Financiar el Plan de Gobierno de la señora Fujimori de Villanela, cargado de ofertas sociales, representa un costo tan alto o mayor que el de los nacionalistas, con la diferencia de que los que gobernaron en los 90 no quieren poner impuestos a las grandes ganancias. Entonces: ¿cómo se paga la fiesta? He aquí una amenaza real a los ingresos de los trabajadores y las capas medias, que está siendo ocultado por la gran prensa.
En la segunda vuelta la orden es disparar contra el Plan de Gobierno de Ollanta Humala. De un lado exprimir la capacidad lectora de distinguidos hombres y mujeres de prensa encargados de encontrar comunismo en la palabra “nacional”, a pesar de estar al lado de la de “mercado”; empresas públicas (¡horror!) en entidades promovidas por el Estado déficits de cobertura de cobertura de servicios en el país; hostilidad hacia la inversión por la promesa de revisar aspectos dolosos en los contratos existentes (que se queden como están); IGV de 26% por proponer pensiones no contributivas para los ancianos sin pensión; asalto a las AFP por el mismo motivo (si no, díganme, de donde van a sacar el dinero); y (horror de horrores), tratar de cambiar la constitución, instaurada con golpe de Estado y fraude, y que mantiene conculcados derechos sociales fundamentales y amarradas las manos del Estado para la regulación económica.
Esa es la primera línea de ataque. Hay un plan rojo, duro con él.
Pero la segunda es mandarle nubles de preguntones para Humala diga si va a cambiar o no el programa. Así si muestra alguna apertura a nuevas propuestas, acusarlo de oportunista, blanqueado, que se corre al centro, que se pone la piel de oveja, que no tiene derecho a modificar lo que está escrito, que está rompiendo con los radicales, etc.; y si reafirma su línea básica, que ya ven los que se unieron a su campaña que eran sonsos si creían que iban a ser consultados, que sigue soñando en el paraíso de Chávez, que el IGV de 26%, etc. Al final la conclusión es que es el candidato el que no sabe lo que quiere. Subsiste la duda declaran los “líderes de opinión” de los programas de la noche. No podemos saber si va hacer del Perú una Cuba, una Venezuela o una Bolivia de Evo Morales.
Conclusión no declarada: no se puede votar por él.
Esto ha ocurrido día tras día, en las dos semanas posteriores a la segunda vuelta, que por casualidad no han mostrado ni una sola encuesta “seria”, cuyos dueños parecen estar esperando que la campaña de las dudas haga su efecto. Imaginen si iban a preguntar ni bien conocido el resultado del 10 de abril o cuando Ollanta tomó la iniciativa para dialogar con las fuerzas políticas, o cuando amplió su plan de gobierno. Pero la cosa cambia si en algunos sectores entra eso de van a confiscar a las AFO, el IGV subirá violentamente, Ollanta cambia y no cambia, etc. Vamos a ver.
El plan naranja
Pero lo que no vemos, porque no se quiere ver es qué pasaría con el programa de la hija del prisionero, ¿qué propuesta ideológica encarna, respeto a lo que se ha experimentado en el Perú en los últimos veinte años y otras opciones de desarrollo?, ¿qué instrumentos se propone utilizar para la acción política?, ¿cómo financiará sus propuestas?, ¿no nos estarán metiendo el dedo otra vez?, ¿cuál es la base de nuevas alianzas? Es decir todo lo que se pregunta Ollanta y no se le hace a la gordita.
Introduzcámonos al tema. Lo primero es tener claro que lo que Keiko ha estado mostrando a la gente es una oferta de Estado regalón, apelando a la memoria popular sobre los años 90, cuando el Estado entregaba buzos para educación física en los colegios de zonas populares, zapatillas, carpetas y desayunos. Asimismo rememora el programa de un colegio inaugurado cada día en zonas rurales, las postas y otras obras locales, que el gobierno fujimorista ejecutaba luego de hacer una encuesta entre la población sobre las demandas más sensibles, con lo que se preparaba la posterior llegada presidencial para la inauguración. Todo eso volverá, afirma la candidata, guardándose de decir que para hacer un despliegue de estas características se requiere una enorme cantidad de dinero –que en los 90 provino de la privatización y de impuestos especiales (impuesto extraordinario de solidaridad) que se le impuso a los salarios de los trabajadores-, y de aparatos logísticos como los de las Fuerzas Armadas que en ese entonces eran como el partido político del dictador.
