Javier Silva Ruete, alguna vez llamado el “gordito simpaticón”, ha muerto y como suele suceder en el Perú sobran panegíricos que eliminan todo debate sobre su trayectoria que, como bien se dice, es un elemento importante de la historia del Perú en los últimos cincuenta años. Cinco veces ministro es un récord que habla de una extraordinaria vocación burocrática a la que sólo se acerca el también muchas veces sonriente PPK. Pero lo que debería ser materia de reflexión es saber por qué el hombre pudo ceñirse el fajín en gobiernos tan distintos como el primero de Belaúnde (agricultura), el de Morales Bermúdez (economía), el de Paniagua (economía) y finalmente el de Alejandro Toledo (otra vez economía), a más de haber pasado por ser senador por el APRA en el primer gobierno de Alan García, jefe de plan de gobierno de Vargas Llosa durante la candidatura del FREDEMO en 1990 y presidente del BCR entre 2003-2004.
La evidencia indica que Silva Ruete se fue convirtiendo en un personaje providencial. Así llegó al ministerio de Economía en 1978, en la última etapa del régimen militar y en el peor momento de la economía y arregló con el FMI sobre la base de un compromiso para despedir decenas de miles de trabajadores estatales, que fue lo que originó la formación de los sindicatos estatales agrupados en la CITE. Fue también el que dio los primeros pasos de la apertura económica, bajando aranceles a una serie de productos y subsidiando las exportaciones no tradicionales. Sin embargo, durante el segundo gobierno de Belaúnde se reubicó como crítico del “excesivo liberalismo” del premier Ulloa y sus muchachos y por esa vía se asoció con Alan García para el gobierno que comenzaba en 1985.Pero luego dio un nuevo bandazo y se pasó al campo de un viejo amigo de los tiempos universitarios. Así elaboró el plan de privatizaciones para Mario Vargas Llosa que al final lo aplicó Fujimori.
En noviembre del 2000, alguien le dijo a Paniagua que la garantía económica era Silva Ruete, que haría que no fuguen las inversiones. Y el exgordito se tomó tan a pecho su responsabilidad que corrigió públicamente al presidente anotando que sí se pagaría la deuda puntualmente y se respetarían los contratos de la dictadura, aún los no terminados de firmar y plagados de irregularidades como el de Camisea o el del aeropuerto Jorge Chávez. En ambos casos se compró a fardo cerrado la herencia de la dictadura que por todos lados mostraba su esencia corrupta, como antes se había cargado el “activo y el pasivo” de los militares de los 70, y volvería hacerlo con el gobierno de Toledo. Esa maleabilidad lo hace un gestor del modelo económico actual tanto en el contenido de sus medidas pro-inversión como en el cinismo de las vías para su aplicación que hace a ciertos tipos capaces de ser ministros de economía de los más variados gobiernos.
Un día ante el Congreso cuando defendía la concesión del aeropuerto a favor de LAP, el tantas veces ministro dijo con gran soltura que la concesión iba a producir mil millones de dólares de ingresos con los que se pagaría tres pistas nuevas de aterrizaje para bajar grandes aviones. No hay ninguna pista hasta el día de hoy, pero hay buenos negocios para cierta gente. Pero los congresistas quedaron ese día con la boca abierta y Silva Ruete tuvo un motivo más para reírse cuando volvió a estar solo.
24.09.12
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