La actual ola de huelgas no ha venido del aire, ni es la expresión de la impaciencia de diversos sectores sociales que no entienden que todo no puede darse a la vez, como estiman algunos líderes del gobierno. En realidad se trata de una combinación de factores que han hecho una mezcla explosiva: (a) una larguísima postergación salarial durante los años en que más se ha hablado de éxito económico y en los que se han inventando múltiples pretextos para dejar fuera de la mejora a la mayoría laboral del país (necesidad de nuevas leyes, meritocracia, no desalentar las inversiones, mantener el impulso exportador, etc.); (b) un año cumplido del gobierno elegido con las mayores ilusiones populares en los últimos treinta años, en los que la atención del poder ha estado puesta en llevarse bien y hacerse creíble de los grupos económicos con mayor capacidad de presión y en impulsar el mayor número de programas sociales para los más pobres, como si estos constituyeran todo el resto de la población, dejando a los trabajadores y un inmenso bolsón social fuera de toda respuesta; (c) la inobjetable victoria de Cajamarca frente a la alianza del gobierno con la gran minería en el tema del proyecto de Conga, que sin duda debe haber levantado el ánimo y envalentonado a las organizaciones.
Es verdad que el porcentaje de responsabilidad de los gobiernos previos, entre ellos el de Alan García, es muy grande, como ocurre en el caso del congelamiento del salario de los maestros para dar paso a la carrera magisterial, o la satanización de los médicos del sector público como si trabajaran poco y no merecieran una mejora en sus haberes, el engaño sistemático a los policías y la persecución a sus dirigentes, etc. El famoso cuento de la austeridad alanista cuando el Estado tenía más dinero, fue una coartada para agredir el salario público y afectar a cientos de miles de personas dependientes del presupuesto nacional. Pero también los gobiernos de Toledo y García mantuvieron un pacto con la empresa privada para no levantar las restricciones a las mejoras de salarios que venían de la época de la crisis económica, con lo cual el país fue ampliando la brecha de desigualdad y la participación de las utilidades en el ingreso nacional creció a expensas de la salarial.
Esa bomba de tiempo era un elemento indiscutible de los descontentos que alimentaron el resultado electoral del 2011. Y ahí es donde viene la responsabilidad del gobierno actual de dejar correr el tiempo e ignorar lo que sabía que iba a pasar. Si en la etapa inicial de ilusiones y luna de miel con sus electores, el gobierno hubiera mostrado voluntad para cambiar la injusta lógica que venía de sus predecesores, aunque sólo fuera cambiando el discurso, reconociendo los derechos e iniciando mejoras parciales, es probable que este segundo año sería diferente y que aún si se de todos modos se producían las protestas están hubieran tenido un tono menos enconado que el que hoy se ve en las calles. Algo final: quiérase o no, Conga ha marcado una nueva “hoja de ruta” en el trato entre los sectores populares y el gobierno. La dureza de la protesta versus la serie de virajes de un gobierno varias veces acorralado está en el imaginario de la gente y ese espíritu se siente en el actual movimiento huelguístico que sacude el Perú.
07.09.12
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