Hay periodistas que piensan que decir algo menos que “narcoterrorista” es conceder ideológicamente a las huestes de los Quispe Palomino. Si en el actual lenguaje penal ser “terrorista” es estar incurso en el peor de los delitos, se imaginan lo que significa que, además, el terror que practican sea al servicio del tráfico de drogas. Deben ser entonces lo peor del mundo. Pero la población del VRAE y ahora la de Kepashiato no parecen mirarlos así, lo que apunta otra vez al viejo tema de las visiones limeñas y provincianas sobre la misma cosa.
Claro, siempre hay el recurso DBA de decir que esos selváticos están todos en el narcotráfico, o son simplemente ignorantes o que en las elecciones votarían por un mono. Pero la cuestión es mucho más seria, sobre todo si desde la profundidad del país muchos pueden estar pensando que los ignorantes están más bien por aquí. La disparatada “operación Libertad” ha dejado como inmensa lección que los actores del VRAE (ahora expandidos hacia la zona del Camisea), son varios y diferenciados, y que la más segura manera de perder la guerra focalizada en esta zona es amalgamarlos y convertir a narcos, senderistas y pobladores en una sola cosa.
Varias veces he escrito que el secuestro en Kepashiato y la cadena de enfrentamientos con los militares y la policía que vinieron seguidamente no respondían a la lógica de negocios de los traficantes para los cuales es contraproducente buscarse un choque adelantado con toda la fuerza del Estado. Pero para el Sendero QP (Quispe Palomino), sí había un sentido, que era mostrar su fuerza tras la caída de Artemio y transmitir a todo su entorno que están avanzando en ocupar territorios. Si uno no llega a entender esto, finalmente termina creyendo que Gabriel estaba huyendo frente al cerco militar y los helicópteros, para después descubrir amargamente que el cerco nunca existió porque el territorio era de los otros, y que los helicópteros podían ser fácilmente abatidos desde tierra.
Si me imagino una banda, golpeando y huyendo, puedo decidir mandar todas las fuerzas disponibles hasta liquidarlos, como parece que ordenó el presidente. Pero si el adversario tiene otra concepción del tiempo y está esperando la reacción improvisada del Estado, el balance final será un montón de bajas. Si conceptos policiales se mezclan con militares, lo que sale son campañas a la loca, como las que desató el general Salazar que se trasladó Kiteni, para poner su marca en el resultado. Y, vaya que lo logró. Fue él, quién mandó helicópteros de transporte de erradicadores y prisioneros, a un área donde debía presumir que estaban acumuladas armas largas capaces de atravesar a naves sin blindaje. Y fue también su responsabilidad haber intentado un tipo de persecución que ha costado la vida a jóvenes policías.
La frase “la causa de todo esto es por la ausencia del Estado en la zona”, puede describir algo de la realidad. Pero se queda corta cuando se ve al Estado está cruzándose a cada rato con la población en una guerra que afecta sus vidas. Pero que no significa más que eso. De ahí el cinismo de mirar lo que pasa como una mera disputa es entre los que ahora dominan y los que quisieran dominar. Y ellos acaban de ver quién ha quedado dominando. Por eso el proceso del VRAE y zonas contiguas se viene largo y difícil. Casi como empezar a reconstruir el Estado en las partes más difíciles del país. Pero otro Estado en el que el pueblo pueda creer.
13.05.12
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