hay manera de explicar por qué tuvo tanta predilección por poner en libertad a
personas de la mafia de las drogas.
Viejas historias
Toda la construcción de García es mentirosa. Por ejemplo en
el caso de la camioneta vendida Nissan Frontier a los Sánchez Paredes en julio
del 2003, que se menciona en la entrevista del domingo, su defensa consiste en
decir que puso un aviso en la prensa y curiosamente quién se presentó a comprar
fue un señor Belisario Estevez que había sido viceministro en su primer
gobierno y que era casualmente funcionario y accionista de las empresas de los
Sánchez Paredes. Estas extrañas coincidencias que forman parte de la exagerada
vida de García se añaden al detalle que el vehículo fue adquirido al
importador, menos de un año antes de su reventa, a 18 mil dólares, con un
precio de lista de 29 mil dólares, y fue vendido a 22 mil dólares, con una
ganancia de 4 mil dólares. Más aún Estevez registró la operación a nombre de
una de las empresas del grupo para el que trabajaba. Los Sánchez Paredes ya
eran investigados en esa época por lavado de dinero y narcotráfico. Dos
hermanos del clan fueron asesinados a balazos en relación a tema de drogas.
En el 2006, en plena campaña que lo llevaría a la presidencia
García necesitó dinero para pagar el alquiler de un avión que debía traerlo de
Puno para el mitin de cierre de la
primera vuelta, y a quiénes acudió para pedirles ayuda fue a uno de los
prominentes miembros de la familia Sánchez Paredes que le depositó 5 mil
dólares en una cuenta bancaria, por una simple llamada telefónica. Años
después, cuando se descubrió este hecho, el entonces presidente dijo que no
sabía quién había enviado la plata y que no se iba a “ensuciar” por tan poco
dinero. Entonces se metió la mano en el bolsillo para extraer 5 mil dólares y
ordenar que se les devolviera lo “prestado”.
Igual ocurre con la historia de la foto de García con el
narco colombiano Oscar Fernando Cuevas Cepeda, que apareció publicada en la
revista Semana de ese país, el 2 de junio del 2006, y que se explicaría según
nuestro escurridizo expresidente por eso de que uno nunca sabe quién se le pone
al lado. Pero en este caso la foto fue tomada en la residencia del mafioso, y
es más difícil creer que el expresidente no supiera adónde había ido. En ese
mismo ligar además fueron ponchados el venezolano Carlos Andrés Pérez y el
argentino Saúl Menen. En la edición de La Semana, García era presentado como
amigo de un lavador de dinero que movía 50 millones de dólares por semana,
¿cómo no iba a recibir la visita de los políticos menos escrupulosos de América
Latina?
El ininvestigable
Arguye García en su defensa, “en ningún caso hay un narco
que haya dicho: yo le pagué a Alan García para despegar mis avionetas con droga
en el Huallaga”. Y eso es todo, cuando de lo que debería responder es de
narcoindultos y conmutaciones, de amistades peligrosas en el Perú y el
extranjero. Que Ollanta se ocupe de O’Brien por lo que afirmó hace años y no ha
retomado, ni profundizado. Pero eso no cambia la presunción criminal sobre
García, ni reduce la gravísima responsabilidad del juez Velásquez de erigirse
en su salvador y patrocinador.
Y es falso que el problema sea detener una inhabilitación
que ya se veía venir por un tubo y que nos privaría del inmenso placer de ver a
García mostrando sus artes de candidato en la elección de 2016. En realidad
juntar los votos para castigarlo políticamente por los actos contra la Constitución
y la moral pública de su segundo gobierno era muy difícil, especialmente porque
dependía de los cálculos del fujimorismo y de un Congreso fragmentado. Basta
ver el recule que está produciendo en la Megacomisión el almirante naranja
Carlos Tubino, llamando a acatar el fallo prevaricador de Velásquez Zavaleta para
entender a lo que nos estamos refiriendo.
El verdadero problema de García ha sido y es el de evitar el
debate del pleno donde sería más difícil
repetir las mentiras y evasivas que le permiten sus entrevistadores amigos.
Evidentemente hay cosas que García no puede explicar ante el país. Por eso sus
abogados y el juez Velásquez han tratado de evitarle ese trance, sobre todo
después del papelón de sus dos presentaciones ante la Comisión Tejada. Por esto
mismo, el camino que debería seguir el Congreso si tuviera un mínimo de soberanía,
sería llevar los informes de inmediato al debate del pleno, citando a García y
obligándolo a responder. Cualquier otra vía es una trampa para que triunfe la
impunidad.
12.04.14
Publicado en Hildebrandt en sus Trece
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