Jaime de Althaus ha escrito esta semana, basándose en citas de otro autor, que la causa por la cual la izquierda peruana, a diferencia de sus similares latinoamericanas, no se ha modernizado y adscrito al modelo neoliberal, es porque no ha sufrido los rigores de una derrota similar a la que los otros sufrieron de parte de dictaduras anticomunistas. La tesis resulta más inquietante porque se presenta muy cerca del 39 aniversario del golpe de Pinochet, quizás el más acabado ejemplo de cómo la represión más brutal dio curso después de muchos años a una izquierda dispuesta a hacerse cargo de la herencia del dictador sin modificarla en sus rasgos esenciales.
Althaus en buena cuenta está queriendo decir dos cosas básicas: que el neoliberalismo verdadero entra con sangre que es como se arraiga en todos los sectores políticos que regresan a la democracia curados de espanto de la posibilidad de ser nuevamente aplastados por la bota militar; y que en el Perú, a pesar de Fujimori y de su eliminación como factor electoral gravitante, la izquierda no llegó a pasar por la cura de bruto que se aplicó en otros países, algunos de los cuales tienen ahora a antiguos guerrilleros como gobernantes moderados, que seguramente no harían la oposición a Conga que se hace acá.
El normalmente angustiado conductor televisivo menciona sin embargo a la Izquierda Unida de 1980 a 1990 como una singular oportunidad de la izquierda peruana y recuerda el estilo conciliador de Barrantes que seguramente hubiera producido un gobierno ajeno a tentaciones radicales. Notoriamente se contradice porque el éxito de la izquierda electoral peruana de los 80, para nada venía de las armas de algún generalote. Era en realidad una derivación de la experiencia reformista de Velasco (1968-1975) y del fallido intento de Morales Bermúdez por hacer la reversa e imponerse a los movimientos sociales. Si la IU no pudo ir más lejos fue porque fue flanqueada por Sendero Luminoso que empujó al país a un tipo de polarización que desfavorecía a la izquierda electoral, y por su propia división interna.
En todo caso la izquierda que atravesó los 90 lo hizo cargando múltiples cruces y convencida de cargar con una tremenda derrota en frío que había reducido su influencia política y militancia, mientras su dirigencia lucía desgastada y sin reemplazo a la vista. Si uno lee los programas que la izquierda levanta en los 2000, se quedará con la idea de que la vida la había moderado, en el sentido de rebajarle sus demandas en la creencia que el país no estaba para reclamos avanzados. En ese contexto aparece Ollanta Humala vestido de radical, a la izquierda de la izquierda, levantando en el ánimo de la gente la idea de que se podían hacer cambios profundos al esquema armado en tiempos de Fujimori que es a lo que alude Althaus cuando habla de lo “moderno”.
El punto es que si tenemos ahora una base de masas para Conga y otras protestas duras, es porque al lado de los líderes regionales y populares tradicionales tuvimos una esperanza mayor de alcanzar espacios de poder y cambiar la relación con el Estado. La izquierda no inventó lo que ha pasado en este primer año y no hubiera podido hacerlo, pero tuvo la intuición necesaria para no separarse del sentimiento real de las mayorías, que es lo que cuenta en estos casos. Por eso Althaus está volviendo a preguntar de donde sale el Pinochet para modernizar a los revoltosos de la izquierda peruana.
10.09.12
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