viernes, enero 27, 2012

29 años de Uchuraccay

Los días más largos de mi vida los empecé a vivir la tarde del sábado 29 de enero de 1983, cuando el chofer del diario ingresó a mi casa aprovechando que la puerta estaba abierta por el intenso calor de esos días. Estaba agitado y entre jadeos me dijo que había ocurrido una desgracia en Ayacucho y que Jorge Luis Mendívil, mi amigo personal, estaba muerto, mientras que el fotógrafo Retto estaba herido.

Salí tropezándome conmigo mismo mientras reclamaba más información que el amable señor que había venido a recogerme no tenía. Unas horas antes me había despedido hasta el lunes, y el gordo Tirado me había dicho casi caminando que el fiscal de la Nación había hecho declaraciones llegando de Ayacucho sobre la posible desaparición de unos periodistas, y que nadie sabía del paradero de nuestros compañeros. Le contesté que seguro estaban en una misión y que ya se comunicarían.

El diario “El Observador” tenía sus oficinas de redacción en la avenida Pershing en Jesús María. Cuando llegué, los cables comunicaban de un enfrentamiento en el que se hablaba de muertos y heridos. Todo era confuso. ¿Quién informaba?, ¿cómo sabían que eran periodistas? ¿Cuál era el motivo del ataque? Una semana antes un grupo senderista fue ajusticiado en las alturas de Iquicha en Huanta, por una montonera popular que se habría cobrado así algunos abusos sufridos de parte de las columnas subversivas que intentaban imponer su ley. Este hecho fue presentado como el comienzo del levantamiento campesino contra el terror y fue felicitado por el presidente Belaunde.

Los periodistas de “El Observador”, “Diario de Marka”, “La República” y la revista “Oiga”, buscaban información real sobre estos hechos porque desconfiaban de la versión oficial. Por eso emprendieron la marcha que les costó la vida. Pero eso solo lo sabían ellos, y si lo sabía alguien más era por una infiltración, y en tal caso cobrarían valor las más siniestras hipótesis. El sábado 29 de enero estaba a tres días del momento de la partida de los viajeros y de las últimas noticias sobre su existencia. Pero esa noche, en medio del desconcierto, llegó a la redacción el ministro de Trabajo, periodista y amigo de la vieja guardia del diario, Alfonso Grados Bertorini, que sin ningún preámbulo nos expresó sus condolencias a nombre del gobierno. Ellos ya lo sabían: todos estaban muertos y habían sido masacrados por una lamentable confusión de los comuneros que los creyeron senderistas.

Al día siguiente, el general Noel nos recibió en su cuartel (donde ocurrieron tantos episodios truculentos) y dijo que había cuatro tumbas visualizadas desde el aire en la comunidad de Uchuraccay y se presumía que contenían dos cuerpos cada uno y que posiblemente serían los ocho periodistas desaparecidos. Nos invitó al desentierro pero ni él, ni ningún oficial importante nos acompañaron. Siempre me pregunté cómo es que el gobierno ya sabía que había ocho periodistas muertos ahí metidos. Y ¿por qué Noel nos envió con jueces y fiscales a averiguar lo que estaba guardado bajo la tierra?

¿Aparentemente a los periodistas de Lima, nos teatralizaron una escena de desentierro de cuerpos que ya habían sido movidos varias veces y cuando todas las evidencias estaban en manos de los uniformados? Empezaba una guerra en la que muy pocas veces se logró distinguir la verdad de los intereses de los combatientes.

27.01.12
www.rwiener.blogspot.com

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