El pilar uno y principal del programa de la Fujimori subraya su orientación: compartir el crecimiento, reducir la pobreza y asegurar igualdad de oportunidades. Pero basta ver sus componentes para darse cuenta que no se trata de compartir nada, ya que no hay una línea sobre la forma como hoy se distribuyen los frutos del crecimiento. Se podría decir que la tesis medular de los seguidores de la dictadura es que hay que variar la prioridad del gasto, mejorar la gestión (sucesivas referencias a la “gerencia”) y ponerlos a ellos en el poder para que el Estado se ocupe un poco más de los pobres. ¿Y cómo se ocupa?
El texto da algunos detalles: (1) que la educación en Putaca (Anta, Cusco) sea equivalente a la de San Juan de Lurigancho (nótese que no dice a las de la educación privada), que los maestros y los niños sean evaluados, becas universitarias para jóvenes, desayunos y almuerzos escolares; (2) expandir el Sistema Integral de Salud, recuperar los CLAS (Comités Locales de Administración de Salud, programas de atención primaria), aumentar los médicos y enfermeras en zonas de pobres; (3) relanzar los comedores populares con mayor presupuesto, focalización de programas alimentarios, (4) protección para los ancianos y otros sectores vulnerables, recuperar FONCODES; (5) más crédito para vivienda, programas de vivienda para los más necesitados, titulación urbana, mayores programas de agua y saneamiento.
Pregúntese usted, amigo lector, por la concepción de desarrollo que hay detrás de estos planteamientos. Y si lo hace le será posible entender porqué el eslogan de la campaña naranja: “Seguridad y Oportunidades”; no trasmite nada, y la razón por los que los medios tan puntillosos con el plan de Humala, no tienen ganas de exaltar el de Keiko para contraponerlo. Ahí lo dejan. Hay una explicación, por supuesto, a esta sequía de inteligencia: el plan fujimorista pretende que el Perú ya definió un modelo de desarrollo, expresado en la Constitución de 1993, del que no se puede mover: “las reformas de la Constitución de 1993 son las que permitieron el desarrollo del sector financiero, la apertura comercial y mejoras en la infraestructura… Al diseñar el modelo de la Constitución de 1993 y las reformas estructurales y programas sociales tuvimos una visión de largo plazo, que en lo esencial se ha continuado”. (Plan de Gobierno Fuerza 2011. Pag. 3)
Es decir la eventual elección de la familia Fujimori, restablecería el orden de las cosas a su verdadero nivel, devolviendo el poder a los creadores del modelo, que otros continuaron contándonos el cuento del “cambio responsable”, “el gran cambio”, y otras fórmulas de engaño, para que nos vengan a decir que ya todo estaba fundado y que lo único que falta es incrementar las políticas de pobres que los demócratas de los 2000, fueron disminuyendo porque cuestan demasiada plata y no querían incomodar a las grandes empresas que tan amigas también fueron del fujimorismo. Aquí es, sin embargo, que viene el problema clave de la propuesta anaranjada: ¿cómo se cubre el costo de tantos desayunos y almuerzos escolares, de los apoyos a los comedores y programas de alimentos para sectores vulnerables, el reforzamiento de los CLAS, los programas de vivienda, la expansión del SIS, en resumen, los regalos pueblo por pueblo?
No salen de la caja fiscal actual. Pero mientras Humala ha tenido cuando menos la franqueza de mencionar la reforma tributaria y los impuestos a las sobreganancias y hacer los cálculos de financiación de sus propuestas, que saldrán de los que más tienen y no del IGV o de las AFP; los estrategas del fujimorismo no han dicho palabra, como si la plata llegara sola, y los nuevos gastos se cubren del aire. Lo que debería hacer pensar a los asustadizos sobre dónde está el mayor riesgo de que nos caigan impuestos y contribuciones especiales para sustentar el clientelismo del que depende la reproducción del sistema creado por el dictador de los 90. Eso lo saben por supuesto los redactores del Plan y los periodistas de la noche, pero callan, porque su labor no es orientar a la población sino manipularla, empujarla a decidir contra sus intereses, para que tampoco se vea los intereses que se trata de proteger.
23.04.11
www.rwiener.blogspot.com
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