A treinta años de Uchuraccay, todavía retumba en mis oídos la voz
del chófer de El Observador que había llegado hasta mi casa, ingresó por la
puerta que estaba abierta (eran días de un calor extremo) y me encontró
leyendo en la sala:
- Han matado a Mendívil y Retto está herido. Vengo a llevarlo
al periódico.
Era el sábado 29 de enero de 1983 y yo había salido al medio día
del diario luego de despedirme hasta el día lunes, pero antes de salir Víctor
Tirado me detuvo para decirme que el Fiscal de la Nación había declarado en el
aeropuerto a su llegada de Ayacucho que habrían seis periodistas desaparecidos.
Hacía cuatro días que no teníamos noticias de nuestros compañeros
Jorge Luis Mendívil y Willy Retto en misión en Ayacucho desde hacía dos
semanas. Pero pensábamos que estaban buscando las primicias que les habíamos
encargado y a las que habíamos apostado para recuperar la ventaja que habíamos
entregado a otros medios como el Diario de Marka y La República en el tema de
la guerra que se desarrollaba en la sierra sur centro.
Contesté que había que estar atentos, sin considerar que en la
casa que por entonces había alquilado con mi familia en Chaclacayo, no había
manera de avisarme cualquier novedad porque no tenía teléfono. Lo que explica
por qué el chófer tuvo que recorrer tan largo trecho para hacerme conocer la
trágica y todavía confusa noticia sobre los periodistas emboscados en Ayacucho.
Llegué al local de la Av. Pershing donde estaba la redacción de El
Observador y desde la puerta percibí que todos se estaban preparando para lo
peor. La información de la que se disponía venía de distintas fuentes: el
gobierno mantenía la versión de que los periodistas estaban desaparecidos pero
que se habían recibido informes sobre un posible enfrentamiento con comuneros
en Uchuraccay. Las agencias internacionales daban más detalles sobre muertos y
heridos y lo mismo eran lo que decían los colegas desde Ayacucho. En todas las
versiones se hablaba sin embargo de campesinos matando periodistas,
confundiéndolos con senderistas.
Como a las 8 de la noche, llegó Alfonso Grados Bertorini, ministro
de Trabajo y periodista, y directamente nos dijo:
- Están todos muertos.
Hubo un largo silencio y nos miramos Tirado, Espinel, Laureano
Carnero, como esperando quién diría la primera palabra. Pero fue Grados el que
dijo que no le pidieran detalles sobre los hechos y esperáramos un comunicado
del gobierno que nunca hubo. Luego llegó Oscar Retto, el padre de Willy,
periodista y fotógrafo, que lloró amargamente su desgracia. Pablo Truel era el
director de El Observador y se encontraba fuera de Lima. Llamó varias veces por
teléfono para tratar de entender lo que había pasado.
De La República nos informaron que se había contratado un avión de
Faucett para salir en la mañana a Ayacucho y que diéramos los nombres de
los que iríamos. Al final sólo fui yo y un fotógrafo, muy amigo de Oscar y
Willy que casi exigió participar de este viaje. El reloj marcaba más de las
once cuando salí del diario para repararme para el día siguiente. Nunca la
carretera central me pareció más oscura. En la mañana primera hora salí
manejando con mi familia y a las 9 am estaba en el Jorge Chávez.
Ahí había una concentración de rostros conocidos: Guillermo Thorndike,
César Hildebrandt, Mario Castro Arenas y muchos otros, algunos reporteros de la
televisión, camarógrafos, fotógrafos, etc. Los titulares de esa mañana hablaban
de “Salvajes”, “Bestias”, para referirse a los responsables directos de
la matanza. Por un solo día loas diferencias en la prensa, tan enconadas como
las actuales, parecían haber desaparecido. Pero volverían con mucho más
fuerza el días siguiente, cuando empezaron las interpretaciones.
Recuerdo el ambiente de la sala del cuartel de Los Cabitos, al
lado de la pista de aterrizaje de la ciudad de Huamanga, en la que nos
agolpamos los periodistas llegados de Lima, para recibir la información de
general Clemente Noel que tuvo la ocurrencia de presentar los hechos como no
confirmados, al indicar que un helicóptero del Ejército había detectado cuatro
tumbas desde el aire, al lado de los cercos que marcaban el territorio de la
comunidad de Uchuraccay y que posiblemente los ocho periodistas estarían
enterrados allí, para lo que ya había viajado el juez para el desentierro.
Luego vino la teoría de la confusión de las cámaras fotográficas
con ametralladoras que habría desatado una respuesta de los comuneros al
sentirse amenazados. Finalmente indicó que había dispuesto de un helicóptero
para levarnos por grupos hasta el lugar de la tragedia. Así llegamos hasta
Uchuraccay donde las cuatro tumbas barrosas estaban ya abiertas y los cadáveres
colocados en bolsas que fueron abiertas para poder fotografiar y filmar a los
muertos. La comunidad, por su parte, nos miraba desde la falda del cerro, casi
impasible, como visitantes extraños que no tardarían en irse.
Efectivamente había un clima de tensión a flor de piel, una
familiaridad anormal entre los sinchis (policía antisubversiva) y los
comuneros, y un hermetismo total para ofrecer alguna pista de por qué tanta
muerte gratuita. El helicóptero regresó cuando cerraba la tarde y parecía que
no íbamos a poder salir. Y en el aeropuerto nos esperaba un Hércules con el
motor encendido con el que regresamos a Lima. En el diario tenía que
escribir en medio de violentos sentimientos. Pero ya entonces me era claro que
la guerra ayacuchana estaba arrastrando a todo el mundo a la violencia.
La comunidad de Uchuraccay, como muchas otras, habían tenido que
optar entre las fuerzas en pugna. Los iquichanos se le habían rebelado a
Sendero, pero eso lo entendían como que todo el que no fuera uniformado y
atravesara sus territorios era enemigo y debía ser exterminado. Los periodistas
muertos el 26 de enero de 1983, iban a aclarar si realmente las fuerzas de
represión habían logrado reclutar a las comunidades de altura para que fuesen
parte de la guerra. De alguna manera este era el antecedente de las rondas que
vendrían después. Pero intentar descubrir la nueva estrategia que estaba en
marcha le costó la vida a algunos de los mejores hombres de prensa de su
generación.
27.01.13
www.rwiener.blogspot.com
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